#6 La mesa

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El maravilloso timbraso del medio día anunciaba la gloriosa hora del almuerzo.
La gloriosa hora de ir a por ese libro.

Sin esperar más, camine con rapidez al comedor, más bien, cafetería.

No podía quejarme, la comida era gratis y había un menú extenso, pero nunca daban cosas de mi agrado, así que prefería llevarme mis meriendas.
Tristemente ahora estando en la casa de esos idiotas, no conozco que comen o que les gusta, así que... No tengo meriendas.

Tomé las pocas cosas que parecían no iban a matarme y caminé en dirección a la salida.
Caminé, verbo pasado.

Unos brazos que desconocía me cargaron cual costal de patatas y me empezaron a llevar a algún lado.
¿Acaso nadie veía que me estaban secuestrando?.

—Suéltame o te voy a patear en las pelotas hijo de puta —pataleé sin cesar mientras golpeaba ridículamente su espalda.

Vaya espalda.
Ya sé, soy una aprovechada.

—Uff, cuidado, me estás matando —se burló el desconocido. Procedió a poner mi trasero en una superficie sólida que mi cerebro reconoció como una mesa.

Era la mesa.
Donde se estaban todos ellos.

—Bienvenida al nuevo mundo —se mofó Keegan mientras me señalaba con el tenedor.

—Es una regla que tenemos, todos los integrantes de la fraternidad acostumbramos sentarnos aquí —añadió Cameron mientras se llevaba la comida a la boca. —Acostúmbrate —sentenció.

—No tengo que acostumbrarme a su pésima compañía —gruñí mientras me levantaba, totalmente dispuesta a largarme del lugar.

¡JA! ¿Yo? ¿Compartiendo mesa con esos? No cualquiera puede tener semejante privilegio.

—¡Buen día chicos! —fui empujada al asiento otra vez cuando otra chica se sentó a mi lado.

Kate Sulivan.
Mejor conocida como Kitty.
No quiero imaginarme porqué.

—Buen día —pronunciaron todos al unísono. Claramente su presencia era algo neutro para ellos. Me refiero a que no se alegraban pero tampoco les importaba.

—¿Qué tienen planeado hacer hoy? —sonrió mientras paseaba sus dedos por el brazo de un desinteresado Matthew, el cual miraba la comida con vagancia. —Disculpa, cariño, somos muchos en esta mesa, ¿No crees? —volteó a verme con una sonrisa de irritación.

—Pienso lo mismo, adiós —me volví a levantar tomando ya mi frío almuerzo, alegrada por primera vez de la presencia de ese grano en el culo que se hace llamar "persona".

—Ven acá —de un jalón, fui estampada contra la silla, otra vez.
Mi pobre trasero ya palpita.
Me duele.

—Huh, se me había olvidado la tradición —volvió a plantar una sonrisa en su rostro como si no hubiera pasado nada.

Me enferma la gente hipócrita.

—Mmm, ¿Quién es esa chica? —preguntó Hunter mientras paseaba su vista por una chica que recogía su almuerzo.

Ah, la chica del chicle.

—Se llama Alizze, es lo único que se de ella, tampoco me importa —resopló mientras se acomodaba el escote que según las reglas de la preparatoria estaba prohibido usar. —Volviendo al tema... ¿Qué tienen planeado para esta noche? —volvió a preguntar.

—¿Puedes soltarme? —le susurré a un tranquilo Keegan, que me sostenía como si fuera una camisa de fuerza.

—Pero estoy cómodo —se quejó con una gran sonrisa. —Además, no quiero que te vayas —susurró mientras jugueteaba con mi cabello.

Cuanto odio a este hombre.

—Hey —una tercera voz femenina se oyó sobre la mía, incluso la de Kitty.

Instintivamente todos volteamos a ver a la dueña de esa voz.

Carajo.
La chica del chicle de nuevo.

—Ven —me extendió su mano, a lo que instantáneamente la miré sin entender que diablos estaba haciendo. —Me debes una, ¿Recuerdas? Vengo a cobrarlo —tomó mi mano y me jaló hacia ella en un instante. —Bon appetit —añadió mirando a los demás, que solo se le quedaban mirando como si fuera un ser celestial.

En mi caso sí que lo era.

—Sí... —fui arrastrada hacia la salida por ella, que mantenía la vista al frente, mientras que todos los demás mantenían la vista en nosotras.

Luego de unos minutos de caminata, nos detuvimos frente a la gran puerta de la biblioteca.

—Em... —traté de hablar, mas nuevamente fui arrastrada hacia adentro.

—Te veías incómoda —habló por fin mientras firmaba la lista de los que estuvieron presentes en la biblioteca. Volteó a verme de reojo mientras me pasaba el papel y el lápiz.

—Lo estaba —afirmé mientras firmaba. —Son unos idiotas —bufé, dejando el papel en la recepción.

—Me di cuenta —caminó por los largos pasillos, concretamente al área de historia, llena como todas las demás de libros viejos y empolvados. —No parece que tengan una buena relación —empezó a buscar por entre los estantes.

—¿Tanto se nota? —murmuré mientras caminaba detrás de ella. —¿Qué libro estás buscando?.

En cuanto escuché los nombres me adelante a ella, y tome los dichos libros como si supiera donde está cada uno.
Caminé hacia ella de nuevo y se los extendí, mientras veía como me observaba con sorpresa.

—¿Vienes seguido aquí? —los tomó mientras ojeaba que fueran supongo los libros correctos.

—Sí, pero últimamente no he podido por culpa de esos imbéciles —gruñí mientras tomaba paso a la estantería de fantasía, buscando el dichoso libro que tanto necesitaba leer.

—Perdona que me meta en tus asuntos, pero, ¿Porqué estás con ellos si te caen tan mal? —el resonar de sus botas me dejó saber que venía detrás de mí.

—Es una larga historia.

—No tenemos nada mejor que hacer en la media hora que queda de almuerzo —sentenció.

Bueno, ¿Qué es lo peor que podría pasar?.

Media hora más tarde, charlaba con Alizze sobre lo que había sido mi vida estas últimas semanas, o meses, ya no tengo memoria del tiempo.

—Eso es algo injusto —se quejó mientras leía los libros de historia y anotaba algunas cosas en sus cuadernos.

—Ya sé, pero si no aceptaba me iban a expulsar, o peor, me pondrían en una hermandad —torcí el gesto mientras observaba lo que escribía.

—¿Tan malas son? —rió, cerrando uno de los libros y levantando la cabeza para mirarme. —No me eches miedo, yo tuve que entrar a una hermandad —suspiró con pesadez mientras empezaba a marcar con plumones lo más importante.

—No todas, pero la gran mayoría sí —reí burlona. —¿Qué estudias que has estado leyendo estos libros por casi media hora? —inquirí con curiosidad.

—Modismo —respondió cerrando el otro libro y mirando su reloj. —Ya casi va a sonar la campana, debería irme —guardó sus cosas levantándose de los cómodos asientos. —Ah, y no olvides lo que me debes —añadió.

—Créeme que no lo olvidaré —asentí mientras me levantaba al mismo tiempo. —Espero verte mañana entonces, chica del chicle.

Soltó una risa por el reciente apodo.

—Dalo por hecho —se despidió.

Y se fue.

Era agradable.
Ella era agradable, corrijo.
Charlamos como si fuéramos amigas de toda la vida, eso era agradable.

Aunque el buen momento no iba a durar me mucho.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now