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Silencio incómodo.

—Creo que fue todo lo contrario. Tú me hackeaste a mí.

—¿Bromeas?

—Quizá sea patético lo que voy a decir. Pero soy una persona con muchos miedos, aunque no lo parezca. Y tú eres tan valiente, tan fuerte. Y eso me fascina porque quisiera ser como tú. Y aunque no lo pueda ser, al menos cuando estoy cerca de ti no tengo miedo porque nada ni nadie podría atacarme si estoy con la persona más fuerte del planeta.

Se me salen las lágrimas.

—Es irónico que te sientas seguro conmigo. Porque cuando estoy contigo me pongo sentimental. Y yo nunca soy sentimental. Me relajo contigo. No sé porqué.

Matt me aprieta la pierna con ternura.

—Cada uno calma los miedos del otro.

—Sí.

Freno. 

Hay patrullas.

Los agentes forman una barrera humana que es puesta a prueba por los curiosos.

El helicóptero ya no avanza. Sobrevuela en un solo punto.

Bajamos del carro.

El foco del helicóptero alumbra a cinco soldados extranjeros semidesnudos. Bailando como porristas.

Los transeúntes los graban.

—Los descubrió e "hipnotizó" —dice Matt, sonriendo.

Yo tampoco puedo contener la risa.

Me comunican lo que ocurrió por el auricular. Y se lo transmito a Matt.

—El Cirujano se detuvo. Se entregó. Logró quitarle los auriculares a uno de los soldados extranjeros. Y lo hipnotizó para que se los quitara otro y así sucesivamente. Los dejo bailando desnudos en la calle y bajó a la estación del metro que estaba repleta. Pudo abordar un tren o salir por otro acceso no lo sabemos porque...

—Se fue la energía en el área y aunque entraron los generadores. Esos pocos segundos fueron suficientes para que los que vigilaban las cámaras de la estación lo perdieran de vista.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque tiene espías dentro de nosotros. Y le dijeron que estaba siendo monitoreado por satélite. Y le indicaron ir a la estación. Un lugar cerrado, con múltiples accesos y lleno de gente.

Las fuerzas extranjeras llegan a la escena.

—Sus hombres saben moverlo, General —dice Matt burlón.

El General se pone como perro rabioso.

La prensa invade la escena como buitres sobre carroña.

Es tan hermosa, piensa Matt cuando la ve marcharse hacia la estación del metro.

Diana se suma a la tarea de inspeccionar la estación.

Mientras yo me quedo en la calle. Hago unas llamadas. 

—Ya te dije, Marlenee. Dile a los guionista que reescriban ese final. No le vamos a dar al público un final trágico, para eso ya tienen la vida real.

McGill  viene hacia mí. Con cara de que quiere pelea. 

Me despido y cuelgo.

Se quita el auricular de su oreja. No quiere que nadie nos escuche.

—Hasta que lo lograste dice.

—Todo el tiempo estoy logrando cosas, sé específico.

—Acostarte con Diana. 

—Ah, eso. ¿Te duele mucho o qué? Has estado siete años o más detrás de ella. Y viene un sujeto y lo consigue en pocos días. Debe ser terrible.

—¿Dices que es fácil?

—No. Solo que ella sabe que conoció  al mejor postor.

Sonríe  con amargura.

—Pobre Diana. No sabe que ahora la vas a botar como un trapo viejo.

—Tranquilo, viejo, no te vayas a suicidar. ¿Quieres que te cuente detalles para que te calmes; sus gemidos, su flexibilidad inusitada, su lado más pervertido?

—No lo sé. —se lleva la mano al otro oído—. ¿Tú qué dices, Diana? ¿que me cuente?

Mierda. Es una trampa.

Unos metros detrás  de McGill.  En la entrada a la estación, está Diana. 

Firme y furiosa.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now