42

358 29 0
                                    

El discurso de Patricia es inspirador; versa sobre la importancia de aprovechar
las oportunidades —sí, carpe diem—, y el público le brinda una calurosa ovación cuando acaba. Salta a la vista que es inteligente, popular y segura de sí misma. No la chica tímida y retraída que sería Mónica . Me pasma que sean amigas.

Oigo que anuncian mi nombre; el rector me ha presentado. Me levanto
y me dirijo al atril a pasos firmes.
Comienza el espectáculo, Vane.

Mi discurso estaba impreso en una carpeta de color rojo sobre el atril. Sonreí, acomodé mi cabello y comencé a hablar, me habían pedido un discurso largo, que procuré aprenderme casi de memoria porque odiaba pararme frente a todos y leer, me gustaba mostrar poder, que todos me miren atentos a lo que hablo y a la vez yo poder mirar las caras de quienes me escuchan. Si bien estuve casi toda la noche dándole vueltas al discurso para poder aprenderlo, logré decirlo sin inventar nada en el camino. Mi mirada estaba fija en Mónica, saqué el micrófono del atril y me acerqué al borde del pequeño escenario para así poder verla mejor y que ella me detallara más de lo que ya lo hacía. Era una guerra de miradas, mientras ella abría los ojos impresionada de mi memoria y de mi seguridad. Punto para mi.
Cuando ya se acercaba el final de mi discurso me salí del guión e invente uno nuevo porque necesitaba quedarme allí hablando unos minutos más para ganar la guerra de miradas. Mónica me sonrió y yo no lo hice de vuelta y allí recién di por terminado mi discurso. la guerra la había ganado yo.

Al sentarme con los aplausos de fondo, me resisto a mirar a Mónica y contemplo el estandarte de la Universidad, que cuelga al fondo del auditorio. Si lo que pretende es seguir ignorandome cómo antes , perfecto. Las dos sabemos jugar a ese juego.
El vicerrector se pone en pie para entregar los títulos, y con ello comienzan mis nervios, porque la chica de ojos lindos va justo en la letra C.

Después de lo que para mí fué una eternidad —la paciencia no es lo mío—oigo que anuncian su nombre: Mónica Carrillo. Un breve aplauso y ella se encamina hacia mí con aire consternado.

Mierda.

¿En qué está pensando?

Tranquilízate, Vane.

—Felicidades, señorita Carrillo —le digo al entregarle el título. Con ella rompo el protocolo y le doy un beso en la mejilla, nuestras manos seguían en el título, y yo retengo la suya—. ¿Tiene problemas con el
ordenador?

Parece perpleja.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora