💜 DINASTIA 💜

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WILLIANNY MERAN




✨𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐮𝐧𝐢𝐜𝐚.✨

                             𝐃𝐢𝐧𝐚𝐬𝐭𝐢𝐚

𝟐𝟑𝟔𝟓 𝒂.𝑪. 𝑬𝒍 𝑪𝒂𝒊𝒓𝒐, 𝑬𝒈𝒊𝒑𝒕𝒐.

Bienvenidos al relato negro de aquella ciudad dorada.

De aquella ciudad del Sol.

Su divinidad.

Donde la fertilidad, las orgías y los dioses eran las vertientes que saciaban aquellas venas egipcias. La arena era el suelo por donde corría la sangre de los esclavos. Donde se prosperaba y se trabaja para complacer al faraón.

A uno muy particular y diferente a los anteriores.

El mandatario despiadado. Dios de dioses. De raíces eslavas. Rey de la tercera dinastía egipcia.

Ilenko, “Akbar Wahid”.

Único en su clase, maligno, peor que las maldiciones de Osiris. Su hacha y su látigo eran como parte de su cuerpo. Aquel hombre no tenía alma. Su espíritu bárbaro se exaltaba a la hora de penetrar las paredes de sus esclavas calvas. Aquel faraón, repudiaba a las mujeres con pelo ya que era el único ser sobre las tierras del sol que debía mostrar su melena castaña. Su toga blanca caía hasta los pies trenzados con lanas de incrustaciones doradas.

El hombre de tez dorada se encontraba en su trono de oro llevando en su mano asesina, su cetro puntiagudo, con él sacaba gargantas y desgarraba por dentro a las rameras, y ladrones. Su cabello era una maravilla. La parte inferior, ondulada hasta su cintura, a la mitad lo llevaba trenzado y cubierto por la máxima corona que lo distingue como el soberano, hedyet, una mitra blanca de bordados amarillos y negros.

Su enorme miembro era un premio para su civilización. Cada mes del calendario egipcio se masturbaba en la orilla del río Nilo, costumbre de aquella tierra. Los habitantes de aquel lugar veneraban el sexo, teniendo un gran valor sagrado.

Ilenko, considerado el dios del sexo, dejaba caer sus fluidos en el agua de aquel enorme caudal ya que su simiente lechosa haría que la vegetación de Egipto se mantuviera con vida.

El faraón se dirigía a su palacio después de haber visitado las Piramides de Giza. Un patrimonio que no es de todos, sino de él. Los enormes músculos sobresalían de su túnica blanca y las largas pestañas, incluso sus ojos de tonos avellanas jamás debían ser vistos por nadie, o le costaría un hígado, tal vez tus dientes por tal insolencia. Era tan altivo, infundía terror en los mercados, en los prostíbulos y en el templo.

El rey tomó asiento en su trono e inmediatamente una esclava mulata quitó sus sandalias y masajeaba sus pies. El hombre sombrío recibía trozos de manzanas picadas con miel en su boca, sin mover un solo dedo. Los sirvientes que solo llevaban la parte inferior colocada refrescaban a aquel ser maldito con escobillones de plumas de pavos reales. Los enormes pechos de las esclavas debían ser expuestos ante su amo, no debían ocultarse, puesto que solo él debe verlos y maltratarlos.

El trono en donde estaba se encontraba en el centro de la parte trasera de la corte sacerdotal egipcia. El escenario era un mundo de obscenidades, y más para un antiguo país en donde la fornicación era el pan de cada día. El hombre de dos metros, con sangre oriental, estaba aburrido de ver aquellas prostitutas lamiéndose entre ellas solo para agradarlo. Los nobles, como los sacerdotes y clérigos se penetraban unos a otros, incluso a sus propios hijos para agradar a los dioses.

TEAM ILEMMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora