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La miro fijamente, perpleja y divertida. Nunca me lo han pedido, nunca lo he hecho. Nunca pensé hacerlo. Pero ella hacía que la duda quedara en mi mente.

¿Qué quiere decir con eso?

¿Hacer el amor? Lo hacemos. Lo hemos hecho. Es tan solo otro término para follar.

Me estudia con gesto grave. Mierda. ¿A esto se refiere cuando dice que quiere más? ¿Se trata de todo ese rollo de las flores y los corazones? Pero es una cuestión de semántica, ¿verdad? Es únicamente una cuestión semántica.

—Moni, yo… —¿Qué quiere de mí?—. Pensé que ya lo habíamos hecho, estoy segura que ya lo hicimos. Sexo vainilla.

—Quiero tocarte. Necesito tocarte, Vanesa.

Mierda. No. Doy un paso atrás mientras la oscuridad me atenaza el tórax.

—Por favor —dice en un susurro.

No. ¡No! ¿No se lo he dejado lo bastante claro?

No soporto que me toquen. No lo soporto.
Eso, jamás.

—Ah, no, señorita Carrillo, ya le he hecho demasiadas concesiones esta noche. La respuesta es no.

—¿No? —exclama.

—No.

Y por un momento, me entran ganas de mandarla de vuelta a su casa, o arriba… donde sea pero lejos de mí. Fuera de aquí.

No me toques.

Me mira con aire receloso y de pronto recuerdo que mañana se irá y que no la veré durante unos días. Suelto un suspiro. No me queda energía para enfrentarme a eso.

—Mira, estás cansada, y yo también. Vámonos a la cama y ya está.

—¿Así que el que te toquen es uno de tus límites infranqueables?

—Sí. Ya lo sabes.

Soy incapaz de suprimir la exasperación de mi voz.

—Dime por qué, por favor.

No quiero hablar de eso. No quiero tener esa conversación. Nunca. Ella no debería tener esta información en su cabeza.

—Ay, Mónica, por favor. Déjalo ya.

Se le nubla el rostro.

—Es importante para mí —dice con un tono de súplica vacilante en la voz.

—A la mierda —murmuro para mí. Saco una camiseta de uno de los cajones de la cómoda y se la tiro—. Póntela y métete en la cama.

¿Por qué narices dejo que duerma conmigo? Pero es una pregunta retórica: en lo más profundo de mí, sé cuál es la respuesta. Es porque duermo mejor con ella.

Moni es mi atrapasueños.
Mantiene mis pesadillas a raya.
Me da la espalda, se quita el sujetador y se pone la camiseta.

¿Qué le he dicho en el cuarto de juegos esta tarde? Que no debería ocultarme su cuerpo.

—Necesito ir al baño —dice.

—¿Ahora me pides permiso?

—Eh… no.

— Mónica, ya sabes dónde está el baño. En este extraño momento de nuestro acuerdo no necesitas permiso para usarlo.

Me desabrocho la camisa y me la quito, mientras me quito el sujetador ella sale disparada del dormitorio mientras lucho por mantener la calma.

¿Qué mosca le ha picado?

Una cena en casa de mis padres y ya espera violines y serenatas a la luz de la luna y paseos bajo la maldita lluvia, joder. Yo no soy así. Ya se lo he dicho. A mí no me van las relaciones románticas. Suelto un suspiro mientras me quito los pantalones.
Pero ella quiere más, necesita toda esa mierda del romanticismo.

Joder.

Dentro del vestidor, arrojo los pantalones al cesto de la ropa sucia y me pongo una camiseta a modo de pijama.

Esto no va a funcionar, Vane.
Pero quiero que funcione.
Deberías dejar que se vaya.
No. Puedo hacer que funcione. Tiene que haber algún modo.

El radiodespertador señala las 11.46. Hora de irse a la cama. Compruebo el móvil para ver si ha llegado algún correo urgente. No hay nada. Llamo a la puerta del cuarto de baño con brusquedad.

—Pasa —farfulla Moni.

Se está lavando los dientes, sacando espuma por la boca literalmente… con mi cepillo. Escupe en el lavamanos, a mi lado, y las dos nos miramos en el reflejo del espejo. Tiene un brillo travieso y risueño en los ojos. Enjuaga el cepillo y, sin decir nada, me lo da. Me lo meto en la boca y ella pone cara de estar satisfecha consigo misma.
Y así, sin más, toda la tensión de nuestro intercambio anterior desaparece como por arte de magia.

—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —bromeo.

—Gracias, señorita.

Sonríe y, por un momento, parece a punto de hacerme una reverencia, pero me deja a solas para que me lave los dientes.
Cuando vuelvo al dormitorio está tumbada en la cama bajo las sábanas.

Debería estar estirada debajo de mí.

—Que sepas que no es así como tenía previsto que fuera esta noche.

Mi tono es de mal humor.

—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme —dice, tan peleona como siempre.

No piensa olvidarse del asunto. Me siento en la cama.

— Mónica, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro en la vida; no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué? ¡Nadie debería tener esa mierda en la cabeza!

—Porque quiero conocerte mejor.

—Ya me conoces bastante bien.

—¿Cómo puedes decir eso?

Se incorpora y se coloca de rodillas delante de mí, con el gesto serio y ansioso.

Moni. Moni. Moni. Déjalo de una puta vez.

—Estás poniendo los ojos en blanco —dice—. La última vez que yo hice eso, terminé tumbada sobre tus rodillas. ¿Tu vas a terminar tumbada en mis rodillas o solo yo?

—Oh... solo tú, y no me importaría volver a hacerlo. Ahora mismo.

Se le ilumina el rostro.

—Si me lo cuentas, te dejo que lo hagas.

—¿Qué?

—Lo que has oído.

—¿Me estás haciendo una oferta?

Mi voz deja traslucir mi incredulidad.
Asiente con la cabeza.

—Estoy negociando.

Arrugo la frente.

—Esto no va así, Mónica.

—Vale. Cuéntamelo y luego te pongo los ojos en blanco.

Me río. Ahora se ha puesto en plan cómico, y está preciosa con mi camiseta.

Se le ilumina la cara con gesto anhelante.

—Siempre tan ávida de información —comento con asombro. Y se me ocurre una idea: podría darle unos azotes. Tengo ganas de hacerlo desde la cena, pero podría añadirle un toque más divertido. Me levanto de la cama—. No te vayas —le advierto antes de salir del dormitorio.

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⏰ Last updated: May 03 ⏰

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50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now