#78 Fueron mi instante favorito

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Narrador Omnisciente

Todos comían en total silencio, dejando a relucir el sonido de los cubiertos sonando contra los fríos platillos.

—Querida suegra, ¿cómo están las cosas por aquí? —preguntó la mujer, enroscando sus rojizos cabellos alrededor de sus dedos. —Me apena que sea tan fría conmigo, puesto todo lo que yo significo para su familia.

—Tú no significas nada —espetó la vieja, apretando los cubiertos de mala gana debido a la actitud prepotente de la menor. —Tú y todo lo que sucedió fueron accidentes.

Los tres jóvenes, protagonistas de esta historia, se mantenían en silencio debido a la discusión entre las dos mujeres, ambas queriendo tener el control de la situación.
Pero, ¿cómo siquiera podrían prestarle atención a algo como eso?

—¿Podrían dejar de jugar a la familia feliz y decirnos qué sucede? —cortó Megan. —No es gracioso y menos aún agradable que discutan sin parar cuando tienen cosas importantes que decirnos.

—Me gustaría que te calmaras.

—A mi me gustaría que me contaran qué coño está pasando —añadió la pelirroja, dejando los cubiertos de mala gana, observando a todos los presentes en la mesa.

—Controla tu vocabulario —demandó su supuesta abuela, esa anciana que había traído a ese ser infernal que tanto detestaba.

—¡No me pidas esa mierda ahora! —gritó, estampando su puño contra la mesa con furia. —¿Acaso no ves lo desesperante que es saber que todos aquí saben algo, y no te lo quieren contar? —preguntó, dejando que su voz se rompiera lentamente. —¡Por supuesto que no!

—Megan... —las tersas manos de su compañera se pasearon por su hombro, tratando de calmar el temperamento de la chica. —Abuela, por favor solo dinos que esta pasando...

El silencio volvió a perdurar en la sala.
Desesperante, abrumador, aplastante.

—Es hora de que lo sepan —comentó. —Ya se lo han ocultado lo suficiente —espetó, dirigiendo su azulada mirada a los tres niños, aterrados de tener que escuchar esa aplastante verdad que tanto le habían ocultado durante al parecer toda su vida.

—Se sutil, esto no es fácil para ninguno de ellos —espetó su abuela, cerrando los ojos para no tener que sufrir ver a sus nietos de esa forma tan desesperante.

—¿Cómo se supone que sea sutil con un asunto como este?

—Esto tiene que ver con nuestro hermano perdido, ¿verdad? —espetó el hermano mayor, observando a la pelirroja mujer que se mantenía en total tranquilidad.

—Hermana —corrigió, haciendo que les subieran un escalofrío a los tres muchachos. —Verán, la historia es muy simple, podría decirse que hasta chistosa —añadió soltando leves risillas. —Como todos saben, yo soy la madre de esta afortunada niña —la mujer se puso de pie, caminando alrededor de la larga mesa.

—Lizzy... —amenazó la señora, tomando el brazo de la mujer con brusquedad.

—Me pediste que habláramos, y justo eso es lo que haremos —cortó, alejándose de la anciana. —Como decía —continuó. —Estuve con un hombre, un misterioso hombre que me cautivó totalmente, con cabellos tan rubios como el mismísimo sol —tomó los mechones dorados de la rubia, que se mantenía en total silencio.

—¿Qué estás diciendo?... —murmuró el chico, apretando el delicado mantel con sus rasposos puños.

—Dicho hombre, me cautivó a tales extremos que me emparejé con el. Luego de unos meses, pasó —se sentó suavemente entre la confundida y asustadiza Alizze, que la miró con los ojos tan abiertos como platos. —Tuve dos hermosos mellizos, de cabellos tan rubios como su padre.

—E-Eso es... imposible —susurró la rubia, alejando la mano de aquella mujer de un manotazo. —¡Estás mintiendo! —gritó, levantándose más rápido y amenazante de lo que aquella mujer le permitía a cualquier ser humano coherente.
Misma mujer que no tardó en hacerla sentarse nuevamente.

—El hombre fue astuto, y esperó a que diera a luz a sus dos soles de la realeza —la dura mirada de ese ser se posó sobre la pelirroja, que empezaba a entender por las malas el punto al cual se quería referir. —Para decirme que ya había tenido todo lo que quería de mí, obligándome a irme con otro hombre —añadió. —Pero, justo antes de separarnos definitivamente, tuvimos una última aventura.

Los ojos de la más pequeña se abrieron, cristalizados por el impacto psicológico que eso le causó.
Pero más que nada, por la cruel realidad que eso suponía para su pasado.

Megan Pov's

—De esa última aventura, naciste tú, Megan —y ahí fue cuando mi mundo de detuvo por completo.

No.
Me negaba a creerlo.
Me negaba a creer que esa voz difusa que escuchaba en mis sueños era el señor Dominic.
Me negaba a creer que compartía la misma sangre que Alizze y Andrew.
Me negaba a creer... que Mateo no era mi hermano.

No, me negaba a creerlo.

—¿Esto es una broma, verdad? —murmuré con lentitud. —Tiene que ser una jodida broma... —susurré, tomando mi cabeza sintiendo que el aire empezaba a abandonar mis pulmones.

—El árbol genealógico no miente —espetó ese ser despreciable que me había traído al mundo. —Adelante, mira sus caras y dime si esto es una broma —pasee mi mirada por los rostros oscurecidos de los presentes.

—Tú... no puedes ser mi madre... —susurró Andrew, poniéndose de pie con lentitud. —¡Tú no puedes ser mi madre! —gritó, poniendo sus manos alrededor del delicado y blanco cuello de la mujer.
Las personas cercanas no tardaron en tratar de apaciguar el temperamento del chico, segado por el shock de esa impactante noticia.

Alizze, ni siquiera podía hablar, escondida en el pecho de su abuela buscando consuelo.

Y luego estaba yo.
Sentada procesando esa dolorosa y cruel realidad.
Mateo, ese ser que había compartido y dado su vida por mí, no era mi hermano, no había nacido de la mismo esperma que yo.

Todo había sido una mentira, una jodida mentira.

Y eso...
Eso me destrozó de una manera en la que juré que nunca me destrozaría, tanto física como mentalmente.

—¡Megan! —gritó Alizze, aunque lo escuchaba difuso, lejano. —¡Megan, mírame! —añadió, mientras yo dejaba que el cansancio y el agotamiento se apoderaran de mi cuerpo.
¿Iba a morir? ¿Este era el destino que habían preparado para mí? Que cursi, que cliché. —¡Llamen a una ambulancia, joder!

En ese preciso momento, en ese preciso instante, mi simple vida pasó frente a mis ojos.
Desde los más insignificantes detalles irrelevantes, hasta los calientes momentos, las grandes fiestas, los viajes inesperados, la familia C, Alizze, Andrew...
Los chicos.
Mis chicos.

Y, vaya que tenía que decirlo:
Fueron mi instante favorito.

—¡Megan, por Dios mírame, mírame! ¡No puedes morir! ¡No te mueras! —gritó la rubia, haciendo que sonriera con lentitud, aunque ni siquiera estaba consciente.

—Estaré... bien —susurré, respirando lo más hondo posible, escuchando los gritos de fondo de puro terror.

Y simplemente, me dejé llevar.
Aunque, quizás no es mi final, fue uno... Épico.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now