☥ ‣ Capítulo 61

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Demasía del Morbo.

Zaid 

11:49 a.m. Oslo, Noruega. 

Mika se queja al teléfono mientras me cambio de ropa. Dice que Valery ya no está enamorada, por el mero hecho que ya no lo aguanta. La entiendo, en ocasiones tampoco lo aguanto.

—¿Ya y? —repito por milésima vez.

—No quiero perderla —confiesa—. Ya intenté todo para conquistarla. ¿Qué más puedo hacer?

—Dejarte de estupideces —suelto hastiado, ya me aburrió—. Dale espacio y disfruta del tuyo.

—¿Y cómo hago eso?

—Folla con otra y listo. Drama resuelto.

—¡Soy casado, cabrón!

—Dicen... —me burlo sarcástico.

—Consejos de mierdas —lo escucho respirar frustrado—. ¿Sabes algo de Xander? No he vuelto a verlo desde hace semanas en el burdel y es extraño que se desaparezca tanto tiempo.

—Se perdió.

O se lo llevó el Diablo —murmura con sorna—. Me tiene tranquilo saber que estás mejor de salud —empieza con cursilerías—. Hermano, para mí eres muy importante y...

—Ajá —finalizo la llamada.

Tiro el móvil a la cama y termino de abotonar la camisa. Me coloco el reloj en la muñeca derecha y aplico perfume. Salgo justo cuando Deborah entra a la habitación envuelta en una toalla.

—¿Vas a salir? —pregunta, secándose el cabello.

—Eso no te importa —salgo de la habitación.

—Amaneciste apático —me sigue detrás.

—El polvo de anoche no me alegró —contesto más antipático—. Antes follabas como hembra en celo, ¿Qué te pasó? —finjo decepción.

—Anoche no estaba de ánimos —increpa, molesta—.  ¿Crees que tengo ganas de coger después del funeral? 

—Ah, estás en depresión por la muerta.

—¡Zaid! —grita.

—Ve a terapia —es lo último que digo al salir. 

Permito que se quede en mi penthouse solamente por el sexo esporádico. Abordo el elevador privado, pero al abandonar el opulento edificio, tengo la mala fortuna de toparme a quién menos se me antoja verle la cara. 

Gabriel LaVey me mira impasible mientras una decena de hombres están detrás de él. Detecto también camionetas blindadas en la acera. Me trajo todo un espectáculo el falso sacerdote. 

—Su hija no está aquí —contesto sin más, mientras sigo mi camino—. Puedo mandarle la dirección de mi clon. Esta semana le tocaba a él.

Escucho que maldice al nombre de Charlie.

Los hombres no me estorban el paso cuando paso a caminar a la acera. Hay pocos transeúntes, que miran curiosas la decena de camionetas en la calle. Entro a la cafetería de la cuadra y me acerco al mesón. La dama me saluda y anota mi pedido. 

Cuando la mujer se voltea, le miro el trasero y las esbeltas piernas, que destacan bajo su delantal. Olvidé por completo lo hermosa que son las noruegas.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Where stories live. Discover now