9

838 32 2
                                    


En la casa de los alrededores las luces se encienden. 

Cuerpos se levantan de las camas. Cortinas se corren. Ojos curiosean a través de la ventana. ¿Esos fueron disparos?

Escuchan gritos de protestas.

Y quieren unirse.

Estrelló mi puño en una nariz. La suela de mi zapato aplasta una panza. Bomberos. Periodista. Civiles. Uno a uno se lanzan contra mí. Y uno a uno los hago llorar de dolor.

Pero cada vez son más.

—¡Diana, debemos irnos! Son demasiados.

Es él. Está detrás de mí. Sí, es él.  Él que me ha dicho estúpida. Cierro mis puños con más ira.

—Yo no soy una cobarde como tú.

Su brazo me rodea por la cintura. Me abraza por la espalda. Su aliento eriza los vellos de mi cuello.

¿Y eso? ¿eso contra mis nalgas? ¿es… Una erección? ¿cómo puede tener una erección en este momento? 

Me sonrojo.

—Sé que no eres una cobarde. Sé que no necesitas mi ayuda ni la de nadie para cuidarte. Pero no puedes pelear sola contra cincuenta personas. Y no quiero que nada malo te pase. Quiero pasar más tiempo contigo. Y profundizar en nuestra relación.

Mi corazón se acelera. ¿Lo dice en serio? No. Él es un mentiroso. Un seductor de mujeres.

—Tratas de engañarme —digo, como para disolver la niebla que causan sus palabras en mi mente.

Sus labios chocan contra mi cuello. Un tacto húmedo. Un calor recorre mi cuerpo al instante. Como si un rayo me hubiera golpeado de lleno.

¿Y esta humedad bajo mi pelvis?

¿Por qué este hombre me pone así? Como una tonta.

Toma mi mano. Y me guía. Corremos. No digo nada. Soy como un zombie.

Matt detiene a un conductor. Lo hipnotiza para que sea nuestro chófer.

¿Acaso eso me ha pasado? ¿me ha hipnotizado?

Abordamos en los asientos traseros.

Me lo quedo viendo.

—¿Qué te pasa? —dice, extrañado.

Y yo no me resisto más. Lo beso como si fuera a morir en cualquier momento.

Unos minutos después. Estamos en frente de la AIE.

Bajamos del auto. Lo cojo de la mano. 

Matt se queda atónito. Yo sonrío.

"No puedes relacionarte con él, es el enemigo". No me importa lo que digan. No me importa lo que Geena diga.

Aceptar lo que quieres. Qué no te importen las consecuencias. Es liberador.

Entramos a la AIE.

Un momento después estamos en la Sala De Emergencias.

Geena y McGill ya están a cargo.

Los agentes hacen sufrir los teclados de sus computadoras.

En la pantalla grande hay escenas de vandalismo por toda la ciudad.

Geena está preocupada.

Se percata de mi mano sujeta a la de Matt y se queda helada.

—¿Tienes alguna idea de cómo solucionar esto galán? —dice McGill a Matt en tono burlón.

Matt se ríe, como quien recibe la crítica de un envidioso. Una crítica que no duele, lo contrario, gusta. 

A McGill también le molesta mi unión con Matt. Él es como mi hermano mayor. Es comprensible que le enfade verme haciendo manitas con un mentiroso empedernido.

Silencio. Duelo de miradas entre Matt y McGill.

Suelto la mano de Matt. Es lo mejor. Matt me mira extrañado.

Geena interviene. Gracias a Dios.

—Cualquier idea es bienvenida —dice Geena—. La multitud crece. Los antimotines perdieron sus orejeras en medio de los enfrentamientos. Y engrosaron las filas enemigas. No podemos permitir que la multitud crezca más y alcance magnitudes desproporcionadas. No quiero usar la última instancia.

—¿Cuál sería la última estancia? —pregunto.

¿Acaso la AIE pretende disparar a personas?


Miénteme A Ver Qué  Te PasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora