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El corazón me da un vuelco.

—¿Qué estás diciendo, Matt?

—Tenía mis sospechas y tomé uno de tus cabellos. Mandé a hacer unas pruebas. Don Russo y tú son parientes.

Geena no puede contener la risa.

—¿Parientes? Uno de ellos medía casi dos metros y el otro es un duende.

—Don Russo  no es pequeño por su raza o por genética.  Sino por una enfermedad.   Era hijo de madre soltera. Deduzco que él fue fruto de una aventura entre tu abuelo y su madre.

>>Diana, tú quieres matar a tu único tío.

Rompo en llanto. Ya no puedo soportar el peso de toda esta mierda.

Las manos esposadas de Matt toman las mías. Me da consuelo. Y yo no puedo evitarlo. Sé qué a Geena le va molestar  como una patada en el estómago. 

Pero me arrojo sobre él y lo beso. 

Apenas unos segundos. Antes que él me rechace. Sus ojos se dirigen a la vitrina oscura en la pared.

Deduce que McGill está detrás de ella.

—Matt, no nos acostamos.

—Diana, si yo hubiera podido evitarlo, lo hubiera hecho, pero me dí cuenta demasiado tarde.

—¿De qué hablas?

—La noche en el faro, antes de eso te topaste con Don Russo y su novia.

¡No puede ser! Lo tuve frente a mí y no lo recuerdo.

—La chica  te hipnotizó, debían ganar tiempo  para alejarse de ti, por eso te envió a mi cuarto.

¡¿Qué?!

Me pongo de pie. Me paseo por la habitación. Me siento mareada.

No puedo más.

Salgo de la sala de interrogación. Camino por el pasillo rumbo a los baños. Una puerta se abre delante de mí.

Es McGill.

—Diana.

Me toma del brazo.

—Suéltame —le grito furiosa—. Nunca más en tu vida vuelvas a tocarme, imbécil.

Unos segundos después estoy en los baños.

Me lavo la cara. Me veo en el espejo.  Lo que veo es desesperación.

Mi madrina es una homicida.

Mi novio  está arrestado  y es cómplice del asesino de mi padre.

Y ahora resulta que el asesino de mi padre,  al cual deseo destripar con mis propios puños, es  mi tío.

Y para rematar: perdí  mi virginidad  porque me hipnotizaron  para que fuera así. 

¿En qué momento mi vida se fue a la mierda?

Tocan la puerta.  Es Geena.

—Diana, estás bien.

—Quiero estar sola.

—Pero...

—¡Maldita sea quiero estar sola!

—Entiendo.

Geena se marcha.

Me desparramo sobre el piso, soy un mar de lágrimas.

Paso así por lo menos media hora. Cada vez que alguien toca la puerta respondo igual:

—Ocupado, no me jodan.

Luego, cuando mis reservas de lágrimas se han vaciado,  salgo al patio.

Cojo mi móvil. Llamo a Linda.

Le cuento de mi nuevo tío recién descubierto. Agrego que mató a su hermano  quién por casualidad es mi padre.

—No puede ser… Es tu tío.

—Desgraciadamente.

Y no sé cómo ni de dónde. Pero me salen más lágrimas.

—Cómo lo supiste.

—Matt hizo pruebas de ADN.

Le cuento sobre cómo fui  hipnotizada para subir al cuarto de Matt.

—Es terrible... Pero...

—¿Pero qué?

—Las dos  sabemos que ya te gustaba desde antes de eso.

Silencio.

—Diana,  —continúa— en este momento qué te sientes tan triste, ¿qué es lo que más te gustaría hacer?

—E-e-estar en sus brazos.

—Lo sé. Y él ya te gustaba antes. ¿Y qué más importa  si te  hipnotizaron  para subir a su cuarto? De hecho creo que él ya lo había hecho antes que esa mujer. Él te sedujo. Y eso es lo que hacen los machos.  Unos muestran sus plumas.   Otros danzan.  Otros construyen nidos. Otros se ofrecen de almuerzo. Todo es una estrategia para hipnotizar a la hembra.  Pues sí. Él te persuadió.

Silencio.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora