#20 Un sueño de ensueño

10.7K 669 3
                                    

Hey, Maggi —el susurro en medio de la noche hizo que inevitablemente me despertara.

Aunque me despertó más el no saber dónde estaba.

No te asustes, pequeña mía —añadió la voz algo difusa que escuchaba por entre la oscuridad.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —la superficie dura y fría me dejaba saber que no estaba en mi habitación, menos aún en mi cama, no escuchaba los ronquidos de Keegan de fondo.

Lo siguiente fue algo típico de una escena de secuestro de alguna película de terror, una fuerte mano tapó mi boca en un intento de silenciarme.
El tiempo se detuvo unos minutos, o eso sentí, dejándome escanear el tatuaje que tenía en su mano.
Uno que conocía bastante bien.

—Mateo —susurré con cierto temblor en mi voz, volteando con prisa al ver quién era el dueño de esa mano.

Hola, mi pequeña Maggi —una pequeña luz se hizo a nuestro alrededor, dejándome ver al hombre que reconocía a la perfección. —Te he extrañado tanto —en un intento desesperado por correr a sus brazos, todo el suelo empezaba a desmoronarse.

—¡Mateo! —grité, tratando con todas mis fuerzas extender mi mano para alcanzarlo.

No, Maggi —su voz serena logro tranquilizarme un poco, justo como lo hacía antes, aunque cierto toque de tristeza en ella me dejaba un sabor amargo en la boca. —No puedes quedarte, yo no puedo quedarme, despierta.

Fue lo último que logré escuchar, antes de que la oscuridad se tragara al muchacho y también a mí.
Todo estaba oscuro, a tal punto de que si cerraba uno de mis ojos no me daría cuenta de que lo tengo cerrado.

Solo veía penumbras.

(...)

Desperté de golpe, empapada de un sudor frío que me daba escalofríos.
¿Había sido todo un sueño? No, parecía demasiado real.
Pero, por más quisiera creer que fue verdad, no podía.

Él no era real.
Fue un sueño de ensueño.

Al levantarme con tanta prisa, lo siguiente fue el peor dolor de cabeza que pudo darme en toda mi vida, ligado a una resaca que me arrastraba al infierno.
Miré el reloj con lentitud, marcando las 6 y algo a.m, me dirigí al baño con más lentitud, tratando de refrescar mi cuerpo con una ducha de agua fría.

Tras esa corta ducha, rebusque en los cajones alguna pastilla para bajar la aguda resaca que tenía.
Fue un alivio no ver a Keegan en ninguna esquina de la habitación, y tampoco me extrañaba.

Abrí la puerta, sin esperar nada en específico.
Aunque tampoco me esperaba ver a una chica casi colgando del barandal, con una vacía y seca botella de cerveza llena de labial.
Hice una mueca de asco, con bastante disgusto.

Bajé rápidamente, queriendo algo de comer con urgencia.
Lo que encontre abajo me dejó con la boca abierta, y fue asqueroso.
Pero algo peor, sentí como algo me había jalado de las piernas, por lo que no tarde nada en lanzar una patada bastante fuerte.

—¡Quítate! —solo pude observar como la pateada cara de Jake me recibía con bastante disgusto. —Joder, me asustaste, idiota —me aparté con aún más disgusto, mientras escuchaba por algún rincón como alguien gimoteaba. —¿Dónde están todos los demás? —como sabía que no me respondería aunque lo obligara, empecé a buscar a todos y cada uno.

No lo mal entiendan, quería deshacerme del asqueroso aroma a cerveza que había en la casa, y sin duda del desastre.
Y, tristemente, tenía que comenzar por ellos.
No tarde en encontrarlos sumergidos en la piscina, huyendo de mí al parecer.

—Bien, par de borrachos, en primer lugar, todos se darán una buena ducha, y luego, me ayudarán a limpiar el desastre que es esta casa ahora mismo

Caminé con paciencia a la puerta del baño, abriéndola y sorprendiéndome al ver que estaba en perfecto estado.
Los miré con el ceño fruncido, señalando dentro, viendo como todos y cada uno se duchaba y salía con un rostro lleno de odio hacia mi persona.

Los quejidos de los ebrios eran irritantes de por sí, pero los de los sobrios lo son el triple.
En un intento de "animarlos" a que cooperaran, fue interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose.

La peor parte de todo, es que quien entraba por la puerta no podía ser nada menos que Kitty.
Ah, y no falta decir que venía con todos sus secuaces, incluida la tal Marion de la que tanto me habían hablado, más bien, de la que tanto había escuchado.

—¡Keeg! ¿Cómo estás, amor? —se acercó sin cuidado, plantando un sonoro besos en sus labios, del cual sin duda salió una mueca de asco de mi parte.

Levanté mi ceja en cuanto su rostro se volteó a verme y se formó una sonrisa de suficiencia.

—¿Qué? ¿Quieres que me una? —pregunté con molestia, recibiendo una rodada de ojos de su parte.

—Ahg, ¿Que hace esta perra aquí?

—¿Perra? Ha, querida, perra no, perrisima —respondí, acercándome a ella peligrosamente.
No quería ir a la dirección otra vez.
No podía ir a la dirección otra vez.

—No te le acerques —la voz rasposa de Marion sonó a una dura advertencia, advertencia que me pase por el escroto, notablemente.

—¿Pedí tu opinión? —corté, mirándola con indiferencia.

Me ignoró sin ningún descaro, pero, realmente tampoco me importaba demasiado.
Si me importó verla caminar hacia Jake como dueña de la casa, mientras yo esperaba pacientemente alguna mandada al infierno o algo por el estilo.

—Jake, bebé, me alegra verte —vi como extendió lo que entendí era una pastilla para la resaca, que Jake sin ningún disgusto aceptó y se bebió.

Sinceramente, nisiquiera sabía porque me disgustaba, solo se que me dio rabia el simple hecho de que ella tuviera un mejor trato que yo.
Por otro lado, Kitty también se encargaba de joderme con Keegan, que tampoco debería importarme.

Pero lo hacía.

—¿Qué te parece si vamos al cine? Hace mucho no salimos juntos —mi vista se dirigió de reojo a Keegan, como si esperara algo de su parte.

Respire hondo, caminando con lentitud hacia las escaleras, tratando de mantener este ridículo enojo bajo control.

—Me encantaría nena —respire aún más hondo, sin dejar de caminar escaleras arriba. —¿Qué tal si nuestra nueva integrante nos acompaña? —fue así, y solo así, que me detuve.

—En tus sueños —corté con notable molestia.

—¿Puedo hablar contigo un momento, Megan? —ni siquiera me permitió contradecirlo, cuando ya estaba siendo arrastrada escaleras arriba a lo que suponía era "nuestra" habitación.

—No, no podemos hablar, suéltame.

—No era una pregunta —de un jalón fui puesta contra la puerta, cerrada con seguro en caso de que quisiera escapar.
Que era el caso.

—Puedo decir lo mismo —contesté, reacia a mantenerme un segundo más a solas en ese cuarto.

—Si no aceptas mi amable petición, empezaré a creer que tienes celos, cariño.

—¿Yo? ¿Celosa de Kitty? —solté una sonora carcajada, tomándome el pecho por la risa descontrolada. —No me hagas reír —sonreí de lado, dejándole en claro que no quería seguir escuchando estupideces.

—No lo hago.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now