135. Debilidad

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El pesar y la desazón eran ya un claro reflejó en la expresión del rostro de la Heda de los Trece Clanes. Sentada sobre su trono en silencio había pedido que la dejaran completamente a solas.

Algunos miembros de su guardia personal habían accedido dócilmente, otros algo más reacios a abandonar su puesto no tanto pero al final, todos habían acabado por obedecerla. Se había asegurado de que Halena tuviese a su alcance todo lo que necesitase y sabía que Ontari cuidaría bien de ella mientras Lexa atendía otras de sus obligaciones.

Nunca nadie desde que asumió el mando, tuvo ocasión de poner en duda que el deber no fuese lo primero para ella, nadie y no iba a dar motivos para que la Coalición lo creyese ahora.

Tenía diecisiete años cuando ocurrió, diecisiete, y ya habían pasado algunas primaveras desde aquello. La muerte estaba próxima a ella, era algo que respiraba, con lo que convivía desde que nació pero no estaba preparada para aceptar otras clases de muerte.

Halena podría haber muerto ayer, podría haber muerto y todo sería culpa suya. Ser su protegida, su hija, la convertía en el objetivo más fácil para todos sus enemigos. Su relación con ella la ponía en peligro constantemente, y eso era algo que por mucho que estuviese en su mano, no podía evitar.

Por otra parte, el vínculo que la unía a Clarke era igual de arriesgado que el que compartía con Halena. Su indudable inclinación a protegerla se había convertido en otro problema poco fácil de explicar incluso a si misma. Su preocupación por ella era una constante que se reflejaba en su vida últimamente. Incluso más de lo que le gustaría admitir.

Si había algo en lo que Titus no estaba equivocado era en evidenciar que ambas eran su debilidad, lo eran.

Cada una la hacía vulnerable y errática a su manera. Cada una sacaba lo mejor de si, pero también lo peor a la hora de afrontar situaciones que de escoger la absoluta soledad nunca hubiese vivido.

El amor débilita acordó ella, pero también fortalece. Era una lección de vida que había aprendido a las bravas y con la que ahora comulgaba perfectamente bien. Aceptarlo, asumirlo, arraigarlo era lo que debía hacer. No quedaba otra más que aceptar lo inevitable, ambas le importaban. Le importaban lo bastante como para desvelarla e intranquilizarla de aquella manera.

Ahora mismo el pesar que sentía en su corazón era equiparable con la angustia que había experimentado con el paso de las horas al no tener ninguna noticia de Clarke. Los guardias que había enviado a buscarles aún no habían regresado con ellos y el mal estado del bosque tras la tormenta no dejaba lugar a duda de la difícil tarea que suponía eso. Lincoln había mencionado la palabra "pauna" y también la palabra "cerca", eso convertía su preocupación en miedo.

Los paunas habían sido temidos desde que los primeros natblidas poblaron la Tierra. Desde que Becca Pramheda, primera Comandante de la Sangre y Heda, descendió de los cielos y desde que las grandes nubes de humo emergieron del suelo convirtiendo los cielos en olas de fuego. Los paunas habían brotado poblando aquellos bosques, sus bosques y habían sido causantes de muchas bajas entre los suyos. Así como las fieras feisripa como Natshana, o como los salvajes pakstokas que en jauría acechaban la extensa selva.

¿Y si sus hombres no habían llegado a tiempo? ¿Y si el pauna les había encontrado antes de que llegasen?

Lincoln en cualquier otra circunstancia podría anteponerlas, defenderlas pero contra un pauna había más bien poco que hacer. Eran feroces, fuertes y despiadados. La destrucción y la muerte eran todo lo que les esperaba a aquellos que se cruzasen en su camino. Todo cuanto sabían hacer.

¿Y si por eso no tenía noticias suyas aún?

No, no podía permitirse pensar así. No ahora que Halena había salido de esta y la había recuperado, no ahora que Clarke regresaba a Polis con ella. Todo iba a ir bien, todo sería tal como debía ser.

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora