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—Me gusta lo que llevo —replica.

Obviamente.

Le beso el pelo.

—Ya veremos.

Cierro los ojos y me relajo en la intimidad de nuestro silencio mientras
una extraña satisfacción me llena y me reconforta.

La sensación es buena. Demasiado buena.

—Tengo que irme —murmuro, y la beso en la frente—. ¿Estás bien?

—Estoy bien —dice en un tono apagado.

Salgo de debajo de ella con cuidado y me levanto.

—¿Dónde está el baño? —pregunto.

—Por el pasillo, a la izquierda.

Entro al baño me lavo las manos y con mis dedos peino mi flequillo, en el estante que hay a mi lado está lo que necesito
aceite infantil, lo tomo y salgo del baño.
Cuando vuelvo, ella ya se ha vestido y evita mi mirada. ¿A qué viene de
repente tanta timidez?

—He encontrado este aceite para niños. Déjame que te dé un poco en las marcas.

—No, ya se me pasará —dice mirándose los dedos. Sigue evitándome.

— Mónica—la reprendo.

Por favor, tú solo haz lo que te dicen.

Me siento detrás de ella y le bajo los pantalones de chándal. Me vierto
un poco de aceite en una mano y le froto con delicadeza en las marcas rojas que tiene en su trasero.

Ella se pone en jarras, en un gesto obstinado, pero guarda silencio.

—Me gusta tocarte —admito para mí misma en voz alta—. Ya está. — Le subo los pantalones—. Me marcho ya.

—Te acompaño —dice con voz tenue, aunque se mantiene apartada.

La cojo de la mano y, a mi pesar, la suelto cuando llegamos a la entrada
del apartamento. Una parte de mí no quiere marcharse.

—¿No tienes que llamar a Sole? —me pregunta con la mirada fija en
la cremallera de mi cazadora de cuero.

—sole lleva aquí desde las nueve. Mírame.

Unos ojos grandes me miran bajo unas pestañas largas y
oscuras.

—No has llorado —digo con un hilo de voz.

Y has dejado que te azote. Eres asombrosa.

La estrecho contra mí y la beso vertiendo en ese gesto mi gratitud.

—Hasta el domingo —susurro, febril, contra sus labios.

La suelto de golpe, antes de que me gane la tentación de preguntarle si
puedo quedarme, y me encamino hacia donde Sole me espera con el
SUV. Subo al coche y vuelvo la cabeza, pero ella ya se ha ido.
Seguramente está cansada, como yo.
Un cansancio agradable.

Esta debe de haber sido la conversación sobre «límites tolerables» más
placentera que he mantenido nunca.

Maldita sea, esa mujer es imprevisible.

Cierro los ojos y la veo con la cabeza echada hacia atrás en pleno éxtasis. Mónica no
hace nada a medias; se implica a fondo. Y pensar que solo hace una
semana desde su primera experiencia sexual… Conmigo. Y con nadie más.

Sonrío satisfecha mientras miro por la ventanilla del coche, pero lo
único que veo es mi cara fantasmagórica reflejada en el cristal. Así que
cierro los ojos y me permito soñar despierta.

Será divertido entrenarla.

50 sombras de Martín (v) Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ