1

1.5K 53 6
                                    

Tengo tres coches. Van muy rápido por el suelo. Muy, muy rápido. Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el verde. Es el mejor. A mami también le gustan. A mí me gusta cuando mami juega con los coches y conmigo. El rojo es su preferido. Hoy está sentada en el sofá mirando a la pared. El coche verde se estrella en la alfombra. El coche rojo lo sigue.
Luego el amarillo. ¡Pum! Pero mami no lo ve. Apunto a sus pies con el coche verde, pero el coche verde se mete debajo del sofá. No puedo cogerlo; mi mano es demasiado grande para el hueco. Mami no ve nada.
Quiero mi coche verde, pero mami sigue sentada en el sofá mirando a la pared. «¡Mami! Mi coche.» No me oye. «¡Mami!» Le cojo la mano y se echa hacia atrás y cierra los ojos. «Ahora no, renacuaja. Ahora no», dice.
Mi coche verde se queda debajo del sofá. Todavía está debajo del sofá. Lo veo, pero no llego a cogerlo. El coche verde está lleno de polvo. Cubierto de pelo gris y de suciedad. Quiero recuperarlo, pero no lo consigo. Nunca
lo consigo. He perdido mi coche verde. Perdido para siempre. Y ya no podré volver a jugar con él.

Abro los ojos y mi sueño se desvanece en la luz de primera hora de la mañana. ¿De qué narices iba todo eso?
Intento atrapar algunos fragmentos antes de que desaparezcan, pero todos se me escapan.

Me olvido del sueño, como hago casi todas las mañanas, salgo de la
cama y busco unos pantalones de chándal recién lavados en el vestidor.
Fuera, un cielo plomizo augura lluvia, y hoy no estoy de humor para mojarme... Con la lluvia. Decido ir al gimnasio de la planta de arriba, enciendo el
televisor para ver las noticias de economía de la edición matinal y me subo a la cinta de correr.
Centro mis pensamientos en el día que me espera. Solo tengo reuniones, aunque he quedado con el entrenador personal un poco más tarde para una sesión en la oficina: siempre supone un reto estimulante.

¿Y si llamo a Elena?

Sí, tal vez. Podríamos cenar un día de esta semana.
Paro la máquina de correr, sin resuello, y bajo para darme una ducha.
Luego me dispongo a enfrentarme a un nuevo día monótono.

—Hasta mañana —murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.

—Esta semana tenemos que salir, Martín, . —Bastille, mi entrenador, sonríe con arrogancia porque sabe perfectamente que yo le sigo donde sea que decida ir.

Se gira y se va y yo lo veo alejarse con el ceño fruncido.

Mientras miro la vista panorámica de Madrid, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor está tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me siento inquieta. No
debería estar así después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.

Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés
recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que mi asistente tenía que haberme pasado ya los números
y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para coger el teléfono con intención de descubrir qué está pasando.

Maldita sea. Tengo que soportar una entrevista con la persistente
señorita escalona para la revista de la facultad. ¿Por qué demonios
accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca de imbéciles mal informados e insustanciales que pretenden hurgar en mi vida personal. Y, encima, es una estudiante. Suena el teléfono.

—Sí —le respondo bruscamente a Andrea, como si ella tuviera la culpa

Al menos puedo intentar que la entrevista dure lo menos posible.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now