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—La cena está casi lista —dice Toñi saliendo del salón detrás de Mia.

—Siéntate —le digo a Mónica, y la llevo a uno de los sofás.

Hace lo que le digo y me siento a su lado, con cuidado de no tocarla. Tengo que dar ejemplo a esta familia tan excesivamente efusiva.

¿Y si resulta que siempre han sido así?

Mi padre interrumpe mis pensamientos.

—Estábamos hablando de las vacaciones, Moni. Francis ha decidido irse con Patri y su familia a Barbados una semana.

Pero ¡tío! Miro a Francis, boquiabierta. ¿Qué diablos le ha pasado a don Si-te-he-visto-no-me-acuerdo?
Patricia debe de ser muy buena en la cama. Desde luego, parece un poco engreída.

—¿Te tomarás un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —le pregunta Paco a Mónica.

—Estoy pensando en irme unos días a casa de mi madre—responde.

—¿A casa de tu madre? —exclamo, incapaz de disimular mi sorpresa.

—Hace tiempo que no la veo— responde sin prestar atención a mi evidente sorpresa.

—¿Cuándo pensabas irte? —le espeto.

—Mañana, a última hora de la tarde.

¡Mañana! Pero ¿qué narices dice? ¿Y me entero ahora?

Mia vuelve con unas copas de Prosecco rosado para Mónica y para mí.

—¡Salud!

Papá alza su copa.

—¿Cuánto tiempo? —insisto tratando de mantener un tono neutro.

—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.

¿Entrevistas? ¿Mañana?

—Moni se merece un descanso —interrumpe Patricia, y me mira con una animadversión mal disimulada.

Me dan ganas de soltarle que meta las narices en sus asuntos, pero me muerdo la lengua por no molestar e incomodar a Mónica.

—¿Tienes entrevistas? —le pregunta mi padre a Moni.

—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.

¿Cuándo pensaba decírmelo? ¡Llevo aquí con ella dos minutos y me estoy enterando de detalles de su vida que ya debería saber!

—Te deseo toda la suerte del mundo —le dice Paco con una sonrisa amable.

—La cena está lista —nos llama mi madre desde el otro lado del pasillo.

Dejo que los demás vayan adelantándose, pero agarro a Mónica del codo antes de que pueda seguirlos.

—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas?

Estoy a punto de perder los nervios.

—No me marcho, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad—me contesta hablándome como si yo fuera un niña pequeña.

—¿Y qué pasa con nuestro contrato?

—Aún no tenemos ningún contrato.

Pero… La guío por el salón en dirección al pasillo.

—Esta conversación no ha terminado —le advierto al entrar en el comedor.

Mi madre ha tirado la casa por la ventana para agasajar a Mónica y a Patricia: ha sacado la mejor vajilla y la mejor cristalería.

Le retiro a Moni la silla, se sienta, y yo me coloco a su lado. Mia nos sonríe desde el otro lado de la mesa.

—¿Dónde conociste a Mónica? —pregunta Mia.

—Me entrevistó para la revista de su universidad.

—Que Patri dirige —añade Moni.

—Quiero ser periodista —le dice Patricia a Mia.

Mi padre le ofrece un poco de vino a Mónica mientras Mia y Patri hablan de periodismo. Yo me quedo perdida en mis pensamientos como ocurre en cada junta familiar donde la actualización de la vida de todos me interesa lo más mínimo.

Con el rabillo del ojo, sorprendo a Mónica mirándome.

—¿Qué? —pregunto.

—No te enfades conmigo, por favor —dice en voz tan baja que solo la oigo yo.

—No estoy enfadada contigo —miento.

Entorna los ojos; es evidente que no me cree.

—Sí, estoy enfadada contigo —confieso, y ahora siento que estoy exagerando.

Cierro los ojos.
Contrólate, Vane.

—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —susurra.

—¿De qué estáis cuchicheando las dos? —nos interrumpe Patri.

¡Dios! Pero ¿siempre es así? ¿Tan entrometida? ¿Cómo narices puede soportarla Francis? La fulmino con la mirada y tiene el buen tino de callarse.

—De mi viaje a casa de mi madre—contesta Mónica en un tono amable y dulce.

Patri sonríe.

—¿Qué tal en el bar el viernes con José? —pregunta, y me lanza una mirada elocuente.

¿A qué coño ha venido eso? ¡Joder!

Mónica se pone tensa a mi lado.

—Muy bien —responde en voz baja.

—Como para que me pique la palma de la mano —le susurro—. Sobre todo ahora.

Así que se fue a un bar con el tipo que estaba intentando meterle la lengua hasta la garganta la última vez que lo vi. Y eso que ya había accedido a ser mía…

¿Yéndose a escondidas a un bar con un hombre? Y sin mi permiso… Se merece un castigo.

Ya están sirviendo la cena.

Le prometí que no sería demasiado violenta con ella… tal vez debería utilizar un látigo de tiras. O quizá debería darle unos buenos azotes, sin contemplaciones, más fuertes que la vez anterior. Aquí mismo, esta noche.

Sí. Es una posibilidad.

Mónica se está examinando los dedos de la mano. Patri, Francis y Mia charlan sobre cocina francesa y mi padre acaba de regresar a la mesa. ¿Dónde estaba?

—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Toñi.

—Empezad sin mí, por favor —nos pide mi madre, y le pasa una fuente de comida a Mónica.

Huele bien.

Mónica se humedece los labios y ese simple gesto repercute directamente en mi entrepierna. Debe de estar hambrienta. Me alegro. Algo es algo.

Mi madre se ha superado a sí misma: chorizo y pimientos rojos. Qué rico todo. Y me doy cuenta de que yo también tengo hambre. Eso no va a ayudar a mejorar mi humor, pero mi expresión se relaja al ver comer a Moni.

Mi madre regresa con el semblante preocupado.

—¿Va todo bien? —le pregunta mi padre, y todos la miramos.

—Otro caso de sarampión —suspira Toñi.

—Oh, no… —dice Paco.

—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va de mes. Si la gente vacunara a sus hijos… — menea la cabeza—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso.
Gracias a Dios, nunca cogieron nada más grave que la varicela. Pobre Francis.

Todos miramos a Francis, que deja su comida a medio masticar, con la boca llena, con cara de bobo. Se siente incómodo siendo el centro de atención.

50 sombras de Martín (v) Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon