#74 Bendito sea el chicle

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Dios, mentiría si no dijera que me sentía como una completa hipócrita, saludando a todos con una amplia sonrisa, una sonrisa que claramente era una máscara para el odio contenido que tenía dentro.
Pero, sabía que esto era un mal necesario si quería encontrar las múltiples respuestas a mis múltiples preguntas.

Nos detuvimos frente a la mesa de la Familia C, que se mantenía distante y expectante respecto a nuestro comportamiento.
Las miradas críticas escanearon nuestro "cuerpo impuro" sin descaro, suponía que ofendidos por haber hecho esas marcas tan vulgares a su parecer.

—Buenas noches —comentó la rubia, haciendo un leve asentimiento con la cabeza hacia todos, que solo le respondieron de la misma forma, y procedieron a ignorarnos como todos los demás.

—Buenas noches —espeté con frialdad, llevándome a Alizze lejos de ese lugar en cuanto todo el peso de la palabra recayó en Drew, que inmediatamente se convirtió en el centro de atención de aquella asfixiante mesa. —No sé como los soportas —añadí entre susurros, dirigiendo mi mirada hacia la rubia.

—Tampoco yo —bufó, dándole una mirada al salón. —Este sitio es asfixiante, vayamos arriba —demandó, entrelazando su brazo con el mío para llevarme a un silencioso y solitario balcón.
Yo aproveché el momento, y le arrebaté una copa de champagne al mozo.

Me recosté del barandal con lentitud, mientras apreciaba el rocío de la noche plantado impecable sobre los enormes y verdes campos.

—No duramos ni media hora —anuncié con algo de pena. —¿Eso está mal?

—La verdad es que ahora mismo no me importa —respondió, soltando una leve risilla. —Las estrellas están muy brillantes —añadió, levantando sus ojos hacia el cielo adornado de brillantes estrellas.

Ambas nos quedamos en silencio, contemplando el cielo estrellado, dejando que el mismo nos observara y nos juzgara.

—Megan... —comenzó. —Tu... ¿te arrepientes de haberme conocido? —preguntó, haciendo que volteara a verla.
Entonces fue que me pregunté a mí misma.
¿Me arrepentía de conocerla?

La respuesta era clara.

—Dicen que dos almas no se encuentran de casualidad —contesté, poniendo mi mano sobre la suya suavemente.

—Entonces, en todo caso tenemos que agradecerle a aquel chicle —sonrió, haciéndome soltar una risotada por el comentario y el bonito recuerdo. —Bendito sea chicle —añadió entre risas.

—Bendito sea el chicle —repetí, dejando que la susodicha entrelazara sus dedos con los míos.
Nos quedamos así algunos minutos, simplemente dejando de lado todo el escándalo de la planta baja.

Sonreí cuando escuché que ya era hora del suave vals del cual Alizze me advirtió múltiples veces, y que también aprendí gracias a ella.

—¿Me concede esta pieza, señorita? —pregunté, alzando nuestras manos unidas con una sonrisa que muchos calificarían como descarada.
Ja, y por supuesto que lo era.

—Si prometes que no me vas a pisar —respondió burlona, ganándose un bufido de mi parte, pues ciertamente no era muy buena en el término de bailar.
Tenía dos pies izquierdos, lamentablemente.

—Ja ja, muy graciosa —rodé los ojos y la acerqué a mi entre bufidos de pura ofensa.
Ambas empezamos a mecernos como cortinas, pues de eso se trataba el vals, dejarse mecer por las suaves notas de la melodía.

Los minutos pasaron, dejándonos el tiempo suficiente para prepararnos mentalmente para el resto de esa interminable noche.

—Debemos regresar —susurró la rubia.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now