DIEZ

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Los jueves eran los días más tranquilos en la academia.

Por la mañana, el grupo era bastante reducido, y aunque no parecían tenerla en muy alta estima, al menos se comportaban. Y por las tardes, los nenes más pequeñas eran adorables y le hacían caso en todo, por lo que Daphne llevaba una sonrisa cuando llegó a casa.

Como tenía el resto de la tarde libre, había pensado entrenar un poco en el jardín para inventar nuevas coreografías y después, adentrarse en el pequeño garaje que su tía utilizaba como trastero —porque el coche siempre descansaba fuera del chalet— para buscar esa bicicleta que Marisa había mencionado un par de veces. Quizá podría ponerse a arreglarla.

Lo que no esperaba encontrarse era una reunión de vecinas alrededor de la mesa del salón tomando café y galletas. Daphne posó su mirada en la única mujer menor de sesenta años y la identificó como la chica que había mencionado su tía la tarde anterior mientras conversaban sobre la fiesta, cuyo nombre no recordaba.

Llevaba el pelo, pelirrojo, recogido en una trenza larga que le caía por la espalda, casi hasta la cintura, y unas gafas de montura que escondían unos bonitos ojos grises. Ella fue la primera en advertir su presencia y sonrió mostrando unos dientes rectos y blancos.

—Tu debes de ser Daphne —la saludó con un deje de timidez en la voz. Daphne asintió sin abrir la boca—. Yo soy Alanna. Vivo justo en la casa de enfrente, así que somos vecinas.

¿La casa de enfrente? ¿La misma en la que había visto a Lucas asomado a la ventana la otra noche? ¿Se conocían, entonces?

—Tu tía ha ido a por más café —añadió la chica, al ver que Daphne seguía callada—. Ven, te presento a las demás.

Y comenzó a pronunciar los nombres de las otras tres mujeres que ocupaban el resto de las sillas. Daphne observó a la primera: Pamela Lozano, de pelo cano y cara llena de arrugas. De ahí, sus ojos viajaron a la segunda: Isabel Ríos, de belleza exótica aunque expresión arrogante. Y la tercera: Ana Delgado, que resultó ser la abuela de Alanna. Ninguna, advirtió Daphne para su consternación, parecía muy contenta de conocerla.

Excepto la pelirroja.

—Hola querida —su tía apareció por el umbral de la puerta, interrumpiendo el silencio incómodo que acababa de formarse—. Siéntate, que estamos discutiendo los detalles de la fiesta. ¡Al final, nos hemos decidido por un concurso de disfraces!

Daphne sonrió, sentándose entre Marisa y la abuela de Alanna, y aceptó la taza de café que le tendió la primera. Se quedó en silencio, escuchando como las mujeres hablaban y discutían diversos temas de la dichosa fiesta de disfraces.

—He estado dándole vueltas al asunto —habló la pelirroja, en un tono de voz casi inaudible— y creo que tenemos que venderlo mejor.

Las cuatro mujeres la miraron sin pestañear y Daphne sintió el impulso absurdo de ayudarla.

—Estoy de acuerdo —añadió, atrayendo la atención ahora hacia ella—. Yo, particularmente, no iría a una fiesta en la que me invitan a llevar mi mejor plato.

Ésta vez sí pestañearon, las cuatro a la vez.

Daphne señaló el taco de carteles que estaba encima de la mesa.

—No sé cocinar —expuso—. Además, me da la sensación de que solo van a ir mujeres mayores. Sin embargo, si vendierais una noche de Halloween con cena y fiesta incluida y un concurso de disfraces con un premio atractivo, quizá sí que me animaría a ir. Aunque fuera para cenar gratis.

—Yo también iría —musitó Alanna, con una sonrisa dulce en los labios—. Si la gente quiere traer tartas, quesos o vinos, que los traiga. Pero que no sea porque nosotras no lo ofrecemos.

—Tal vez no vaya mucha gente —continuó Daphne—, pero igual lo hagan más personas de las que fueron el año pasado.

—Para superar esa cifra tampoco hace falta mucho —dijo su tía con una mueca.

—Y creéis que la gente vendrá solo porque ofrezcamos unos sándwiches fríos, cerveza de barril y un premio que será... ¿Qué? ¿Un aspirador último modelo? ¿O un perfume de cincuenta euros? —intervino Isabel, con un semblante altivo.

—Por un aspirador quizá no, pero por un fin de semana en un Spa, con un todo incluido, estoy casi segura de que sí —aseguró Daphne, hablando, como de costumbre, sin pensar. Las mujeres enarcaron las cejas, mirándola atentamente y ella supo que ya había metido la pata y que no podía dar marcha atrás—. Tengo... una amiga que su familia es dueña de la compañía hotelera Olympus e igual puedo conseguir dos invitaciones.

No dijo que hacía, al menos, dos meses que no hablaba con ella y que existía la posibilidad de que la mandara a la mierda. Pero bueno, de eso se ocuparía más tarde.

—A mi me parece una idea estupenda —medió Alanna, dando un sorbito a su taza de té. Al parecer, no bebía café.

—Bueno, siendo así... —frunció los labios Isabel, a quien de lejos se le notaba que las intervenciones de una chica recién llegada al pueblo no le hacían mucha gracia—, no hay nada más que hablar, ¿no?

—Podríamos organizar un concurso para los más pequeños también —participó Ana, mojando una galleta en su café.

—¡Sí! —exclamó Marisa, feliz y orgullosa de las maravillosas ideas que estaban surgiendo—. Algún juguete o una bolsa de chuches o algo así.

—Eso sí —habló de nuevo, Daphne—, hay que diseñar de nuevo el cartel. Yo había pensado en algo así:

Desbloqueó el móvil y les enseñó el boceto de un dibujo que había hecho esa misma mañana, mientras se tomaba un café en uno de sus descansos. Era una calabaza en la que dentro estaba escrito con una letra desigual:

"Noche de Halloween

Concurso de disfraces

Cena y fiesta para todos los públicos

El próximo 31 de octubre

En la plaza del Olmo Viejo"

A la Junta pareció gustarle el diseño de Daphne y, aunque le pidieron que añadiera algunos datos, quedaron satisfechas. Al menos, su tía. El resto aceptó porque no les quedaba de otra.

Además, Alanna propuso encargarse de las Redes Sociales y Daphne, siguiendo uno de esos absurdos impulsos que, a veces, corrían por debajo de su piel, decidió que era una buena idea ayudarla.

Y así, sin saber muy bien cómo, Daphne acababa de entrar a formar parte de un grupo de marujas refunfuñonas y un poco estiradas que a las que parecía no caerles muy bien. Como a la mayoría de personas con las que se había cruzado en este pueblo. Pero, ¿por qué?

¿Acaso tenía cara de mala persona? 

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now