#42 Error incorregible

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—¿Qué mierda acabo de hacer? Esto es un error incorregible... —traté de tranquilizar la crisis existencial que tenía Alizze en ese momento. —Abuela Colette nos matará...

Ya se nos había pasado la borrachera intensa que nos dimos, y ahora llegaba el cargo de conciencia y el arrepentimiento por lo que habíamos hecho.

—Seamos positivas.

—Positivas... Si... ¿Qué es lo peor que puede pasar? —soltó una risa de nerviosismo mientras se recostaba de la pared y se deslizaba por ella con lentitud.

Para agravar aún más la situación, nos habíamos quedado toda la maldita noche en un motel de mala muerte.

Y aún peor, no sabía que tan cruel era esa tal Abuela Colette, pero gracias las reacciones de Alizze, empezaba a imaginarme una cárcel, oscura y tenebrosa.

—Debemos tener un plan de emergencia, solo... para prevenir antes que lamentar —se levantó con un rostro mas decidido, y yo con ella aunque con más temor que antes.

—Hay una mala noticia, nos hicimos todo esto en sitios bastante visibles, será imposible taparlos por completo —añadí, mirándome en el asqueroso espejo del hotel cubierto de polvo y un líquido blanquecino que prefería no detallar.

—¿Quién habló sobre taparlos? —volteó a verme con una sonrisa de confianza, la cual no sabía si era real. —Lo hecho, hecho está, solo me queda lucirlos antes de lamentarme toda la vida.

La escuché con atención, y me di cuenta de que tenía razón.

Pero lo que realmente me sorprendió es que yo, una hija de perra que no pensaba lo suficiente las cosas, era una imprudente, arrogante e impulsiva, estuviera preocupada por las consecuencias de mis acciones.
¿Desde cuando me volví tan aburrida?.

—Tienes razón —murmuré. —Ayer estábamos de acuerdo, ¿porqué tendría que cambiar ahora? —sonreí mientras ella asentía repetidas veces.

En el fondo las dos sabíamos que estábamos diciendo todo esto para auto consolarnos.

En el transcurso hacia el edificio de la Familia C, Alizze y yo trazamos un plan de emergencia, en caso de... si, eso, una emergencia catastrófica.

—Oh, mierda, espera —suspiré pesadamente, pasándome una mano por el cabello con molestia. —Por más que lo deteste, no puedo dejar a Keegan aquí.

—Eso no es importante ahora —se quejó mi acompañante, empezando a tensarse ya que el imponente edificio que empezaba a alzarse frente a nosotras. —Llegó la hora.

Ambas bajamos rápidamente del coche.
Primer error.

Una horda de periodistas nos asfixió apena pusimos un pié fuera del auto, periodistas que ahora nos bloqueaban el paso y solo empeoraban al triple esta complicada situación.

—¡Permiso, permiso! —grité, apartando a todo lo que se metiera en mi camino de un empujón, mientras Alizze se disponía a rechazar o contradecir las hipótesis de los periodistas hambrientos de una jugosa noticia.

En un desesperado intento por salir de ese círculo vicioso, tomé el brazo de Alizze y tiré de el, corriendo en dirección a la entrada, donde se podía apreciar como los miembros más importantes de la Familia C esperaban por nosotras.

Sinceramente, no sabía cuál de los dos destinos era el peor para nosotras en este momento.

—¿Estás lista? —murmuré hacia la rubia.

—No, pero no tengo más opción —abrió la puerta de un empujón, y entró con un rostro sereno que hasta a mí me sorprendió.

En la sala no tardaron en escucharse jadeos de sorpresa y cuchicheos de la gente, supongo que indignados de que hayamos manchado nuestras pieles con algo tan "vulgar".
No me malentiendan, desde pequeña he querido hacerme un tatuaje, y ahora cumplí mi sueño, y aun mejor, me hice unos cuantos.

—Entonces era cierto —miré de reojo a la dueña de la voz, encontrándome con la tal Camile. Respiré hondo cuando la vi sonreír con burla hacia nosotras, sabiendo que no sería nada fácil salir de esto. —Vaya idiotez.

—Silencio.

Alizze Pov's

—Silencio.

Mi cuerpo se tensó por instinto al escuchar la voz de la abuela Colette, seria y neutral como siempre.
Pero con una pizca de enojo que hizo que se me erizaran todos los pelos del cuerpo.

—Abuela —empecé. —Antes de que digas algo... —ella levantó su mano, queriendo que mantuviera silencio, mientras se posicionaba frente a Megan.

—Niña, mírame —miré de reojo como Megan levantó la vista hacia ella, con los dedos temblorosos y el cuerpo firme.

—Tengo nombre, señora.

Todos en la sala la miraban como si estuviera demente, pues a la abuela Colette nadie le respondía.
Nadie que no la conociera, por supuesto.

—A mí no me respondas —una cachetada fue a parar a la mejilla de mi compañera, e inmediatamente me alarmó. —Desde que tu apareciste, mi pequeña Alizze se ha descontrolado. Mírala, por tu culpa mancilló su piel pura con esas marcas tan vulgares —se acercó al rostro de la chica, con una mirada aterradora. —Tú, engendro impuro... Una mancha en esta familia desde hace tanto...

Me alarmé aún más cuando Megan soltó una carcajada, limpiándose la mejilla con su muñeca.

—No creí que fueran tan ortodoxos aquí —abrí los ojos en grande, escuchando sus palabras. —Señora, déjeme abrirle los ojos. Esa chica "desobediente" —me señaló. —Esa es la verdadera Alizze, la que usted y seguramente toda su familia intentan suprimir constantemente porque no es la perfección con piernas.

La Abuela Colette no tardó en levantar su mano para abofetearla nuevamente, pero en esos cortos segundos me dispuse a analizar las palabras de la pelirroja.
Y me di cuenta de que tenía razón, toda mi vida fui controlada por los gustos de mi abuela, o incluso hasta de mi padre.

El gusto en la música.
En la vestimenta.
En el habla.
En mi forma de ser.
En todo.

Ya no más.

Estiré mi mano con rapidez, y atrapé la de mi abuela sin dejar que llegara a impactar la mejilla de la pelirroja.
Fue ahí cuando la sala se quedó en total silencio, ni siquiera se escuchaban las respiraciones de los espectadores.

—No, abuela —aparté su mano de un tirón, parándome frente a Megan para protegerla. —Ella tiene razón. Toda mi vida ustedes me han controlado para ser la perfecta y tierna Alizze, pero ya no más. Me cansé de tener que vivir para complacerlos. —tomé la mano de mi acompañante. —¿Y saben qué? Se pueden ir todos al infierno.

Salí corriendo a toda velocidad hacia la salida, empujando a todos los periodistas curiosos que querían saber con exactitud que había sucedido en esa sala.
Para ser sincera, ni siquiera yo lo sabía.
Solo sabía que me sentía libre, libre de las cadenas que mi propia familia me había puesto y de las cuales no me había dado cuenta que tenía hasta que Megan llegó a mi vida.

Solo sabía que era el momento, mí momento. 

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now