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Solo puedo ir por uno.

Mi arma. Es contra el agua. La llevo al cinto… No, no puedo matar a sangre fría. 

No soy un Ángel De La Muerte.

Respiro hondo. Me sumerjo.

No lo veo. 

No. 

Lo pensé  demasiado.

Él va morir por mi culpa. Lo busco como loca. No puedes morir.

Lo veo. Voy a toda prisa hacia él.  Lo tomo. Y nado hasta la orilla.

No respira. Le doy primeros auxilios. Respiración  boca a boca.

—Un, dos, ¡No te vayas! ¡por favor no te vayas…! Respira… No puedes hacerme esto... No puedes hacerme el amor y dejarme… Te entregué  veinticinco años de mi vida… No seas mal agradecido… Disculpa, voy a ser dulce, lo prometo.

Tose.

—¡Matthew!

Me derrumbo sobre su cuello. Incapaz de contener el llanto.

—No puedes dejarme sola.

—Lo lamento. No puedo luchar tan bien como tú. Soy torpe.

—No. Eres perfecto.

¿De verdad le gusto aún  cuando ha visto lo débil que soy?, piensa Matt.

Acomodo su cabello.

—¿Diana, dónde  estuviste todo este tiempo?

—Estuve cuidándome  para ti.

Sonreímos.  La beso.

Amanece.

En minutos la AIE llega al área. 

Se erige una base improvisada con tiendas. Y se ordena una búsqueda marítima.

Hay agentes trabajando en ordenadores. 

Geena y McGill se hacen presentes.

Les cuento que atentaron contra la vida de Matt.

Matt estornuda. Está  en una silla, cubierto  con una toalla. 

Yo ya me he cambiado de vestimenta. Pero él  sigue con la ropa mojada.

Justo en ese momento entra un agente seguido de una rubia que trae una bolsa con la ropa de Matt.

Es una rubia con una sonrisa estúpida y el cuerpo operado. 

—Señor Gillen, disculpe la demora.

—No te preocupes, María. 

¡¡¡MARÍA!!!

Me giro hacia él. Al percatarse se pone colorado.

La mosquita muerta hace ademán  de llevarle la ropa. La detengo. Y tomo la bolsa.

—Debes salir de aquí. Se tratan temas clasificados. 

—Puedes retirarte, María.  Muchas gracias —le dice con una sonrisa.

Voy a matarlo.  Lo juro.

La mujer se marcha.

—Lo que esa muchacha necesita es un hombre de verdad —dice McGill—, no uno al que le da una paliza un hombre sin dedos.

Los demás  agentes ríen. 

—¿Ustedes son verdaderos hombres? —dice Matt—. Todos ustedes juntos no se han acostado con la mitad de mujeres  que yo.

—¡Matt! —digo. 

Mierda. Creo que me he puesto en evidencia.

—¿Qué hacías con este? —dice McGill—. ¿Acaso no puede pagar sus propios guardaespaldas?

Matt enfurece.

—McGill, no hay necesidad  de ser hostil.

—Lamento haberte puesto en riesgo. Quizá sea mejor que me busque  nuevos guardaespaldas —dice Matt.

—¿Así de fácil? Ya no me necesitas.

—Déjalo, Diana. Tienes mejores cosas que hacer que cuidar al señorito —dice McGill—. Hablando de eso, eres una gran buceadora deberías  estar buscando el cuerpo del Cirujano.

Respiro hondo.

—No hacía  de guardaespaldas… Hacía de… De mujer.

Geena y McGill ahogan un suspiro. Y los demás  también. 

—¿Te has vuelto loca? —dice McGill.

En serio ese tipo es genial, piensa algún agente, se acostó  con la virgen  eterna.

Idiotas, piensa Matt, mientras se cambia de ropa en el interior de una carpa solitaria.

Los nervios. El estrés.  Me están  matando.

Termino de vestirme.

"Lo que esa muchacha necesita es un hombre de verdad, no uno al que le da una paliza un hombre sin dedos".

Voy a la ribera del río.

"Te volarán la cabeza. Esto no es una película".

Debería calmar mis nervios.

Busco en mis bolsillos.  Encuentro mi cigarrera. La abro. Se ha filtrado el agua. Los cigarrillos están  húmedos. 

Pero podría mascar el vicio.

No. He conocido una chica genial, quizá  esta sea mi última  oportunidad  de dejar las drogas.

Doy vuelta a la cigarrera y veo caer los cigarrillos.

—En serio te has propuesto dejar de fumar, ¿eh?

Miénteme A Ver Qué  Te PasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora