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—¿Queeeeeeeeé? No vamos a tener sexo.

Diana grita cómo loca.

—Ya deja de creer que me apetece coger contigo. Estoy aquí solo porqué he descubierto que El Cirujano está atacando de nuevo.

Hasta Linda  se olvida de su sueño.

Silencio.

—Dame un minuto para cambiarme —dice Diana.

Entramos a su auto. Conduce hasta el centro de la ciudad.

Un Mall arde en llamas. Es un incendio voraz. El incendio es tan poderoso que rompe la oscuridad de la noche.

Los bomberos hacen esfuerzos desesperados por apagarlo.

Mierda, piensa Diana.

Toso. Hay demasiado humo. Tiene un olor particular. Cómo de plantas aromáticas.

—¿Crees que El Cirujano provocó el incendio? 

Miro el incendio embelesado. Las llamas se reflejan en mis ojos.

—Sin duda —responde—. Los dueños lavaban dinero de la mafia. Este es su castigo.

—Sea como sea esto es malo. Los empresarios comenzarán a temer. Tendremos más presión.

—No te desesperes. Esto se va a poner peor.

¿Uh?

Sus ojos van de un lugar a otro. Como si mirara el humo. ¿Por qué le interesa tanto este humo con olor aromático?

—Esto solo es el preludio, Diana.

Sus palabras me provocan escalofríos.

—¡Los políticos solo se preocupan por ellos mismos! 

—¡Corruptos!

Por una calle vienen un grupo de diez personas.

—¿Manifestantes? ¿a esta hora?

—¡Mierda! —Matt está lleno de miedo.

—¿Qué pasa?

Los manifestantes gritan sus mantras anarquistas.

—Ellos son la caballería. Están hipnotizados. Y su propósito es hipnotizar a más personas. Crear una multitud. Y provocar disturbios. Destrozar la ciudad.

—¡No podemos permitir que eso pase!

—Así es. Si la multitud se hace demasiado grande no podremos detenerla. Sus gritos creerán un círculo vicioso de hipnotismo.

Los bomberos y periodistas prestan atención a esos diez manifestantes. Lo veo en sus ojos. Se están convirtiendo a su causa.

—Iré a usar mi magia. Tenemos que disolver a ese pequeño grupo. Pero por cualquier cosa… Ve llamando escuadrones antimotines. Y que todos traigan orejeras antirruido.

Matt corre hacia ellos.

Yo cojo mi celular y hago llamadas.

—Hola, mi gente —dice con entusiasmo.

—¡Es Matt Gillen!

—El actor.

—Sí, ese soy yo. Su gran amigo. Yo quiero ser senador. Soy la prueba de que no todos los políticos son malos. Yo destino gran parte de mi dinero a ayudar a los más necesitados. He construido múltiples escuelas y hogares.

—¡Es cierto! 

—También brinda becas a estudiantes de bajos recursos.

Qué alivio. Matt los controló.

—Pero se unió al Partido Conservador. Está aliado con los que saquearon a este país —dice un periodista.

Silencio.

Matt se gira hacia el periodista. Matt tiene cara de haber sido apuñalado. 

Yo me quedo de piedra.

—Sí, es uno más de ellos.

—Su altruismo es una farsa.

—Cree que somos idiotas.

Hasta los bomberos se han unido.

Todo el mundo va contra Matt, furiosos. Con deseos de desgarrarlo.

No podemos dejar que este grupo crezca. Destruirán la ciudad. Tenemos que disolverlos. Separarlos. Ahuyentarlos. Eso es.

Desenfundo mi arma. Y disparo al aire. Una. Dos. Tres. Cuatro veces.

Muestro mi placa.

—Soy una agente de la AIE vuelvan a sus casas o serán arrestados —grito, enfadada.

Todos se quedan absortos. Temerosos. Disuadidos. O eso creo.

—Diana, ¿qué has hecho? —dice Matt, colérico—. ¿Acaso eres estúpida?

¿Ah? ¿pero qué se cree este majadero?

—¿Cómo te atreves a llamarme así? ¿acaso quieres que te patee el trasero de nuevo?

Matt aprieta los puños. Impotente.

—La AIE quiere amedrentarnos  y violentar nuestro derecho de libre expresión y protesta —es un grito furioso.

Y otros lo acompañan.

Mierda. Ya lo entiendo. La he cagado.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora