#65 Historias compartidas

5K 319 9
                                    

—¿Problemas en el paraíso? —preguntó la rubia, observando como movía la boca maldiciendo a Jake entre dientes. —¿Ahora qué pasó?

—Keegan llamó a Nick preguntándole por mí, Jake tomó el teléfono... Y bueno, no creo que haga falta contar lo demás —solté un pesado suspiro, dirigiéndole la mirada a la rubia. —¿Cómo es que puedes estar tan tranquila?

—Bueno, la verdad es que no lo estoy —miró el mar con un unos ojos nostálgicos. —Creo que mi mente se concentra en otras cosas —añadió suavemente, sentándose a mi altura.

Me quedé en silencio, sin atreverme a indagar por mi cuenta aunque la curiosidad me estuviera carcomiendo por dentro.

—Cuando eramos niños, papá siempre nos llevaba a la playa —comenzó. —Nos decía que debíamos aprovechar el tiempo que teníamos juntos, porque tarde o temprano se acabaría —soltó una leve risa, mientras se quitaba los lentes de sol. —Era una niñita, en ese entonces no entendía a qué se refería. Con el pasar del tiempo, empezamos a crecer y a ganarnos nuestra propia fama, dejando a papá de lado por un tiempo —soltó un pesado suspiro, volteando a verme. —En ese entonces mamá... se había ido con otro hombre —bufó. —Tiempo después, decidí mudarme con papá para recuperar un poco del tiempo perdido, y porque me enteré de que mi familia tenía un lado oscuro...

La escuchaba con atención, sin saber si se echaría a llorar de un momento a otro.
No me sorprendió lo último que dijo la rubia, pues era bastante obvio que una familia como esa se dedicara a algunas otras cosas.

—Pero ahora... ya no está, Drew no está, papá no está, y mi mamá... nunca estuvo —se secó las lágrimas con lentitud, observando como bajaba una por sus dedos. —No tengo a nadie ahora, Megan —cerró los ojos, sacudiendo su mano con brusquedad. —Es lo único que envidio de ti, a pesar de que esos chicos pueden ser irritantes, todos se preocupan por ti, te aman. A pesar de todo, tienes una madre, y... —se quedó en silencio cuando la miré fríamente.

—¿Envidiarme? —reí toscamente, esquivando su intensa mirada. —Alizze, créeme que es al revés —espeté.

—¿Por qué eres así?

—¿Así como?

—¿Por qué no dejas que nadie te ame?

—Porque mi vida fue un puto asco desde que nací —espeté con los puños apretados, haciendo que se quedara en silencio. —Lo único que me queda es un recuerdo vacío de mi difunto hermano —miré el mar, que se encontraba tranquilo, apacible. —El infierno se desató cuando mi padre se fue a un supuesto viaje de negocios, y jamás regresó, yo tenía como 8 u 9 años, y Mateo... como 11.

Me detuve un momento para tratar de relajar mis hormonas descontroladas, pues las lágrimas querían deslizarse por mis mejillas sin mi consentimiento.

—Mi madre forzó a Mateo a convertirse en el hombre de la casa, lo obligó a trabajar para conseguir dinero que despilfarraba en qué sabe qué cosas —gruñí con furia pura de solo recordarlo. —Mateo siempre me mantuvo alejado del trabajo sucio... siempre me decía que no me preocupara, que el estaba bien, a pesar de que siempre llegaba jodido a la casa. Cuando cumplí los 12, supe que mi madre obligaba a mi hermano a prostituirse, y prontamente llegaría mi turno —la miré. —Nunca supimos la causa de su muerte, solo sé que la última vez que lo vi estaba con mi madre.

Un silencio incómodo se formó entre las dos, un silencio que ninguna de nosotras estaba dispuesta a romper.
Me tomé un momento para recordar las múltiples veces en mi infancia donde tuve que dormir en las calles porque mi madre no me dejaba entrar a la habitación.

—Tengo la teoría de que cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas por las que no lloró en su debido momento —susurró la rubia, acercándose a mi para envolverme en un cálido abrazo.

Y ya no pude más, la barrera que había construido con tanto esmero para mantener esos recuerdos aislados, se desplomó.
Y lloré, lloré como jamás lo había hecho.

Lloré por mí, lloré por Mateo, lloré por Alizze, lloré por los chicos, lloré.

Y se sintió tan jodidamente bien, que no quería parar.

—¿Está todo bien? —ambas miramos al chico, que se veía alarmado al no saber que estaba pasando y que era lo que debía hacer en esta situación.

—Sí, todo está bien —contestó la rubia, dedicándole una amplia sonrisa. —Vayamos a casa, muero de hambre —se levantó, ayudándome de paso.

—¿Qué tal si probamos el plato típico de este lugar? Según el buscador es el "Pastel de Carne" —anunció la rubia, poniéndose una camiseta holgada. —Sí, ya sé que soy una turista ignorante

Ambos nos echamos a reír, acomodando nuestras cosas para ir hacia la parada del autobús.

El día de hoy había sido un gran progreso para mi meta personal, según yo.
Pude contarle a Alizze un poco sobre mí, y pude contarme a mí misma una historia que me negaba a desenterrar de las más profundas lagunas de mi mente.
Pude mandar a Jake al carajo con muchísimo gusto.
Hablé con Nick sobre algunos puntos importantes, y estaba segura de que había funcionado como una disculpa por todo lo sucedido los pasados días.

Hoy podría dormir con tranquilidad.

—Se ven renovadas, ¿por qué no me invitaron a su terapia? —bufó el chico, haciendo un mohín de molestia. —Malvadas

—Era una terapia para chicas, aunque tu eres un 30% femenino —sonrió amplia mente, ganándose un empujón por parte del chico.

Yo me encontraba tarareando una canción con tranquilidad, una la cual me había penetrado la cabeza de un segundo a otro,

—¿Qué estás murmurando? —susurró Alizze con curiosidad.

—Una canción, ¿qué más? —sonreí, jalándolos hacia la parte de atrás del autobús. —Gracias a ambos, por todo lo que han hecho por mi —los miré, con los ojos levemente cristalizados, sintiendo que debía decirlo. —Gracias por soportar mis berrinches, mi mal humor, mi forma de ser, por aguantar mis llantos y mis quejas —asentí. —Me decía a mí misma cada vez que me levantaba que no tenía a nadie, pero ahora tengo más de lo que merezco

—Puedo decir lo mismo —sonrió la rubia, tomando mis mejillas con suavidad.

Momentos como estos me hacían pensar que todo estaba bien, que no tenía probabilidades de morir en cualquier momento, que técnicamente había abandonado mi casa...
Entre muchas otras cosas con nombres y apellidos que prefería no mencionar.

Luego de varias charlas estúpidas, comida y arena hasta en donde no nos da el sol, llegamos a la casa agotados de tanta caminata.
Aunque había algo que todavía no había resuelto.

Nick era realmente pésimo para disimular.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now