☥ ‣ Capítulo 38

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Infierno blanco. 

Parte I

Elaine

A las seis y veinte de la mañana el equipo investigativo aterrizó en la cuidad de Portland, desde ahí el recorrido continúo en camionetas hacia el noreste. Con escalas en Onalaska, Mossyrock y Elbe, dimos un largo paseo. Ahora vamos por la carretera 706, continuando el extenso trayecto hasta el Monte Rainer. La vista es increíble, inmensos arboles de pino cubiertos por nieve. A la distancia se divisa las cabañas perteneciente a los Weidman.

Todo el entorno es blancura pura. Por debajo de esta zona, están las praderas subalpinas de matices verde limón que se lucen en temporada primaveral, cuando la nieve comienza a derretirse y los riachuelos caen montaña abajo llevando consigo el despertar de la flora.

En esta época de invierno el día está nublado y las ventanas empañadas por el chocolate caliente que bebe Carla y Erick. Los demás se encuentran abordo en distintas camionetas por seguridad del equipo. Ya no solamente estamos enfrentando a un culto insurgente, sino que también a estos individuos elitistas, que parecen ser piezas claves en este rompecabezas.

Por debajo de la parka, traigo tres camisetas y un buzo polar puesto. Además de los guantes que mantiene mis dedos calentitos, ya estaban congelándose.

—Deberíamos considerar unas vacaciones en un pueblito nevado —comenta Erick al volante, luego canta It's the Most Wonderful Time of the Year, que se trasmite por la radio.

—Nieve, chocolate caliente y una cabaña —suspira Carla—. Es tan novelesco...

Miro a través de la ventana los campos nevados.

—¿Tú que opinas? —me pregunta Erick, la distancia y tensión en ambos a disminuido—. Aunque conociéndote, sé que vacacionarías en países soleados o tropicales.

—No soy fan del invierno —admito afable cuando sonríe—. Preferiría un día entero en Puerto Rico, a pasar unas vacaciones en Alaska.

—¿Y quemarse bajo el insoportable sol? —se queja Carla—. Mil veces mejor hacer muñecos de nieve o disfrutar del esquí. Si por mi fuese, tendría mi boda en la nieve.

Team frío por siempre —dicen Erick y Carla al unísono, chocando sus palmas.

Erick maneja hacia la derecha que conecta con una carretera angosta y algunos arboles talados alrededor. Cinco minutos después, llegamos hasta el Orfanato Weidman. El espacio es extenso y limitado por barandas hechas de madera cubiertas de nieves, tal como las múltiples cabañas iluminadas desde el interior. Tiene mucha semejanza con un campamento de invierno.

Las camionetas federales se estacionan en la entrada del orfanato, donde el matrimonio nos aguarda. Me pongo el gorro y los guantes para bajar, pero de repente veo correr a Sharon hacia el hombre parado junto a la mujer abrigada. 

—¡Lo he extrañado tanto! —la alemana lo estrecha en un abrazo afectuoso.

Yo, Carla y Erick nos miramos confusos.

—¿Conoce al señor Weidman? —nos murmura Lourdes, acercándose a nosotros.

—¿Sharon es huérfana? —arruga el ceño Erick.

—No hables así —musita Oscar, dándole un golpe en la nuca—. Es un orfanato, imbécil.

—¡Pero si huérfano no es un insulto, imbécil!

—¡Cállate! —lo reprendemos al unísono.

Erick resopla parándose al lado de Zaid, este se mantiene indiferente ante la afectuosa escena entre el matrimonio y la agente Collins. Ellos la saludan con cariño secándole las mejillas.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Where stories live. Discover now