☥ ‣ CAPÍTULO 12

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Subterfugio Elaine

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Subterfugio

Elaine

Estuve hasta las 2 a.m. analizando informes y antecedentes del caso. Terminé exhausta y con fatiga. El trabajo no da tregua. Continúo la redacción de las carpetas pendientes. Traer la mente ocupada me ayuda mucho en eludir ciertos recuerdos y emociones. Un subterfugio útil cuando la mente te juega en contra.

Las primeras horas de la mañana se me fueron en los análisis del modus operandi en cada ataque. Nos dividimos esa misión los ochos, la cual será expuesta en la próxima junta.

En lo que a mi profesión compete, que es el área de la sociología criminal. Debo estudiar el contexto de los ataques en las capillas, dar con posibles causas que expliquen la conducta, el desarrollo y las consecuencias que tuvo tal comportamiento delictivo. Sin embargo, la escasez de datos sobre los fundadores y adeptos del culto, me complica.

Lidio con la frustración y tomo el último sorbo de la energética. Balanceo la cabeza entre mis manos a nada de estrellar la cara contra el escritorio e hibernar por los siguientes meses.

—Adelante —digo cuando tocan la puerta.

—¿Ocupada? —entra Kayden.

—Desearía no estarlo.

Se acerca al escritorio y me saluda con un tierno beso en la frente.

—Sabes... Yo puedo cumplir deseos —comenta—. Tú sólo pídemelo.

—Te pediría terminar el trabajo, pero no —admito—. Puedo hacerlo sola, sabes lo autoexigente que soy.

Comienza a amasar mis hombros.

—Dios... —suspiro—. Tus manos son mágicas.

—Lo sé —da golpecitos en la zona del omóplato derecho, se desvía hacia mi nuca y presiona las yemas de sus dedos en la columna.

Masajea mi espalda y me recuesto sobre el escritorio. Oculto la cara entre mis brazos déjame llevar por las manos de Kayden.

—¿Te gusta?

—Me encanta. Sigue, por favor...

Mueve sus manos lentamente por la parte superior de mi espalda, después baja por la misma realizando presión en la columna. Mis músculos se alivian ante sus mágicos masajes.

—Dime cómo te sientes... —susurra—. Quiero saber si te gusta cómo te lo hago.

—Me lo haces perfecto —gimoteo—. No pares.

Continúa masajeándome, lo que aumenta mi relajación. Mi móvil no deja de sonar y yo tampoco de imaginarme cómo sería si...

—¿No vas a contestar? —pregunta.

—No quiero hacerlo.

—Puede ser importante —se detiene.

Lo ignoro, sumida en sus masajes. La relajación aumenta hasta tal punto en que mitiga el estrés laboral. Hasta Erick irrumpe en la oficina. No pone buena cara al vernos.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora