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—Vanesiitaa—exclama Mia, eufórica, y echa a correr en mi dirección tras
abandonar el carrito cargado hasta arriba de equipaje. Me rodea el cuello
con los brazos y me estrecha contra ella, con fuerza—. Te he echado de
menos.... Te dejaste crecer el cabello, que maravilla.

—Yo también te extrañé.

Le devuelvo el abrazo. Se inclina hacia atrás y me escudriña con sus
intensos ojos negros.

—Tienes buen aspecto —afirma rebosando entusiasmo—. ¡Háblame de
esa chica! Mamá me ha dicho que es preciosa, solo que no imaginaba que te gustaban las chicas... Yo siempre lo supe, si rechazabas a todo hombre que se acercaba a ti.

—Primero os llevo a tu equipaje y a ti a casa.

Me hago cargo del carrito, que pesa una tonelada, y abandonamos la
terminal del aeropuerto para encaminarnos juntas al aparcamiento.

—Bueno, ¿qué tal París? Cualquiera diría que te lo has traído en la
maleta.

—C’est incroyable! —exclama—. Aunque Floubert es un cabrón. ¡Dios
mío! Qué horror de hombre. Será un buen chef, pero es una mierda de
profesor.

—¿Eso quiere decir que esta noche cocinas tú?

—Pues yo esperaba que lo hiciera mamá.

Mia no deja de hablar de París: de lo pequeña que era su habitación, de
las cañerías, del Sacré-Coeur, Montmartre, los parisinos, el café, el vino
tinto, el queso, la moda, las tiendas… Sobre todo de la moda y de las
tiendas. Y eso que yo creía que había ido a París para aprender a cocinar.

Cuánto he echado de menos su locuacidad; me resulta relajante y la
agradezco. Mia es la única persona que conozco que no hace que me
sienta… diferente. Qué recuerdos.

Doblo hacia el camino de entrada, detengo el coche frente a la puerta de
mis padres, descargo el equipaje de Mia y lo entro en casa.

—¿Dónde está todo el mundo?

Mia hace un mohín exagerado. La única persona que aparece es la
asistenta de mis padres: una estudiante de intercambio cuyo nombre no
recuerdo.

—Bienvenida a casa —saluda a Mia aunque en realidad está mirándome a mí con ojos de cordera degollada.

Por favor, no es más que una cara bonita, cariño.

Respondo a la pregunta de Mia sin hacerle ningún caso a la asistenta.

—Creo que mamá está de guardia y papá ha ido a una conferencia. Te has adelantado una semana.

—No soportaba a Floubert ni un minuto más. Tenía que irme de allí mientras pudiera. Ah, te he traído un regalo. —Coge una de las maletas, la abre en el vestíbulo y empieza a rebuscar en su interior—. ¡Ajá! —Me tiende una caja cuadrada y pesada—. Ábrelo —me anima, impaciente, con
una amplia sonrisa.

Esta chica es un verdadero terremoto.

Abro la caja con recelo y dentro encuentro una bola de nieve que contiene un piano de cola negro cubierto de purpurina. Es la cosa más hortera que he visto en mi vida.

—Es una caja de música. Mira…

Me la quita de las manos, la agita con fuerza y le da cuerda a una llavecita situada en la parte inferior. Empieza a sonar una versión ligera de «La Marsellesa» entre una nube de purpurina de colores.
¿Qué voy a hacer con este trasto? Me echo a reír, porque es un regalo
muy típico de Mia.

—Me encanta, Mia. Gracias.

La abrazo y ella hace lo mismo.

—Sabía que te reirías.

50 sombras de Martín (v) Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora