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—¿Qué coche es? —me pregunta cuando ya estoy sentada al volante.

—Un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la
capota.—Pongo el coche en marcha, bajo la capota y la voz del Boss inunda el vehículo.—Va a tener que gustarte Bruce.

Le sonrío y saco el R8 de su segura plaza en el parking.

En la carretera vamos esquivando los demás coches de camino a
Elche. Mónica está muy callada; escucha la música y mira por la ventanilla.

Es difícil interpretar la expresión que se oculta tras esas enormes gafas de sol Wayfarer.
Con mi mano derecha acomodo mi cabello que se mueve fuertemente con el viento .
Hasta ahora, el fin de semana ha resultado del todo inesperado. Aunque ¿qué esperaba? Pensaba que cenaríamos juntas, que negociaríamos el contrato y luego… ¿qué? Tal vez era inevitable que me la follara.

Miro hacia Mónica.

Sí… Y quiero follarla otra vez.
Ojalá supiera qué piensa de todo esto. Deja entrever muy poco, pero he aprendido algunas cosas sobre ella. A pesar de su inexperiencia, está ansiosa por aprender. ¿Quién habría dicho que bajo esa apariencia tímida se ocultaba el alma de una sirena? Me viene a la mente la imagen de sus
labios en mi sexo y tengo que reprimir un gemido.

Sí… Está más que ansiosa.
Pensar eso me excita.

Espero poder verla de nuevo antes del próximo fin de semana.
Incluso ahora, me muero de ganas por tocarla otra vez. Alargo el brazo y le pongo la mano sobre la rodilla.

—¿Tienes hambre?

—No especialmente —responde, contenida.

Esto empieza a preocuparme de verdad.

—Tienes que comer, Mónica.Conozco un sitio fantástico cerca de
Elche. Pararemos allí.

El restaurante es pequeño y está lleno de parejas y familias que
disfrutan de un almuerzo de domingo. Con Mónica de la mano, sigo a la recepcionista hasta nuestra mesa. La última vez que estuve aquí fue con Elena. Me pregunto qué opinaría ella de Mónica.

—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han
cazado o recogido —explico.

Hago una mueca fingiendo horrorizarme y Mónica se ríe.

¿Por qué me siento como si midiera tres metros cuando la hago reír?

—Dos copas de Pinot Grigio —le pido a la camarera, que me pone
ojitos desde debajo de su largo flequillo rubio.

Eso me molesta. Veo que Mónica frunce el ceño.

—¿Qué pasa? —pregunto; tal vez a ella también le ha molestado la
actitud de la camarera.

—Yo quería una Coca-Cola light.

¿Y por qué no lo has dicho? Me cabreo

—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida,
nos traigan lo que nos traigan.

—¿Nos traigan lo que nos traigan? —pregunta con los ojos como
platos, alarmada.

—Sí.

Y esbozo una sonrisa de varios megavatios para que me perdone por no haberle dejado pedir su bebida.

No estoy acostumbrada a preguntar…

—A mi madre le has gustado —añado, con la esperanza de que eso la
complazca, al recordar cómo ha reaccionado toñi al conocerla.

—¿En serio? —dice, y parece halagada.

—Claro. Siempre ha pensado que era lesbiana, pero luego se dio cuenta que no llegaba con nadie a casa y pensó que no me llamaban la atención ni los hombres, ni las mujeres... Asexual.

—¿Por qué pensaba que eras asexual?

—Porque nunca me había visto con nadie y jamás, me han visto con un chico. Digamos que los chicos no son lo mío.

—Vaya… ¿con ninguna de las quince?

—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.

—Oh.

Sí, nena, solo contigo. La idea me resulta perturbadora.

—Mira, Mónica, para mí también ha sido un fin de semana de
novedades.

—¿Sí?

—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones
sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?

Eso. ¿Qué coño estás haciendo conmigo? Esta no soy yo.

La camarera nos trae el vino, frío, y Mónica enseguida da un pequeño
sorbo sin dejar de mirarme con un brillo en los ojos.

—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad —dice con
un tímido deleite en la voz.

Yo también me lo he pasado muy bien, y me doy cuenta de que hacía
mucho que no disfrutaba de un fin de semana… desde que inma y yo
rompimos. Se lo digo.

—¿Qué es un polvo vainilla? —pregunta.

Me río porque no me esperaba esta pregunta, ni que cambiara tan
radicalmente de tema.

—Sexo convencional, Mónica, sin juguetes ni accesorios. Sin contar el arnés, porque eso ya es parte de mi—Me encojo de hombros—. Ya sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.

—Oh —se sorprende.

La veo algo alicaída. ¿Y ahora qué?

La camarera nos interrumpe y deja dos platos de sopa.

—Sopa de ortigas —anuncia, y vuelve a la cocina dándose aires.

Mónica y yo nos miramos, luego contemplamos la sopa. La probamos
enseguida y a ambas nos parece buenísima. Ella suelta una risita al ver mi exagerada expresión de alivio.

—Qué sonido tan bonito —digo en voz baja.

—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho…
bueno… lo que hagas?

Ella y sus constantes preguntas…

—Digamos que sí.

Y me planteo si ser más explícita en mi respuesta. Deseo que se abra a mí; quiero que confíe en mí.

Nunca he hablado de ello con nadie con tanta franqueza, pero creo que puedo fiarme de ella, así que escojo las palabras con mucho cuidado.

—Una amiga de mi madre me sedujo cuando yo tenía quince años.

—Oh.

La cuchara de Mónica se detiene a medio camino entre el plato y su boca.

—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumisa durante seis años.

—Oh. —Y suelta un suspiro.

—Así que sé lo que implica, Mónica—sé lo del dolor—. La
verdad es que no tuve una introducción al sexo demasiado corriente.

Nadie podía tocarme. Todavía es así.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now