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Espero a ver cómo reacciona, pero sigue tomándose la sopa mientras le da vueltas a lo que acabo de decirle.

—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad? —pregunta cuando se ha
terminado la última cucharada.

—No.

La camarera nos interrumpe para llevarse los platos vacíos. Mónica espera a que se aleje.

—¿Por qué?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí.

—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a
palos.

Parpadea un par de veces mientras asimila esos datos.

—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?

—Los suficientes para saber lo que hacía.

—¿Sigues viéndola?

Noto que está impactada.

—Sí.

—¿Todavía… bueno…?

Se pone tan roja como un tomate y hace un mohín con la boca.

—No —digo enseguida. No quiero que se haga una idea equivocada de
mi relación con Elena—. Es una buena amiga —añado para tranquilizarla.

—¿Tu madre lo sabe?

—Claro que no.

Mi madre me mataría… y Elena también.

La camarera regresa con el segundo plato: venado.
Mónica toma un largo trago de vino.

—Pero no estarías con ella todo el tiempo…

No presta atención a la comida.

—Bueno, estaba solamente con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Al fin y al cabo, todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come, Mónica.

—No tengo hambre, Vanesa, de verdad —dice.

Entorno los ojos.

—Come —insisto sin subir la voz.
Intento controlar mi ira

—Espera un momento —pide en un tono igual de calmado que el mío.

¿Qué problema tiene? ¿Elena?

—De acuerdo —accedo.

Me pregunto si le he contado demasiado sobre mí. Como un poco de venado.
Por fin coge los cubiertos y empieza a comer.
Bien.

—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación? —pregunta—. ¿Estarás dándome órdenes todo el rato?

Inspecciona con la mirada el plato de comida que tiene delante.

—Sí.

—Ya veo.

Se aparta la coleta de encima del hombro.

—Es más, querrás que lo haga.

—Es mucho decir, no creo—opina.

—Lo es.

Cierro los ojos. Quiero poder hacerlo con ella, ahora más que nunca.

¿Cómo convencerla de que le dé una oportunidad a nuestro acuerdo?

—Mónica, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo problema en comentar cualquier detalle. Estaré en Elche hasta el viernes, por si quieres que hablemos antes del fin de semana. Llámame… Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De
verdad quiero que esto funcione. Nunca he querido nada tanto.

Uau. Bonita parrafada, Martín.
¿Acabas de pedirle que salga contigo?

—¿Qué pasó con las otras quince? —quiere saber.

—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a…incompatibilidad. Muchas veces es difícil estar en la misma sintonía de la otra persona y cuando eso ocurre es mejor dejarla ir.

—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?

—Sí.

Eso espero…

—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.

—No, Mónica. Soy monógama.

—Ya veo.

—Investiga un poco, Mónica.

Deja el cuchillo y el tenedor sobre el plato, y eso significa que ya no tiene hambre.

—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?

Asiente con la cabeza, se lleva las manos al regazo, su boca hace ese
mohín testarudo tan suyo… y sé que será imposible convencerla de que se termine el plato. No me extraña que esté tan flaca. Tendré que cambiar sus hábitos alimentarios si accede a ser mía.

Mientras yo sigo comiendo, veo que me lanza una mirada cada pocos segundos y que un lento rubor
empieza a aparecer en sus mejillas.

Mmm, ¿y a qué viene eso?

—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo.—Es evidente que está pensando en sexo—. Ya me imagino… —digo para
provocarla.

—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.

—El pensamiento no, Mónica, pero tu cuerpo… lo conozco bastante
bien desde ayer.

Le lanzo una sonrisa voraz y pido la cuenta.

Cuando nos vamos, su mano se agarra a la mía con fuerza. Está callada
—parece absorta en sus pensamientos—, y así sigue todo el trayecto. Le he dado mucho que pensar.
Sin embargo, también ella me ha dado mucho que pensar a mí.

¿Querrá meterse en esto conmigo?
Maldita sea, espero que sí.

Aún es de día cuando llegamos a su casa, pero el sol se está poniendo
tras el horizonte con una luz brillante, rosada y nacarada. Mónica y patri viven en un lugar espectacular, con unas
vistas increíbles.

—¿Quieres entrar? —me pregunta cuando apago el motor.

—No. Tengo trabajo.

Sé que si acepto su invitación estaré cruzando una línea que no estoy preparada para cruzar. No sé hacer de novia… y no quiero darle falsas esperanzas en cuanto al tipo de relación que tendrá conmigo.
Veo la decepción en su rostro, y, desanimada, mira hacia otro lado.
No quiere que me vaya.
Menuda lección de humildad. Alargo el brazo, le cojo la mano y le beso los nudillos con la esperanza de que mi rechazo no le resulte tan hiriente.

—Gracias por este fin de semana, Mónica. Ha sido… estupendo.

Me mira con los ojos brillantes.

—¿Nos vemos el miércoles? —sigo diciendo—. Pasaré a buscarte por
el trabajo o por donde me digas.

—Nos vemos el miércoles —contesta, y la esperanza que resuena en sus
palabras me desconcierta.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now