13. Una Última Vez

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Los primeros rayos del día reflejan su brillante luz sobre la abundante nieve volviéndola aún más blanca a la vista. Las ramas desnudas soportando el duro peso y las estalactitas heladas que se han formado con las temperaturas de la noche. El gélido frío de siempre.

Desde la viciada penumbra de sus estancias Ontari se fija en el pálido sol que se desdibuja en lo más lejos en el cielo volviéndose más ambarino por momentos. Le gusta verlo despuntar siempre en el cielo, más odia cuando este se debe ocultar. El frío regresa con más fuerza después de las primeras horas de la noche.

Sabe que no se debe quejar. Nunca se debe quejar o la reina Nia le hará pagar por ello de una u otra forma. Si bien su corazón es puro, está lleno de pura maldad. Cree ser una líder justa, implacable y honorable pero todos saben la verdad. El temor es el que rige su ley, el que ofrece su lealtad. Todos quieren verla muerta pero nadie tiene el valor necesario para lograr tal cosa.

Ni siquiera ella.

Debería odiarla. Debería odiarla con toda su alma pero Ontari más que ninguna otra persona en el mundo sabe lo que ocurre si la desafías. Algún día las cosas cambiaran, serán diferentes.

Algún día la Nación del Hielo no tendrá una reina, tendrá una Heda y será ella. Cuando ella comande, todo cambiara. Todo menos ella.

No puede dejar de pensar en lo que ha sucedido esa misma mañana. Podría haberle cortado el cuello a cualquiera que la doblegase de esa forma. Era rápida, era fuerte, era ágil y estaba preparada concienzudamente para pelear. Para lo que no lo estaba era para ver el miedo en los ojos de Roan frente a Nia.

La reina conocía de antemano como reaccionaría Roan si la vida de Ontari se veía amenazada por ella. El amor no tenía cabida en su corazón y por eso no podía tener cabida en el corazón del resto.

La piedad era cosa de débiles. Los sentimientos puras minucias en comparación con el poder y la voluntad. Regir con mano de hierro y ganarse el temor de sus enemigos era todo lo que un buen líder debía demostrar según ella. Incluso si quien te temía era tu propio hijo.

Se compadecía de él. Roan siempre estuvo a la altura de las circunstancias, solo que a Nia nunca le pareció suficiente. La reina hubiese querido un hijo mucho más cruel y despiadado. Alguien desalmado como ella, y como Roan no bastaba encontró en Ontari la pieza perfecta.

Ontari era inocente y dulce antes de ser capturada por Azgeda. La reina la entrenó, la corrompió y la destruyó hasta que todo signo de debilidad quedo fuera de ella. Pisoteo sus sentimientos y descartó sus emociones hasta que simplemente no quedó nada. Y cuando Ontari creció, Roan sencillamente la conquisto echando por tierra todo el trabajo logrado por su madre.

Cuando Nia se entero de ello, castigó duramente a Ontari y a Roan le desterró. Ontari sería la única Heda que la Nación del Hielo tendría y guerreros que poder defraudarla como lo hacía su hijo los tenía a millares.

No sintió remordimiento alguno al hacerlo. Es más, desterrarle de Azgeda y mostrar su vergüenza al mundo era una de las cosas de las que más se enaltecía.

Ontari ni siquiera pudo mostrar pena alguna por él. Se vio forzada a enterrar esos sentimientos y a con el tiempo hacerlos desaparecer. Se le prohibió recordarle, nombrarle. Cada falta se castigaría aún peor que la vez anterior.

Ontari dirigió la mirada hacia su lecho vacío, viendo la larga espada que se apoyaba a su lado contra la pared. Era lo único que conservaba de él. Se la había regalado cuando eran apenas niños y recién había descubierto la importancia de ser una Sangre Nocturna.

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang