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—Entre él y yo no hay nada.

—Pero al parecer Matt no está contento con eso. Ha insistido mucho para que te quedes aquí.

—Es que quiere ayudarme a avanzar en mi carrera. Dice que garantizar la vida de usted y su familia va a brillar en mi currículum.

—No me cabe dudas. Hasta me da nostalgia. Yo también conocí a un hombre así. Dispuesto a conquistar al mundo por mí y ponerlo a mis pies.

—¿Y qué pasó?

—Bueno, me casé con su hermano.

Vaya.

—Verás. Lo malo de los hombres encantadores y seductores es que necesitan estar de cacería todo el tiempo. Son lobos. Y a los lobos no les gustan las correas.

—Creo que también debería darle ese consejo a su hija —digo, con una sonrisa dulcemente hipócrita.

Silencio. La Señora se queda de piedra.

Sonrío.

—Ví como ella mira a Matt. Yo también tengo su edad. Con su permiso.

Me alejo. Sigo mi rumbo.

Una puerta se abre. Me sujetan de la mano. Me echan dentro de la habitación y cierran.

Es Matt.

—¿Qué te pasa? —digo.

—Shhhh.

Me manda a callar con el dedo.

Y me besa.

—Suéltame.

—No.

Me tira sobre la cama. Y se pone sobre mí.

—¿Qué le pasa a los hombres en este lugar?

—Justamente ese es el problema. Esos tipos invadieron mi territorio y ahora debo volver a marcarlo.

—Yo no soy tu territorio.

Me remueve debajo de él. En un afán de liberarme.

—Eres una mujer muy hábil y fuerte. Si quisieras liberarte, ya lo hubieras hecho. Acepta que me deseas como yo a ti.

—Por favor. Eso no es cierto. Es solo que no quiero que se abra la herida de tu brazo.

—Una herida que recibí por ti.

Sonrío sarcástica.

—Y ahora me lo echas en cara.

—No. Solo te recuerdo que estoy dispuesto a dar mi vida por ti.

—¿Y ahora qué pasa? ¿esta es la parte dónde se desnudan? No soy como las otras mujeres. 

—Lo sé. Por eso me encantas.

Su boca se posa en mi cuello. Y su lengua le habla a mi piel de maravillas que desconoce. Promesas dulces, placenteras y húmedas.

—Detente —digo, en un hilo de voz.

Abre mi chaqueta.

—De verdad, para.

Quita el primer botón de mi blusa. Me pongo a la defensiva de inmediato. Mis manos defienden el segundo botón.

Besa mis manos.

Se quita su chaqueta.

—No vamos a hacer nada —digo.

Él asiente.

—Dí algo —le ordeno.

Se desabotona la camisa y se la quita.

Veo su torso ejercitado, su abdomen marcado. Sus pectorales hinchados. 

Toma mis manos y las pone en su cintura. Las guía por unos centímetros. Pero luego ellas solas siguen el camino hasta su pecho. Dios mío, está en forma. Es el cuerpo de un galán de cine.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now