#36 Príncipe Azul

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—Aceptaré el castigo que quiera darme, director —admití con sequedad, sentada en la silla de la oficina luego de moler a golpes al idiota que me retó.

No creo que haga falta aclarar el porqué estaba en la oficina del director.
Puños y patadas volaron por todo el comedor.

Descubrí que el chico se llamaba Nick, Nick O'Brien.
En mi idioma, un marica.

—No puedo creer que hicieran tal espectáculo en el comedor, y menos viniendo de ti, Smith.

Miré en direccción a la ventana, ignorando los superficiales comentarios del director hacia mi persona.
El chico en cambio, se mantenía callado, como si estuviera reflexionando sobre lo que hizo.
Más bien, sobre lo que le hice.

—También lo lamento, no estaba en mi mejor momento y me dejé llevar —soltó un sonoro suspiro, y me miró con arrepentimiento.
Arrepentimiento que no sabía si debía creer o rechazar.

—No fingas, simplemente eres un idiota —respondí con tranquilidad.

—Director, en primer lugar, fui yo la que provocó a esta chica, así que lo justo sería que ella se liberara del castigo.

—Tu intención es buena, pero no puedo hacer algo como eso puesto que ella te atacó —sentenció el director, mirándome fijamente con decepción.
Vaya novedad.

—No necesito un príncipe que me salve, como ya dije, aceptaré el castigo que usted quiera imponerme.

—No trato de ser un "príncipe azul", solo me hago cargo de mis errores —cortó, mirándome como si no entendiera porqué era tan tosca con el cuando solo trataba de ayudarme.

—¡Silencio! —cortó el director, estampando su mano contra la mesa. —Joder, malditos mocosos, larguense de una vez y no vuelvan a pelearse, ¿Entendido?.

Me levanté silenciosamente y salí, pero detuve en el marco de la puerta al escuchar las palabras del director.

—La próxima vez no seré tan bueno.

—Nadie le pidió que lo fuera —salí nuevamente, tomando mi mochila y caminando hacia mi casa ya que mis clases habían acabado.

El chico que estaba conmigo no tardó en salir disparado de la oficina, chocando con mi espalda y haciendo que casi saliera volando.

—Joder, ten más cuidado —gruñí, acomodándome la ropa y continuando mi camino.

—Enserio, lo lamento, por todo —volvió a repetir.
Me detuve un momento y volteé a verlo, soltando un suspiro de cansancio.

—Escucha, ya no importa, ¿De acuerdo? Tu no me provocaste, yo no te golpee, todos felices y contentos —respondí mientras observaba como la reciente herida de su ceja se abría levemente y empezaba a chorrear sangre. —Ve a la enfermería —en ese momento me di media vuelta y seguí mi camino, sintiéndome un poco mejor por alguna razón que desconocía.

Miré la hora de mi teléfono y lo apreté con levedad.
Antes de irme a ese infierno que sabía que sería New York, quería algo frío que me congelara los pensamientos.
Así que me encaminé a una heladería cercana al instituto.

El día estaba soleado, las personas caminaban de aquí para allá y los autobuses iban y venían.
Que poético.

Cuando entré a la heladería el típico sonido de la campanilla me recibió, y el dulce aroma a helado inundó mis cosas nasales, conduciendo mis pies a una mesa rápidamente para desesperarme ya que nadie venía a tomar mi órden.

—Buenos días, ¿Que quiere pedir esta inmunda chica? —una voz chillona bastante conocida para mi gusto hizo que mis ojos se cerraran tratando de buscar una paz interior que sabía que no tenía.

Marion.

—Un... Helado napolitano, por favor —respondí sin siquiera mirarla. —Y no me fastidies.

—¿O si no qué? —estampó la pequeña libreta en la mesa, observándome con superioridad.

—Acabo de salir de la oficina del director, no me hagas ir a la comisaría por intento de asesinato —fue ahí cuando la observé, tomando el bolígrafo que llevaba en sus manos y escribiendo en la pequeña libreta: "Puedo arruinarte".

Ella me arrebató la libreta y leyó lo escrito, abriendo los ojos con furia para luego mirarme fulminante.

—No te atreverías —amenazó.

—¿Quieres probarme? —contesté, con una sonrisa ladina llena de diversión; verla nerviosa solo hacia que la satisfacción interna creciera.

Gruñó amenazante, pero se alejó con lentitud y se dirigió a una puerta solo para empleados.
Minutos más tarde donde me había ensimismado mirando por la ventana, escuché como mi helado era puesto sin una chispa de delicadeza en la mesa.

—Que asco de servicio al cliente —murmuré, tomando todo y poniéndome de pie. —Ah, y, cuidado de ahora en adelante, Marion —salí del pequeño establecimiento y caminé a la casa mientras degustaba el helado.

Entonces recordé que había dejado a Lianelis sola en aquella mesa, aunque seguramente ya debe estar lejos.
Pobrecita, ahora me sentía mal, pero tampoco fue mi culpa que ese idiota de O'Brien me molestara.

Y tambien recordé que tenía que irme a New York el maldito fin de semana, y no tenía el jodido vestido que tendría que tener.
Y lo peor de todo, hoy era jueves.

—Mañana tendré que salir a comprar el vestido —bufé, masticando la cuchara del helado con brusquedad.

—¿Smith? —me sobresalté y voltee a verla lentamente. —Que alivio, me preocupe cuando fuiste a la oficina del director —se acercó con una sonrisa amigable y se posicionó a mi lado, con mi mirada en ella en todo momento.

—¿Te preocupaste? —levanté mi ceja mientras mordisqueaba nuevamente la cuchara.

—¡Obviamente! Ese chico se veía muy rudo, pero tú le diste una buena paliza y lo pusiste en su lugar —hizo gestos de estar luchando, lanzando puños al aire.

Reí con suavidad, retomando mi camino junto a mi acompañante.
Instantáneamente pensé en Alizze, en que me gustaría que ella fuera la que me acompañara en ese momento.

—Te escuché murmurar algo sobre un vestido, si quieres... Puedo acompañarte mañana a comprar algo —ofreció, con una sonrisa tímida llena de nerviosismo.

La miré de reojo, analizando su oferta.
La verdad era que no quería salir a comprar nada en primer lugar, pero debía hacerlo. Y si tenía la opción de no hacerlo sola, la aprovecharía.

—Primero quiero que me respondas algo.

—¡Adelante!.

—¿Porque estás tan interesada en ser mi amiga?.

El rostro de mi acompañante se tornó de un rojo intenso al instante en el que pregunté.
Ya sabía lo que diría, pero se puede saber mucho de una persona según sus expresiones.

—Bueno... Creo que te diste cuenta del porque, hay un chico...

—Dos chicos —corregí. —Te gustan ambos, a mi no me engañes —levanté mi ceja, observando la casa asomarse a lo lejos.

La pobre se cubrió el rostro con las palmas de sus manos totalmente avergonzada.

—Ya se que está mal... Pero es inevitable, no puedo controlarlo —soltó un suspiro de agonía mientras se detenía.

—Creo que entiendo ese sentimiento —caminé hasta la puerta de mi casa y la abrí, volteando hacia ella. —Te veré mañana, 8:00, no llegues tarde.

Su sonrisa enérgica me dejó saber que llegaría a tiempo.
Al parecer era una oveja solitaria, como yo en estos momentos.

Al entrar, me recosté de la puerta y empecé a pensar si era una buena idea.
No estaba confiada del todo, pues la chica pertenecía a la hermandad de Kitty, y no confiaba en lo absoluto en esa mujer.
Era una víbora que haría cualquier cosa para joder el día de una persona.

Pero, ¿Y si no era así? Quizás podría ser... El reemplazo temporal de Alizze, porque aunque suene mal, es lo que siento que será.
Así somos los humanos, usamos a las personas para nuestro propio beneficio, aunque no tengamos una mala intención.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now