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¡No! Mi grito rebota en las paredes del dormitorio y me arranca de la
pesadilla. Estoy bañada en sudor y todavía noto el hedor a cerveza rancia,a tabaco y a pobreza, mezclados con una sensación persistente de terror
hacia una embriaguez envuelta en violencia. Me incorporo en la cama y me sujeto la cabeza entre las manos mientras trato de controlar el latido desbocado de mi corazón y la respiración agitada. Llevo cuatro noches igual. Miro la hora: son las tres de la madrugada.
Mañana... no, hoy, me esperan dos reuniones importantes y necesito
tener la cabeza despejada y dormir algo. Maldita sea, lo que daría por poder descansar una noche entera como es debido. Y encima tengo que ir a jugar al golf de los cojones con Bastille. Debería cancelar lo del golf; la idea de una posible derrota no ayuda a mejorar un humor ya de por sí bastante sombrío.

Salgo a rastras de la cama y recorro el pasillo en dirección a la cocina con paso incierto. Me sirvo un vaso de agua y veo mi reflejo en la pared
de cristal del otro lado de la sala, vestida con mi pijama favorito. Me vuelvo, asqueada.

La rechazaste.

Ella te deseaba.

Y tú la rechazaste.

Fue por su propio bien.

Llevo unos cuantos días así; soy incapaz de pensar en otra cosa. Su bonito rostro aparece en medio de mis pensamientos sin previo aviso, mofándose de mí. Si mi loquero ya hubiera vuelto de sus vacaciones en Inglaterra, podría llamarlo. Sus chorradas psicológicas me ayudarían a no sentirme tan mal.

Vane , solo era una chica guapa.
Me convendría distraerme; tal vez debería buscarme a otra sumisa. Ha pasado mucho tiempo desde la última, Susannah, así que me planteo si llamar a Elena por la mañana. Siempre encuentra a las candidatas apropiadas. Sin embargo, no me apetece conocer a nadie nuevo.

Quiero a Mónica.

Su desengaño, su orgullo herido y su desdén me acompañan desde
entonces. Se marchó sin volver la vista atrás ni una sola vez. Quizá se hizo ilusiones cuando la invité a tomar un café y luego se sintió decepcionada.
Tendría que encontrar el modo de disculparme para poder olvidar este maldito episodio y quitarme a esa chica de la cabeza. Dejo el vaso en el fregadero para que lo laven y me vuelvo a la cama arrastrando los pies.

Cuando el radiodespertador suena a las 5.45, yo sigo mirando el techo. No he dormido nada y estoy agotada.
¡Joder, esto es ridículo!
El programa de la radio me distrae un rato hasta el segundo bloque de noticias, en el que hablan sobre la venta de un manuscrito de gran valor, una novela inacabada de Jane Austen titulada Los Watson, que va a ser subastada en Madrid.

Ella dijo «libros».

¡Dios! Hasta las noticias me recuerdan a Mónica.
Una romántica empedernida que adora los clásicos ingleses. Igual que
yo, aunque por razones distintas. No tengo ninguna primera edición de Austen, y de las Brontë tampoco, en realidad... pero sí poseo dos de Thomas Hardy.
¡Claro! ¡Eso es! Ya tengo lo que buscaba.

Poco después me encuentro en la biblioteca, con un estuche que contiene la obra de Tess, la de los d'Urberville en tres volúmenes dispuestos sobre la mesa de billar, delante de mí. Ambas son obras deprimentes, de historias trágicas. Hardy tenía un alma oscura y retorcida.

Igual que yo.

Ahuyento ese pensamiento y examino los ejemplares. Aunque Jude está
en mejor estado, no puede competir con el otro. En Jude no hay
redención, así que le enviaré el de Tess, con una cita apropiada. Sé que no es el libro más romántico de todos, teniendo en cuenta los males a los que se enfrenta la protagonista, pero al menos esta tiene la oportunidad, aunque breve, de conocer el amor carnal en el idilio bucólico que vive en la campiña inglesa. Además, Tess acaba vengándose del hombre que la ha
deshonrado.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now