☥ ‣ Capítulo 36

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Tempestad.

Elaine

—Ya estoy harto —espeta Zaid.

—Cuándo no —murmuro.

Don Simpatía está colgado en el árbol y no está con delirios de simios. «Aunque lo primate todavía no le evoluciona». Omito las risas cuando me aniquila con su expresión.

Está ayudándome a preparar la tela para la danza que les haré a los pueblerinos. A los niños les encantó tanto la idea, que no pude negarme. Por ello, insistí a Zaid en ir a la ciudad por los materiales. Por la mañana fuimos hasta El Vigía a comprar mosquetones de seguridad, la tela deportiva y la soga.

Después hicimos un recorrido por el entorno del lago para buscar el árbol que esté en óptimas condiciones y sea seguro. Ahora está preparándolo mientras sigue mis indicaciones.

Es satisfactorio mandarlo.

—Tu mierda ya está puesta —se sacude las manos—. Lista para que te ahorques.

—¿Así que no usarás tus manos? —me le burlo y le paso la botella de agua—. Debo probarla.

—¿La tela o mis manos? —alza una ceja, coqueto.

La risa pícara en ambos es inevitable.

Se empina la botella para beber, en lo que ratifico la seguridad en la tela. Quedó perfecta.

El lugar está rodeado por arbustos y palmeras. El árbol elegido está ubicado a pocos metros de la orilla del lago, donde están los primeros palafitos con otros pescadores. De regreso a la lancha, me aplico más bloqueador.

—¡No toques, me arde! —le grito, cuando clava los dedos en mi espalda—. Cabrón.

—Llegarás a Los Ángeles y se va a despellejar la exasperante cara que tienes —insinúa una sonrisa maliciosa—. Ese será tu karma.

—Con una ducha y se pasa —mojo las manos en el lago para empaparme el cabello.

—Dicen —musita.

No contesto por andar absorta en su sonrisa, esa que me estremece tanto. Los ojos se le achinan un poco y la comisura de su boca se engancha con coquetería. Desearía decirle que no dejase de sonreír, pero hasta con mala cara este hombre sigue siendo irresistible.

Dejo de verlo por una punzada de decepción. Hace dos días que no sé nada de Kayden o mis amigos. A pesar que no he besado o follado con Zaid, siento que dormir con él, e incluso viajar a otro país sin avisarle a nadie, es un daño para mi relación con su hermano.

Sin embargo, hay algo que siente bien. Mirar los ocasos en un lago, ese silencio y el olor natural hace que obtenga un instante de paz.

—Mañana es domingo, deberíamos regresar temprano —comento—. El viaje es largo.

—Regresaremos —dice mientras dirige la lancha a través del motor.

—Debo agradecerte esto... —confieso vacilante—. Maracaibo es maravilloso, este pueblo y el viaje a este lugar me encantó mucho.

—El viaje no es el regalo.

—¿Ah, no lo es? —indago, pero su expresión me priva saber qué trama.

Detiene la lancha entre los palafitos y me bajo para recibir las bolsas con los víveres. Carmen aparece por el puente, mientras que sus hijos corretean alrededor de Zaid pidiéndole jugar.

El apático les hace el quite, por lo que le doy un codazo para que relaje la amargura.

—Ve con ellos, ayudaré con el almuerzo —le digo—. Zaid, juega. No arruinarles la infancia.

APARIENCIAS AFRODISÍACAS ©Where stories live. Discover now