☥ ‣ Capítulo 25

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Santa Mónica.

Kayden

El mundo es perfecto si camino de su mano. Esa frase se repite en mi mente mientras la veo caminar a mi lado. Elaine de acerca a un carro de algodones de azúcar, pide dos. Disgustamos el dulce que se deshace en el paladar en lo que recorremos el Pacific Park.

Ruega porque nos subamos a la montaña rusa y no me da más alternativa que consentirle los caprichos. Da hiperactivos brincos en el asiento mientras mi estómago se retuerce. Cubro mi mano por la arcada y la escucho reírse. El carro aún no avanza y ya tengo náuseas.

—Dame tu mano —deja la risa—. No la soltaré.

—Tú y tus estupideces —finjo que me enojo cuando entrelazo su mano. Mi anhelo será siempre tenernos así, con nuestras manos unidas y mirando el mundo desde la cima.

El carro avanza lento hasta alcanzar su punto alto. Elaine se ríe y yo parezco gato empapado aferrado al asiento. Se forma un agujero en mi abdomen. Gritan eufóricos durante el descenso que seda sus mentes de adrenalina. Basta un sólo segundo en que la vea sonreír, para esfumar mi mal estar.

Elaine se da cuenta que la estoy mirando y hace una mueca burlona. Dejo de mirarla, pero sigo dándole la mano. El carro regresa a su punto de partida y respiro agitado por la horrible humillación que es tener el terno arrugado.

—¿Desean otra vuelta? —ofrece la joven, pero antes que Elaine acepte, agarro su mano y me la llevo conmigo lejos de esa porquería. 

Damos un paseo por el parque y otra vez la mujer se emociona. Corretea entre el gentío jalándome del brazo hacia el puesto de juegos. La hago a un lado para pagar las cuatro fichas y recibir dos balones cada uno.

—Qué inepta, no sabes meterla —me le burlo con ganas. Lleva diez intentos y traigo la cara entumecida de tanta risa.

—¡Verás que ahora sí! —y sueña.

Se para de puntillas y muerde su labio inferior, concentrada en la canasta. Contengo la risa y me apoyo en la barra que separa el juego del puesto adjunto. Reviento a carcajadas por la mala puntería que tiene para encestar.

El encargado le da otra oportunidad dándole otro balón y Elaine está que llora.  

Ya te gané —expreso altivo—. Supéralo.

—¡Me desconcentras, cállate! —lanza el balón en mi dirección.

Detengo la burla por el impacto que dio de lleno en mi entrepierna. 

—¡Era en la canasta, estúpida! —afligido me doblego por el dolor en la ingle.

—Por fin le dio —habla el imbécil a cargo del juego. Le da un peluche como premio, pero el juguete acaba en la basura minutos más tarde.

Cruzamos la salida del parque y continuamos el paseo hacia la orilla de la playa. Elaine se quita sus zapatillas pidiéndome que lo haga también, según ella dice que la tierra absorbe la mala energía. Yo no tolero la arena por la comezón que provoca.

—Hay va otra... —se lleva a la boca una papa frita—. Cuando volvimos del tribunal en Birmingham, Charlie los obligo a subirme los ánimos con una canción. ¿Cuál era? 

—Tarde horas para hacer el ridículo —le saco una papa frita llevándomela a la boca—. Era el tema de la película Grease.

—Mmh... No recuerdo de quién te habías disfrazado ese día —finge amnesia.

—De Sandy —le encanta la payasada de humillarme.

Sus mejillas se sonrojan por la grotesca risa que la tienen toda colorada. No comparto el chiste y la empujo a la arena.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Where stories live. Discover now