☥ ‣ Capítulo 50

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Amparo.

Elaine

Martes, cinco y treinta de la mañana. Otra madrugada en insomnio. El remitente de las cartas que recibí hace unas horas no dejó pistas. O es un adepto del culto o alguien que sabe muy bien cómo intimidar a las personas. No hay ninguna pista entre líneas, sólo una vil conminación.

He bebido dos botellas de vodka para dejar de sobre pensar en lo sucedido. Las horas pasan mientras permanezco sentada frente a la chimenea encendida. El recuerdo del hombre de gabardina y bastón se repite una y otra vez. Como un mal augurio.

Destapo la sexta botella, bebo todo el contenido y salgo a la terraza de arriba. Fumo un poco antes de irme a la cama. Con suerte, logro conciliar el sueño cerca de las ocho de la mañana.

El despertador suena una hora después. Con la cabeza taladrarme, camino por inercia hasta la cocina y preparo una taza de café colombiano. De alguna manera tengo que distraer la mente; asear, escuchar música o salir a trotar parecen ser buenas alternativas.

Limpio las habitaciones de la segunda plata, lavo la ropa y también riego el jardín. De vez en cuando siento melancolía por el condominio, extraño mi apartamento. Sacudo esas ideas negativas y subo a cambiarme. Un atuendo deportivo; leggins y un peto de lycra.

Troto por el vecindario, completo cinco cuadras y de ahí tomo la ruta a la casa.

Durante el entrenamiento, reflexiono ciertas cosas que ha estado abrumándome. Las últimas dos semanas han sido un caos, plagado de amenanzas, discordias y emociones cruzadas. Estoy sofocada de sentir y no poder encontrar un subterfugio que me saque de esta monotonía.

Diviso la casa a media cuadra, así que detengo el trote y camino a paso calmado.

—A usted la estaba esperando —Rosario, la vieja alcahueta está parada de brazos cruzados en la puerta. Lleva puesto un vestido anticuado de flores y el cabello canoso atado con pinzas.

—No tengo nada que hablar con usted —soy tajante—. Váyase de mi casa, por favor.

—Ya le dije —cruza los brazos en sus pechos—. Tenemos que hablar, le guste o no. Va a tener que escucharme o me comunicaré con la prensa y el padre de la iglesia.

—¿Piensa llamarlos porque me vio en pleno coito?

—Aparte de libertina —me acusa—, es satánica. Yo lo sé.

Blanqueo los ojos, suplicando paciencia.

—No sé qué duende pise o qué mierda hice para tener a una vecina tan alcahueta.

—Tengo una hija de treinta años que cuidar —contesta alterada—. Y yo no voy a tolerar que usted traiga sus cochinadas e inmundicias satánicas al vecindario.

—¿Qué vio ahora, Rosario? —pregunto hastiada—. ¿Me vio montar una escoba?

—Sabemos muy bien que prefiere montarse otras cosas... —murmura cizañera—. Ayer por la noche vi que se paseó por el jardín en túnica oscura. Yo no sé si está loca o es que...

«El remitente de las cartas», lo comprendo. Dejo de escucharla y miro el techo de la casa, hay cámaras de seguridad que pondrían haber registrado algo. Tengo que revisarlas.

—¡Por eso le digo! —sigue parloteando Rosario—. Si quiere hacer sus cochinadas o rituales satánicos, váyase del vecindario y...

—Se lo diré de una buena vez, señora Rosario —le espeto—. Aparte de ser una mujer amante al sexo exacerbado, tengo dos maridos y me turno para montarlos por hora. También soy líder de una secta importante, ¿Y adivine qué? Para la noche de San Juan haré una hoguera y un trío en el patio, por si le gustaría ir a cotillearnos teniendo sexo pecaminoso.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Where stories live. Discover now