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—Que te haga daño ¿cómo?

—Daño físico.

—¿De verdad crees que te haría daño? ¿Qué traspasaría un límite que
no pudieras aguantar?

—Me dijiste que habías hecho daño a alguien.

—Sí, pero fue hace mucho tiempo.

—¿Qué pasó?

—La colgué del techo del cuarto de juegos. Es uno de los puntos que
preguntabas, la suspensión. Para eso son los mosquetones. Con cuerdas. No medí mi fuerza y apreté demasiado una cuerda.

Horrorizada, alza una mano suplicándome que pare.

Demasiada información, la entiendo, también en demasiada información para mi.

—No necesito saber más. Entonces no vas a colgarme… —dice.

—No, si de verdad no quieres. Puedes pasarlo a la lista de los límites
infranqueables.

—De acuerdo. —Suspira, aliviada.

Sigue adelante, vane.

—Bueno, ¿crees que podrás obedecerme?

Me mira con esos ojos capaces de ver a través de mi alma oscura y también de mi ropa, y no tengo ni idea de cuál será la respuesta.
Mierda. Esto podría ser el fin.

—Podría intentarlo —musita.

Ahora soy yo quien suspira de alivio. La partida aún no ha terminado
para mí.

—Bien. Ahora la vigencia. —Cláusula 11—. Un mes no es nada, especialmente si quieres un fin de semana libre cada mes. —Así no
llegaremos a ningún sitio. Tiene que practicar, y yo soy incapaz de estar
alejada de ella tanto tiempo. Se lo digo. Tal vez lleguemos a un punto
medio, como sugirió ella—. ¿Qué te parece un día de un fin de semana al
mes para ti? Pero entonces te quedarías conmigo una noche entre semana.
La veo sopesar la posibilidad.

—De acuerdo —dice al fin con semblante serio.

Bien.

—Y, por favor, intentémoslo tres meses. Si no te gusta, puedes marcharte en cualquier momento.

—¿Tres meses? —pregunta.

¿Aceptará? Lo tomaré por un sí.

Vale. Allá vamos.

—El tema de la posesión es meramente terminológico y remite al
principio de obediencia. Es para situarte en el estado de ánimo adecuado,
para que entiendas de dónde vengo. Y quiero que sepas que, en cuanto
cruces la puerta de mi casa como mi sumisa, haré contigo lo que me dé la
gana. Tienes que aceptarlo de buena gana. Por eso tienes que confiar en
mí. Te follaré cuando quiera, como quiera y donde quiera. Voy a disciplinarte, porque vas a meter la pata. Te adiestraré para que me complazcas. »Pero sé que todo esto es nuevo para ti. De entrada iremos con calma, y yo te ayudaré. Avanzaremos desde diferentes perspectivas. Quiero que
confíes en mí, pero sé que tengo que ganarme tu confianza, y lo haré. El
“en cualquier otro ámbito”… de nuevo es para ayudarte a meterte en
situación. Significa que todo está permitido.

Menudo discurso, Vane . Digno de ganadora de premios .

Ella se reclina en el respaldo… abrumada, creo.

—¿Sigues aquí? —le pregunto con delicadeza.

El camarero entra discretamente en la sala y con un gesto afirmativo le
doy permiso para retirar los platos.

—¿Quieres más vino? —le pregunto.

—Tengo que conducir.

Buena respuesta.

—¿Agua, pues?

Asiente.

—¿Normal o con gas?

—Con gas, por favor.

El camarero se aleja con nuestros platos.

—Estás muy callada —susurro.

Apenas ha pronunciado palabra.

—Tú estás muy habladora —me replica al instante.

Un punto para usted, señorita Carrillo.

Y ahora, a por la siguiente objeción de su lista: la cláusula 15. Inspiro
profundamente.

—Disciplina. La línea que separa el placer del dolor es muy fina, Mónica. Son las dos caras de una misma moneda. La una no existe sin la otra. Puedo enseñarte lo placentero que puede ser el dolor. Ahora no me crees, pero a eso me refiero cuando hablo de confianza. Habrá dolor, pero nada que no puedas soportar. —Por mucho que se lo diga, sé que es difícil
de asumir—. Volvemos al tema de la confianza. ¿Confías en mí, Mónica?

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora