💜LO ULTIMO QUE VIERON MIS OJOS💜

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WILLIANNY MERAN






✨𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐚✨

✨Título: "𝐋𝐨 𝐮́𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐯𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐦𝐢𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬".

𝑵𝒂𝒓𝒓𝒂𝒅𝒐𝒓 𝒐𝒎𝒏𝒊𝒔𝒄𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆.

Los días difíciles y los coloridos eran parte del esfuerzo paternal al cual se había dedicado el hombre. Él, fuerte, malicioso, imperioso y sanguinario. Había criado a sus hijos con todo el amor que tenía guardado desde los 16, sus grandes hazañas quedarán memorables en la historia de la oscura Rusia. La dorada sonrisa siempre les había pertenecido a sus descendientes, educándolos con la cruda realidad que recorre las venas de los Romanov: Matar.

Aunque pudiéramos apreciar los restantes músculos, el anciano estaba cansado. La vejez había absorbido su piel, por lo que sus huesos se notaban. Sus costillas, su ancho pecho estaban débiles y la blanca melena había cubierto el rostro de aquel viejo. Su larga barba y sus penetrantes iris aún provocaban terror en cualquiera que lo viera. Pero en su interior, estaba exhausto de no mirar lo que en tantos años la vida le arrebató.

El anciano era una leyenda, a su personalidad rencorosa, vengativa y sádica todavía le quedaban fragmentos. Sus gruesas piernas cada día se desvanecían, las manos, la mayor parte del tiempo temblaban debido a la maldita desgracia. Para otros, aún seguía causando miedo en los demás. Su cerebro estaba podrido debido a la pésima edad, una parte de él deseaba degollar y tortura, también luchar por sus recuerdos y mantenerlos, pero no era posible.

Lo único que lo mantenía con vida eran los perturbados latidos de su corazón, los cuales recordaban una sola cosa. 𝑼𝒏 𝒄𝒐𝒍𝒐𝒓, 𝒖𝒏𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒅𝒂.

Las veces que permanecía absorto en la oscuridad de la noche, en su mente bailaban unos rosados labios semicarnosos, en su cabeza se escuchaba una dulce sonrisa, y el campo visual de lo quedaba de su cerebro todavía podía verla a ella.

A sus ochenta y cuatro años de vida, en el cuello del anciano todavía colgaba su cadena. Su león albino había fallecido, yéndose con él una parte de la hombría del viejo. El animal descansaba al igual que su madre, quien había apreciado sus primeros saltos cuando era pequeño.

Pero no todo se sentía vacío.

Aquella eminencia que yacía todos los días en silla de ruedas, había tenido cinco hijos. Cada uno, tenía una característica de su progenitora. La mayor y los últimos poseían los zafiros intensos que te roban la cordura. Los del medio, tenían la melena azabache y la piel pálida que los hacen ver míticos. El anciano adoraba a sus hijos como a nadie y estaba agradecido con aquella bruja que le había dado innumerables razones para vivir.

Pero ya todo se iba apagando.

Cada uno de nosotros tiene un destino al cual llegar. Sea rápido o tarde, pero llegamos. Eso mismo le sucedía a esta persona. Sus exhalaciones cada día empeoraban, a pesar de tener la mejor atención médica. Nada lo asustaba, solo una cosa.

𝑵𝒐 𝒗𝒐𝒍𝒗𝒆𝒓 𝒂 𝒗𝒆𝒓𝒍𝒂.

Cuento esta historia porque el anciano había despertado cuando se escondía el sol, y se había levantado listo. Su mandíbula lo sabía, su garganta también. Estaba esperando el momento y hora indicada, ya que un hombre tan sabio como él, quien había experimentado de todo en este mundo, no le sorprendió que le quedaban unos cuantos minutos.

Era una persona de admirar, incluso la rubia que regía su antigua organización hacía lo posible para que fuese recordado. Su rostro joven permanecía en carteles de los barrios, de los distintos grupos delincuenciales, del gulag, hasta en tus peores pesadillas aparecía su mirada leonada.

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