#70 Preguntas sin respuestas

4.6K 336 15
                                    

Desperté envuelta en los brazos que conocía extrañamente muy bien.
Joder, lo odiaba, pero también se me hacía ridículamente satisfactorio.

—Lo siento —susurré, poniéndome de pie suavemente y mirando el despertador.
No me sorprendió ver que iban a ser casi las diez de la mañana.

Pero tenía algo que importante que hacer el día de hoy, algo que me ayudaría a comprender finalmente quien era yo.
Quién era mi padre.
Y que cosa me estaba ocultando Alizze.

—Bien... —suspiré pesadamente, poniéndome algo cómodo y bajando rápidamente para comer algo.

Traté de ser lo más silenciosa posible, pues no quería que nadie me preguntara hacia donde iba a o que hacía despierta tan "temprano".

—¿Que haces despierta a esta hora? —preguntó, haciendo que apretara la galleta que tenía en mis manos por la tensión.

—Voy a salir —anuncié, echándome la galleta a la boca con naturalidad. —¿Y tú? —pregunté, mirando de reojo como se servía agua. —¿Este sitio es demasiado poco para ti?

—Podría ser mejor —admitió. —Voy a hacer ejercicio, al parecer todos aquí duermen hasta tarde —caminó pasando frente a mí, y se detuvo antes de salir. —Ten cuidado, Megan —y con eso, salió silenciosamente, dejándome ahí sin saber que pensar.

Sacudí la cabeza con fuerza, tratando de alejar todo sentimiento sospechoso de la misma, y procedí a tomarme mi pastilla para mi situación.
Cuando salí, me aseguré de que no hubieran moros en la costa, y cuando me aseguré de que así fuera, subí a un Uber.

El camino hacia el parque, el cual sería nuestro lugar de encuentro, me desbloqueó bastantes recuerdos, algunos nuevos, otros viejos.
Pero todos eran iguales en una sola cosa.
No reconocía a mi progenitor.

Respiré hondo cuando llegué al lugar, repleto de personas en las cuales la mayoría eran niños.
Y la vi, a mi mamá, ese ser que sabía podía despreciar a niveles extremos e inimaginables.

—Hasta que por fin llegas —comentó cuando me senté a su lado. —La tardanza no la heredaste de mí —añadió, acomodándose sus enormes gafas de sol. —Habla rápido, tengo cosas importantes que hacer.

—No te preocupes, Lizzy, seré rápida si me das las respuestas que busco —espeté con simpleza, con los puños fuertemente apretados dentro de mis bolsillos. —¿Quién es mi padre? —su ceja alzada me hizo tensar más de lo que quería.

—¿Tu padre? —soltó una larga carcajada. —¿Para qué quieres saber de el? —preguntó, quitándose sus lentes para mirarme. —Si te soy realmente sincera, era un don nadie, como tú y yo —espetó. —Lo dejé porque no tenía dinero, y porque se volvió un lastre para mí, y luego te tuve a ti y a Mateo —añadió con simpleza.

—Nadie es un don nadie, dime cual era su nombre —gruñí, acercándome a ella con brusquedad. —Necesito saber esto.

—Era tan irrelevante que ya no lo recuerdo —me apartó de un empujón. —¿Para esto me llamaste con tanta urgencia? —enarcó su ceja nuevamente, mirándome con bula. —¿Qué esperabas? Supongo que estabas buscando una razón para sentirte especial entre una familia tan sofisticada.

Respiré hondo, queriendo abofetearla delante de toda aquella gente.

—Mamá, no tengo tiempo para tus dramas sin sentido, necesito respuestas —le tomé la muñeca, haciendo que me mirara seriamente. —Y sé que hay algo que no me estás diciendo —susurré fríamente, apretando más mi agarre.

—¿Y qué si es así? —alejó su mano de un jalón. —Yo soy tu madre, mocosa, me rompí la espalda para criarte —solté una sonora risa al escucharla decir tal cosa.

—Sí, prostituyendo a mi hermano, vaya que te rompiste la espalda —contesté. —No te atrevas a darte el crédito por lo que soy ahora, porque si hay algo que te puedo asegurar, es que no fue gracias a tu gran sacrificio.

—¿Terminaste? —se levantó sin siquiera dirigirme la mirada, acomodándose sus lentes. —Si quieres saber más de tu padre, tendrás que darme una recompensa —espetó.

—¿Por qué te gusta tanto el jodido dinero? Mamá, tienes una vida envidiable, eres rica, no necesitas más —respondí con furia. —No te daré una mierda.

—Siempre querré más por todo lo que nunca pude tener —y con eso, se alejó, hasta desaparecer en un auto negro.

Me froté la sien con frustración, aferrándome al asiento para buscar un poco de consuelo.
Bien, mi plan fracasó.

Mi madre se negaba profundamente a contarme algo sobre mi padre.
Alizze ni siquiera tenía intensión de hablar del tema.
Y yo no tenía las intensión de preguntarle a Andrew respecto a eso.

—Joder... ¡Joder joder joder! —grité, estampando mi pié contra el suelo con total frustración. —¿Ahora qué mierdas se supone que haga? —me levanté de mala gana, y empecé a caminar a la casa pensando en todo lo que mi madre había dicho.

Pensándolo bien, ni siquiera sabía qué tenía que ver mi padre en todo esto, solo sabía que mi sexto sentido me suplicaba que buscara, que tenía algo que ver en todo este asunto de mierda.
Según mi mamá, era un don nadie, y según lo que yo recordaba, era un hombre que se la pasaba trabajando todo el tiempo.

Mi madre tiempo después se dejó de el por alguna razón, aunque no sabía por qué o en qué circunstancias.
Aunque había algo que me perturbaba.
En exceso.

Dejé de pensar en eso cuando mi teléfono sonó múltiples veces, marcando el número de Alizze en la pantalla.

—Alizze, ¿qué pasa? —pregunté con algo de fastidio, ya que no estaba de humor en lo absoluto. —Estoy bien, si eso es lo que preocupa.

—Joder, me asusté mucho cuando no te encontré por ningún lado, ¿que más querías que hiciera? —se escuchaba molesta, como si no entendiera el motivo de mi tono de voz. —¿Qué diablos tenías que hacer con tanta urgencia para desaparecer así?

Apreté los puños nuevamente, enterrándome las uñas en las palmas de mis manos.

—Buscando las respuestas que tú no quieres darme —y con eso, colgué, caminando más rápido pues, la idea de salir a tomar aire fresco era buena, pero no en esas circunstancias.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Où les histoires vivent. Découvrez maintenant