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—No puedes morir. No sin haberme arrebatado la virginidad.

—¿De verdad quieres que sea el primero? —dice, con voz mortecina.

Sonrío. Funcionó.

—Ni aunque estuviera loca.

Llegamos a la orilla.

Matt se recuesta en la arena. Yo me siento a su lado. Y acomodo su cabeza en mis piernas.

Quiero comunicarme con McGill. Apurar la ayuda. Pero ya no llevo el auricular en la oreja. Debió caerse en la pelea.

—Aguanta. Vendrán por nosotros.

—Mi aguante con las mujeres siempre ha sido sobrenatural. Pero esta vez… acabaré pronto.

—No digas tonterías. Vas a salir de esta.

—No. He perdido demasiada sangre.

No sé porqué. No lo comprendo. Pero las lágrimas caen por mis mejillas. Recuerdo aquella tarde. En la escena del crimen. Los policías trataron de impedirlo, pero tomé en mis manos el cuerpo inerte y sangriento de mi padre.

—Eres un idiota, ¿por qué lo hiciste?

—¿Qué cosa?

—Meterte en la trayectoria del cuchillo.

—No lo sé. Sentí que era lo correcto. No pienses que este es un gesto súper romántico —dice, sarcástico.

Sonrío, angustiada. La cara empapada de lágrimas.

Nosotros dos solos en medio de toda aquella oscuridad.

Va a morir. Y no sé, me hubiera gustado conocerlo mejor. No digo que salir con él. Pero… Es divertido.

—Creo que sí sé porqué lo hice.

—¿Por qué lo hiciste? —digo, procurando estar tranquila.

—Por un motivo meramente egoísta.

—¿Y cuál es?

—Eres como una droga nueva. Hace mucho que una mujer no me provocaba estas sensaciones. Si morías no volvería a sentir eso. Y ya sabes los drogadictos son estúpidos. Harán lo que sea por otra dosis… Y ahora moriré.

—No morirás —dice, conmovida—. La ayuda viene en camino.

¿Sensaciones? ¿qué sensaciones le provoco?

Silencio.

—Eso que dijiste.

—¿Sí? 

—Para ser algo egoísta, sonó muy romántico.

—Okay. Pero no se lo digas a mis fans. 

Sonrío.

—Supongo que esta sería la parte en que nos besamos —continúa.

—No voy a besarte.

—Alargas la tensión sexual, bien. Serías una gran guionista.

Nos reímos.

Unas hélices alborotan el aire. Con mucho estruendo. Nuestros cabellos se vuelven locos.

Es un helicóptero. Está descendiendo a unos metros de nosotros.

—Te dije que la ayuda ya venía.

Miro mejor al helicóptero. Ya está aterrizado. Ese eslogan no es de la AIE. ¿Canal once?

Baja un reportero y su camarógrafo.

—Diana, ¿por qué tus compañeros vienen como reporteros? ¿acaso estaban en una misión encubierta?

—Cierra la boca.

—Señor Matt, ¿se encuentra bien? —dice el reportero que pronto será ascendido—. ¿Estás grabando, verdad?

—Dejen las cámaras y micrófonos y ayúdenme. Debemos llevarlo a un hospital.

¿Qué es eso? Ese sonido. Una aeronave se acerca. Y lo vemos. Un jet de la fuerza aérea nacional lanza misiles contra la prisión.

Explosión. La noche se ilumina. Fragmentos de bloques vuelan por todas partes. La honda expansiva me tumba. Me manda al agua.

Emerjo de inmediato.

Un chirrido me tortura los oídos. No escucho nada. Miro borroso. 

Distingo dos cuerpos salir del agua. Deben ser el camarógrafo y el reportero.

—¡Mieeerdaaa! —es un grito de dolor.

Corro hacia él. Está tirado en la arena.

—¡Matt, ¿qué pasa? ¿qué tienes?!

—No caí al agua. Hubiera podido fingir que me ahogaba para que me dieras respiración boca a boca.

¿Es en serio? ¿por eso gritó como loco?

Me hace reír.

—No soy una experta, pero eso es un cliché.

—No se lo digas a nadie, pero me gustan los clichés.

Sonrío.

—Tranquilo, Matt. Van a sacarnos de aquí. Vas a estar bien.

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