#24 Pobre animal

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—Ven, te daré algo.

Lo siguiente ya era de esperarse.
Me arrastró escaleras arriba, entrando a su habitación y escribiendo en un papel una dirección que no reconocía.

—La usarás pronto, no la pierdas —advirtió. —Hay algunas cosas que necesito hablar contigo —me empujó con suavidad.

—¿Tus orígenes? —pregunté, viendo de reojo como asentía desganada.

—Ahora largo, te veré en el instituto —se despidió y sin dejarme hablar, cerró la puerta en mis narices.

Alizze era todo un enigma.

Luego de repasar el camino de regreso hacia las escaleras, caminé distraída.
Y como toda una película, me choque justo de frente con el hermano de Alizze.
El de los brazos todo buenotes.

—Vaya casualidad —comenzó. —Parece que el destino nos quiere ver juntos —recostó su espalda de la pared, sin quitar su vista de la mía.

—Yo no creo en las casualidades, señorito Drew —respondí, cruzandome de brazos ante su intensa mirada, que al parecer quería pedirme algo a gritos.

—Me hieres, pero no venía a tener una guerra de miradas contigo, más bien, vine a dejarte esto —tomó mi mano en algún momento que no comprendí, y en la palma de esta dejo un pequeño papel en ellas.
Papel el cual sin duda contenía su número telefónico. —Según yo, estudias en el mismo instituto de mi hermana, ¿No?

—Corrijo, tú hermana estudia en el mismo instituto que yo —levanté la vista del papel para verlo. —Gracias por tu amabilidad, pero no creo necesitarte.

—Oh, créeme —en algunos pocos segundos, su cara estaba tan cerca que podía ver su perfecta piel humectada.
Nada comparada a la mía, tengo que aclarar. —Me necesitarás.

¿Soy la única que se fija en los poros de una persona en vez de pensar que es bonita cuando su cercanía es excesiva?
Espero no ser la única.

No tarde en rodar los ojos, darme media vuelta y caminar rápidamente a la salida, donde la vergüenza me consumió al ver el mismo chófer que me había traído, esperándome en la entrada para llevarme suponía a mi casa.

—Hola de nuevo —comenté, tratando de alivianar el ambiente.
Nisiquiera sabía porque quería hacer eso, solo que la vergüenza podía conmigo.

—Hola, por favor suba —abrió la puerta del lujoso auto, y yo obedientemente me subí, esperando que el camino no fuera tan largo.

Mientras el auto se movía, me centré en ver el paisaje tan monótono al que estaba acostumbrado.
De vez en cuando, empezaba a soñar despierta.
Esperaba no ser la única que a mi edad, 17 años, inventara historias fantásticas que mantenían la mente ocupada de la intensa vida a la que contínuamente teníamos que enfrentarnos.

—¿Se encuentra bien? —voltee la cabeza hacia el chófer, que mantenía la vista fija en la carretera, pero de aveces me miraba por el espejo.

—Sí, solo tengo muchas preguntas y pocas respuestas —respondí.
Ojalá el chófer fuera tan amable de decirme alguna cosilla interesante.

—No se preocupe, pronto todas sus dudas serán aclaradas —me subió un escalofrío al escuchar esa frase tan siniestra.

Asentí con lentitud, bajando rápidamente en la entrada de mi casa y caminando con disimulo a la puerta, esperando que los chicos no hicieran algún escándalo.

...
¿Qué estoy diciendo?
¿Porqué harían un escándalo por mi?
¿Porqué les importaría siquiera?

Apenas abrí la puerta, una peluda bola de carne me recibió, haciendo que diera un respingo y me apartara instintivamente del lugar.
Los maullidos hicieron que mi miedo desapareciera, por supuesto.

—Vaya, una bola de pelos —tome del pellejo al animal, sin acercarlo demasiado a mi.
¿La razón? Tenía una camiseta negra, y el pelaje del felino era blanco como el papel. Gracias, pero no gracias. —¿Que estás haciendo aquí? —le pregunté, como si esperara que me respondiera.

—¡Rigel! ¡Rigel! —una voz masculina que reconocía como Scott.
Un plasta más del inmenso instituto.
No hacia la diferencia.

El muchacho se detuvo al verme, poniendo una cara de superioridad que me daban arcadas.

—¿Es tuyo? —pregunté con sequedad, extendiéndole la bola de pelos ahora llamada "Rigel".

—Concretamente —tomó al felino, que solo maullaba a modo de queja por estar en brazos de un mísero humano. —Disculpa, ¿Te conozco?...

—No —corte, empezando a subir a la habitación mixta que tenía.
Ciertamente lo estaba pensando, el tener que verle la cara a Keegan era un martirio malísimo.
Aunque teniendo en cuenta la hora que era, y lo mal que había acabado la última vez que me crucé con los demás, esperaba que estuviera de jangueo o algo por el estilo, a no ser que estuviera en la universidad.

Afortunadamente, la habitación estaba vacía y en completo silencio.
Lo que fue triste es que antes de que pudiera cerrar bien la puerta, el felino entró, bloqueando mi urgida escapada del lastre humano.

—¿Puedes llevártelo? —señalé el michi, que solo se sentó observándome fijamente con esos grandes ojos verdosos que me escrutaban.

—Sí, lo lamento, Rigel es un poco curioso —vi de reojo a través del espejo como en vez de tomarlo y salir, lo alzaba y se quedaba mirándome como el idiota que es.

—¿No sabes cerrar la puerta o que?

—Quería pedirte algo, de hecho —se acercó.

—No acepto favores de desconocidos.
La risa que soltó me dejó saber que se lo había tomado a broma, risa que acabó al ver mi rostro de molestia pura.

—Megan, me atraes —de un momento a otro, sus brazos estaban a los lados de mi rostro queriendo "acorralarme".
¿Esperaba que me sonrojase o algo por el estilo? Los tipos como él son tan idiotas. —¿Yo no te atraigo?

—Déjame pensarlo —me crucé de brazos por algunos segundos, y luego lance mi mejor patada a sus partes nobles, disfrutando el momento como nunca.
Era tan satisfactorio que hasta sorprendía. —Ya lo pensé, no —tomé su camiseta y lo lancé fuera de mi habitación.

Suspiré con pesadez, mirando como se retorcía en el suelo por el dolor.
O eso suponía.
A menos que fuera masoquista y le gustara que lo maltrataran.

—Pobre animal —añadí, tomando el felino en mis manos y poniéndolo en la espalda de su jodido dueño. —Y, un pequeño consejo, Scott —me arrodille frente a su rostro, observando como me miraba con furia muy viril. —Deja de ser tan putamente desagradable.

Entré nuevamente, sentándome en la silla del escritorio para empezar a buscar la infinita información en Tío Google sobre "La guerra de los Cien Años".
Esto me tomaría bastante rato, me cago en la historia.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now