#35 Los gustos en el culo, amiga

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El sonido de una bofetada resonó por toda la sala, y las bocas abiertas no tardaron en dejarse ver.

—Te equivocas en algo, Jake —me levanté, tomándolo del mentón, deleitandome con la marca de mis dedos en toda su mejilla. —Cuando tu crees que vas, yo he vuelto dos veces —lo aparte de un empujón y caminé.

Los observé a todos y mi vista se detuvo en Keegan.

—Si me molestas te dejaré aquí —advertí.

Caminé nuevamente hacia mi habitación, y me encerré de un portazo, sentándome en la cama.
Mi rostro se iluminó al escuchar el sonido de mi teléfono, el cual tomé con tanta emoción que casi sale volando.

Ojalá nisiquiera hubiera sonado.

—Madre —comenté con seriedad.

—Hija —su voz melosa solo me dejaba saber que me llamaba para pedirme alguna cosa. —Quería saber si estabas bien...

—Se directa, no tengo tiempo para tu hipocresía —corté, caminando hacia el espejo para empezar a observarme.
Escuché su bufido por el otro lado de la línea.

—Apareciste en las noticias, me intriga.

Respiré hondo, sintiéndome una verdadera mierda, pues había regalado a Jake por no respetar a su abuela.
Y aquí estaba yo, odiando el único momento en el que mi madre y yo hablábamos.

—Nunca dejaré de esperar un día en el que me llames porque te preocupas por mí —murmuré. —Pero no te preocupes, madre, pronto sabrás lo que quieres saber —añadí.

—¿Qué quieres decir con eso? —su frustración se escuchaba a kilómetros, incluso podría decir que se sentía.

—Adiós —colgué, tomando un largo lapso para tomarme un respiro.
Escuchar la voz de mi madre era realmente lo último que necesitaba en este momento.

Amaba a mi madre, era mi madre, la persona que me dio a luz, lloró y sudó para traerme al mundo.
Pero en mi opinión, no por eso tenía que ponerla en un pedestal si ella no me trataba como yo merecía que me trataran.

Sacudí mi cabeza con besuquedad y me acomodé en la silla del escritorio, haciéndome una cebolla bastante mal hecha, poniéndome mis audífonos a todo volumen y empezando a hacer la tarea de química que tenía pendiente.

Sí, todavía tenía clases, pero prefería ahorrarme algo tan aburrido como eso para no aburrilos a ustedes.

Al día siguiente, me encaminaba a la clase de química a entregar mi tarea.
Sola, como siempre.

—¡Smith! ¡Smith! —me detuve con el ceño levemente fruncido y voltee a ver hacia atrás.
Y se repetía la historia, una irritante historia.

—Disculpa, no tengo tiempo para esto —seguí mi camino, apretando mi mochila con mis uñas sin dejar de caminar.

—¡Espera! ¡Por favor espera! —corrió hasta llegar a mi lado, y luego se paró frente a mí en un intento desesperado por detenerme. —¿Megan, verdad?.

—Escucha, no es un buen momento —sabía que me escuchaba un poco grosera, pero realmente no, no era un buen momento.

Llegué al comedor, donde los adolescentes hormonales tomaban las mesas y tomaban la autoridad de jefe de tribu.
O jefa de tribu.

—¡Lianelis! ¡Ven aquí! —la chillona voz de Kitty se alzó sobre las demás, y la chica que anteriormente me perseguía, movió sus piernas con lentitud hacia allí.
Pobrecita, su cara de agonía era épica.

Me compadeci de ella con levedad, se le notaba que no quería ir a ese infierno rosado al que llamaban Kappa Zeta Theta.
La hermandad de Kitty, típica fraternidad de fresitas, amantes al rosado y a los tacones de aguja.

Respiré hondo y le tomé el brazo con fuerza, arrastrandola hacia mi dichosa mesa.

—No digas nada —murmuré tomando asiento con lentitud, mientras las miradas acusadoras se clavaban en mi cráneo como filosas dagas.
En fin, la sociedad.

—¿Cómo te fue en el examen? —Keegan no tardó en sentarse a mi lado como un parásito y a preguntarme miles de mierdas que ignore con facilidad.

—No reprobé, como tú —el soltó una risa burlona y puso una mano en su pecho, fingiendo una cara de dolor.

—Eso fue un golpe bajo.

—Aprendí de ti —bufé.

—Veo que se llevan muy bien —comentó Lianelis, vaya nombre.

—Te equivocas, es un idiota —me encogí de hombros mientras echaba un pedazo de brócoli a mi boca.

—¿Quién es? —Jake clavó su mirada en la pobre chica, que solo pudo esconderse levemente en mi brazo buscando protección.

—No sé, me estaba siguiendo y a la pobre se la iban a comer las zorras —lo miré neutro, enterrando el tenedor en otro brócoli con fuerza.

De un momento a otro, ya no sentía el peso muerto en mi brazo, más bien, sentía una cascada de saliva bajar por el. Por lo que no dudé ni un momento en apartar a la chica de un empujón y limpiar mi ropa con su abrigo.

Y todo eso por los idiotas de los gemelos, los gustos en el culo, amiga.

—Dime que realmente no son ellos quienes te interesan —murmuré con incredulidad, recibiendo un codazo directo a mis costillas.

—Grítalo si quieres —susurró alterada, mirándome como si estuviera loca o algo por el estilo.
No se aleja mucho de la realidad, para ser sincera.

—Vaya, es la primera vez que Megan trae una amiga a nuestra mesa, eso es un progreso —Dylan no tardó en alzar la bandera de "celebración".

Pero lo deje ser, lo menos que necesitaba era también discutir con Dylan, o con cualquiera en general.

—O una desgracia —susurró Jake mientras bebía de su refresco.

—Dios mío, ¿Quieres cerrar la boca? —gruní, ya hasta la polla que no tenía de sus malditos comentarios.

Gruñó amenazante, pero se limitó a comer.
Aunque sabía que era porque igual que yo, no quería discutir.

—Huh... —Lianelis solo se mantenía en total silencio, observando nuestra discusión.

—No puedo creer que ahora te dejes manipular por esa pelirroja.

Una voz desconocida se asomó entre las demás, dejándome ver a un chico del cual no me había percatado.

—Disculpa, hombrecito, ¿Acaso lastimé tu virilidad? —me acerque a su rostro amenazante, necesitando descargar mi furia en alguna cara estúpida, como la de ese chico.

—Oye, no porque seas niña significa que no te pueda patear ese lindo trasero —amenazó, acercándose a mi de la misma manera.

—¿Ah sí? Muéstrame lo que tienes, maricon.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Where stories live. Discover now