96. Te Lo Prometo

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Lexa que termina de atender algunos importantes asuntos a tratar con Titus y algunos miembros de su séquito que le informan de cómo están yendo las negociaciones de algunos de los embajadores en sus clanes de los cuáles tienen noticias se fija a lo lejos en cómo Halena está sentada sobre los escalones con aspecto desanimado viendo a Eilan pasear a lo lejos por los pasillos con Ontari la cuál está mostrándole todo aquello.

—Si, estoy de acuerdo con eso quizás deberíamos intentar resolverlo antes de que los otros embajadores lleguen a Polis y estén al tanto de todo esto —comentó Titus a Lexa mientras los otros miembros abandonaban la sala—. Es posible que existan opositores a que Ontari sea la nueva regente de Azgeda pero lo resolveremos de la mejor manera para que...

—Trataremos este asunto luego, Titus —le interrumpió Lexa antes de apartarse de él.

Titus que puso una cara intentó que no se fuese.

—Pero debemos discutir los términos antes de que...

—He dicho luego —le cortó Lexa antes de que pudiese continuar dirigiéndose seguidamente a las escaleras ignorando el evidente mal humor del maestro—. Halena...

La niña que escuchó la suave pero firme voz de Lexa apartó la mirada a lo lejos de Eilan y volvió la cabeza para verla, apartándose las manos de las rodillas.

—¿Si, Heda?

Lexa que llegó al pie de la escalera se fijó en ello y se la quedó viendo.

—¿Querrías acompañarme un momento? —preguntó ella con expresión serena—. Hay algo que me gustaría mostrarte.

Halena que se levantó de los escalones con cierta cautela sintió los ojos de Titus escrutarla a lo lejos y bajó los escalones en silencio.

Lexa que la vio llegar a ella se volvió hacia uno de los pasillos, y comenzó a andar en silencio junto a ella. Halena creyó que llegarían al destartalado ascensor, pero se equivocó cuando Heda torció a la izquierda.

Desconcertada, continuó siguiéndola hasta que llegarón al final del pasillo a una enorme puerta. Halena se inquietó un poco desconociendo lo que había dentro pero cuándo Lexa la abrió sus ojos se ensancharon más al divisar lo que había en el interior de esta.

El amplio salón que se extendía tras la puerta contenía cientos de los miles de regalos que la Heda de los Trece Clanes y el Príncipe Roan de Azgeda habían recibido con motivo de su unión de sangre. Lexa ni siquiera había pisado la habitación antes pero sabía bien lo que buscaba dentro.

Halena permaneció parada en la puerta viéndola entrar dentro y cuando había recorrido un buen tramo del improvisado pasillo que los guardias habían dispuesto al depositar allí las ofrendas Lexa se detuvo y se volvió a verla.

—Acércate, no tengas miedo... —la invitó a pasar ella intuyendo su nerviosismo e inquietud en el umbral de la puerta.

Halena dudó algunos instantes pero finalmente se adentró no sin ciertas reservas.

Lexa que la esperó apaciblemente hasta verla llegar a ella, luego de un instante busco con la mirada aquello que tanto anhelaba hallar entre tantas ofrendas, y no tardó mucho en lograr verlo oculto tras algunos cántaros cargados de buen vino y flores frescas.

La niña que ladeo la cabeza observando con atención lo que miraba Heda, se tensó ligeramente al intuír una jaula y retrocedió rápidamente con prudencia.

Lexa que se complació al haber encontrado lo que quería tan prontamente entre todo aquello se acercó inmediatamente, apartando una de los cántaros de flores hacia un lado agachándose con cuidado para poder cogerlo.

Halena se inquietó mirando instintivamente hacia los lados por si había otras vías de escape cerca, pero cuando Lexa se levantó nuevamente medio minuto después y se volvió hacia ella, Halena se quedo sin habla al ver entre sus brazos la cosa más hermosa que había visto jamás en su corta existencia.

La Heda de los Trece Clanes había recibido como regalo de Azgeda una preciosa cría de pantera blanca muy inusual que dormitaba ahora entre sus brazos como una gran bola de algodón y nieve. Halena no pudo evitar dar dos pasos hacia ella con la mirada llena de asombro ante tal belleza.

—Fue un regalo para mi del pueblo de Azgeda —mencionó Heda acariciando al fiero e imponente animal a pesar de ser tan solo un cachorro por el momento—. Las panteras siempre han sido un reconocido símbolo de inteligencia, lealtad y nobleza.

La niña que no podía apartar la mirada de la hermosa criatura cuya belleza era delicada y extrema se atrevió a deslizar los dedos por el suave pelaje de su cabeza mientras escuchaba explicarse a Heda.

—Debía ser para mi primogénito, para que creciese junto a él o a ella y le protegiese con fidelidad y fiereza —articuló calmadamente Lexa mientras contemplaba como acariciaba su pequeña cabeza, Lexa que extendió los brazos hacia ella para su sorpresa lo dejó sobre los suyos con cautela—. Ahora quiero que te lo quedes tú.

El rostro de Helena se elevó para contemplar el de Lexa llena de pasmosa sorpresa.

—Pero yo no... —comenzó diciendo ella no muy segura de ello.

—Acéptalo como lo que es, un valioso presente de su tierra —insistió ella con benevolencia—. Uno que me complacerá mucho que tengas. Ahora eres mi responsabilidad Halena. Eres mi hija y quiero que sientas que nunca más volverás a estar tan sola como lo estabas en aquella celda.

Halena que sintió sus ojos humedecerse al escucharla tuvo que bajar la mirada al animal para no mostrarse tan patética ante la implacable Heda. Recibir tal honor de ella era algo impensable para alguien como Halena, de ningun modo estaba acostumbrada a tales deferencias. A que alguien se preocupase así por ella y aquello la conmovió sobremanera.

Lexa que se fijó bien en ella y en lo avergonzada que parecía estar le secó una lágrima con el dedo al tiempo que la hacía levantar la cabeza.

—A veces llorar es mucho más valiente que enmascarar lo que uno siente —murmuró ella fijándose en sus cristalinos ojos brillantes de lágrimas.

—¿Cómo puedes ser así conmigo sabiendo las cosas que he hecho? —acertó a preguntar Halena reteniendo las lágrimas sabiendo que Lexa conocía más de sus secretos de lo que jamás admitiría ante ella.

—Porque yo una vez fui como tú, Halena —confesó la poderosa Lexa kom Trikru, Comandante de la Sangre y Heda de los Trece Clanes—. Yo tampoco tuve nada. Nada por lo que desear quedarme. Nada por lo que luchar, nada por lo que morir. Aquellos que debían cuidar de mi no lo hicieron, y aquellos deseos de venganza, aquel dolor que constantemente sentí casi me consumen. No quiero eso para ti, no quiero eso para nadie como tú.

Las lágrimas que se deslizaban sin control por el rostro de Halena mientras ella inutilmente trataba de frenarlas ante Heda la sobrecogieron.

—Debería haber muerto con ellos... —repuso la niña temblando de puro desgarro—. Todo habría sido más fácil para mi así...

—Yo también solía creer eso —murmuró Lexa muy cerca viéndola abrazar al animalillo contra si intentando reconfortarse—. Solía creer muchas cosas horribles acerca de mi, pero hubo alguien que no lo permitió. Una mujer que estuvo siempre ahí para mi, que me cuidó, que me entrenó, que hizo de mi la persona que ves hoy. Y a la cuál le debo mucho más que mi vida.

—¿De verdad estarás siempre ahí para mi? —preguntó la niña con un hilillo de voz rota entre lágrimas.

—No me iré a ningún sitio Halena —la tranquilizó Lexa con amable gesto—. Cuidaré siempre de ti...

Halena que se llevo una mano al rostro rompiendo a llorar mientras que con la otra sujetaba al cachorro, se acercó instintivamente a Lexa abrazándola con necesidad y ella la rodeo con sus brazos devolviéndole el abrazo con fuerza.

Sus ojos se cerraron sintiendo como suyo el propio dolor de ella y recordó una escena similar con Anya cuando era ella la que lloraba de aquella manera.

—Nadie nunca, volverá a dañarte. Haré de ti mi más valiosa guerrera —rememoró las mismas palabras que Anya le dedicó una vez a ella cuando la rescató de su aldea—. Te lo prometo...

Continuara...

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Where stories live. Discover now