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—No, me gustaría darle una sorpresa. —Le dedico mi mirada más
encantadora y formal, ante la que reacciona con un par de parpadeos—¡Uau!, sí que ha sido fácil. ¿Quién lo habría dicho? Así da gusto—. ¿Cuál es su habitación?

—Por esa primera puerta.

Me indica una que da al salón, desierto en esos momentos.

—Gracias.

Dejo la chaqueta y el vino frío encima de una de las cajas de la
mudanza, abro la puerta y me encuentro en un pequeño distribuidor con un
par de habitaciones. Supongo que una debe de ser un cuarto de baño, así que llamo a la otra. Espero un segundo, abro y allí está Mónica , sentada frente a un pequeño escritorio, leyendo algo que parece el contrato.

Lleva puestos los auriculares mientras juega con los dedos de manera ausente, al compás de un ritmo que solo oye ella. La observo unos instantes, sin moverme del sitio. Su expresión concentrada le forma arrugas en la cara, se ha hecho trenzas y lleva puestos unos pantalones de chándal. Tal vez ha salido a correr por la tarde… Quizá también necesita desfogarse. La idea me complace.

El dormitorio es pequeño, está muy ordenado y tiene un aire femenino e infantil: todo es blanco, de color crema o azul celeste, y está bañado por la luz suave de la lamparita de
noche. También parece un poco vacío, aunque veo una caja cerrada, con las palabras «Habitación de Moni» escritas en la parte superior. Al menos
tiene una cama de matrimonio… de hierro forjado blanco. Vaya, vaya.
Esto tiene posibilidades.
De pronto Mónica da un respingo, sorprendida ante mi presencia.

Sí, he venido por tu e-mail.

Se quita los auriculares de un tirón y el ruido amortiguado de la música llena el silencio que se ha instalado entre nosotras.

—Buenas noches, Mónica.

Me mira boquiabierta y con los ojos como platos.

—He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona.

Intento adoptar un tono neutro. Ella mueve la mandíbula arriba y abajo, pero permanece muda.

La señorita carrillo se ha quedado sin palabras. Vaya, eso me gusta.

—¿Puedo sentarme?

Asiente con la cabeza y sigue mirándome completamente atónita
mientras me acomodo en el borde de la cama.

—Me preguntaba cómo sería tu habitación —digo para intentar romper el hielo, aunque la charla insustancial no es uno de mis fuertes.

Mónica pasea la mirada por el dormitorio, como si lo viera por primera vez.

—Es muy serena y tranquila —añado, aunque ahora mismo estoy muy
lejos de sentirme serena y tranquila.

Quiero saber por qué ha rechazado mi propuesta sin opción a discutirla.

—¿Cómo…? —empieza a preguntar con un hilo de voz, pero se queda
a medias.

Habla en susurros; es evidente que sigue sorprendida.

—Todavía estoy en el hotel.

Eso ya lo sabe.

—¿Quieres tomar algo? —dice en un tono estridente.

A ti.

—No, gracias, Mónica.

Bien, no ha olvidado los buenos modales, pero deseo resolver cuanto antes lo que me ha traído hasta aquí: su inquietante e-mail.

—Así que ha sido agradable conocerme… —comento haciendo
hincapié en la palabra que más me ofende de toda la frase.

¿Agradable? ¿En serio?

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now