☥ ‣ Capítulo 78

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Ars bene dicendi.

Kayden

Tres semanas después. Belgrado, Serbia.

Hay un hedor que me sobrecoge y trato de no vomitar. Mi cuerpo pesa a tal magnitud que soy incapaz de moverme. Trago saliva con aflicción ante la falta de líquido, el hambre perfora mis entrañas y comienzo a respirar agitado.

Las cadenas impiden forcejeo. Estoy colapsado por la miseria. Si existen un infierno, ese está en mi mente y de este ya no puedo huir. Los recuerdos se desvanecen lentamente.

—Las emociones son lo que nos consagra como humanos... —escucho el acento en latín provenir desde el pasillo—. Rendirle tributo al sentimiento, es digno de reverencia.

La silueta de Jeremiah se cierne, como reflejo de karma, frente a mí.

—No es la prisión que te prometieron, pero todo castigo se paga —suelta con sorna—. No ibas a quedarte sin condena, Kayden Manson.

Mi corazón se ralentiza en un pitido. No hay arrepentimiento. Volvería hacer todo aquello que cometí, e incluso pagaría la pena eterna mientras las personas que quiero estén a salvo.

El destello lastima mi visión cuando Jeremiah enfoca la linterna en mi cara.

—Ninguna tortura te cortó la lengua —denota sarcasmo—. No aún.

—Jeremiah... —me rio despacio—. Verás tu condena a través de mí. No olvides este rostro, porque seré el reflejo de tu muerte.

Retrae la gratificante expresión e ingresa a la celda. La pared de barrotes oxidados se desliza mediante mecanismos electrónicos, de pronto la luz de los tubos fluorescentes se intensifica.

Recibo una serie de golpes en la cara, seguido por una puñalada en la pierna.

—¡¿Quién te crees para amenazar?! —extrae la navaja y vuelve a incrustarla en mi otra pierna.

Ars bene dicendi... —musito.

—Tanta arrogancia —espeta y se hace para atrás—. Qué pena... Se te olvida que puedo tomar tu vida cuando lo desee.

—Regresé de muchas muertes... —no me inmuto—. Y de ésta, también lo haré.

—Lo dudo mucho —se limpia la sangre de las manos—. ¡Retomen el castigo! —ordena.

Cinco hombres descuelgan los ganchos que mantenían mis extremidades extendidas en una estrella, como un sanguinario relato de torturas. Se repite el mismo castigo que las últimas tres semanas; sufrimiento y sangre.

Arrojan mi raquítico cuerpo al suelo, me patean y azotan con gruesas cadenas. Dolor tras dolor, pero sigo sin sentir rabia.

El arrepentimiento de esto está bloqueado, no mutaré mi decisión. Sabía que los juegos conspirativos con Jeremiah tendrían sus consecuencias, pero no pensé que esos actos, afectaran a la mujer que amo y a mi hermano.

«Yo soy el epicentro de nuestras desgracias», me lo repito mientras soy agredido. Sitúan una máquina a metros de mí, liberan mi pecho de los estropajos y aplican las descargas eléctricas hasta verme retorcido. Sufro las consecuencias de mis actos a los pies del hijo de puta.

«El dolor no es eterno», me repito. «Como es arriba, es abajo. Y pronto volveré a la cima»

Jalan las cadenas, hiriéndome las manos. Para después, inyectarme sustancias desconocidas. Cedan esa parte física que yace al borde de un mortífero límite. Grito por la necesidad de liberar de algún modo esta ira. Sin embargo, la lengua se torna difícil de arrastrar, mientras que aquel coágulo late lento debido a la droga.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora