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La beso una vez más y dejo que mi mano viaje hacia abajo por su cuerpo, hasta su sexo. Lo aprieto y noto su calor. Deslizo el dedo índice por debajo del encaje de sus bragas y trazo un pequeño círculo… ¡Joder! ¡Está
empapada!

—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.

Introduzco un dedo en su interior, y ella grita. Está caliente, y tensa, y húmeda, y quiero poseerla. Vuelvo a meter el dedo en ella y absorbo sus gritos en mi boca. Apoyo la palma de la mano en el clítoris… Hago presión hacia abajo… Y en círculos. Ella grita y se retuerce debajo de mí.

Joder. La quiero para mí ahora mismo. Está a punto. Me incorporo, le quito las bragas, me quito yo también las mías y alcanzo un
condón. Me arrodillo entre sus piernas y se las separo más. Mónica me mira con… ¿qué? ¿Temor? Probablemente no ha visto nunca un arnés, a una chica con arnés o simplemente un condón.

—No te preocupes. Tú te dilatas—murmuro.

Me tumbo encima de ella, coloco las manos a ambos lados de su cabeza
y me apoyo sobre los codos. Dios, cuánto la deseo… Pero tengo que saber si está dispuesta a seguir.

—¿De verdad quieres hacerlo? —le pregunto.

Por Dios, no digas que no, joder.

—Por favor —me suplica.

—Levanta las rodillas —le ordeno.

Así será más fácil. ¿He estado alguna vez tan excitada? Apenas puedo contenerme. No lo entiendo… Debe de ser por ella.
¿Por qué?
¡Céntrate, Vanesa!

—Ahora voy a follarla, señorita Carrillo. Duro.

Me meto en ella con una embestida.
Joder. ¡Joder!
Está muy tensa. Grita.
¡Mierda! Le he hecho daño. Quiero moverme, vaciar todo en su interior, por algo pagué tanto para tener este arnés, necesito usarlo en su totalidad en ella, y tengo que hacer acopio de toda mi voluntad para parar.

—Estás muy cerrada. ¿Te encuentras bien? —pregunto, y mi voz es un
susurro ronco y ansioso.

Ella asiente con los ojos muy abiertos. Esto es la gloria, la noto tensa a mi alrededor. Y aunque tiene las manos sobre mis brazos, me da igual. La
oscuridad está dormida, tal vez porque llevo mucho tiempo deseándola.

Nunca antes había sentido este anhelo, esta… voracidad. Es una sensación nueva, nueva y muy agradable. Deseo muchas cosas de ella: su confianza,
su obediencia, su sumisión. Quiero que sea mía. Pero de momento… yo
soy suya.

—Voy a moverme, nena —Siento la voz forzada.

Entonces, lentamente, me retiro un poco. Es una sensación
extraordinaria y maravillosa: su cuerpo acoge el arnés. La penetro otra vez y la hago mía sabiendo que no ha sido de nadie más. Ella gime.

Me detengo.

—¿Más?

—Sí —susurra ella al cabo de un momento.

Esta vez la embisto y llego más adentro.

—¿Otra vez? —le pregunto en tono suplicante mientras las gotas de
sudor me perlan el cuerpo.

—Sí.

Su confianza en mí… de repente me abruma, y empiezo a moverme, a
moverme de verdad. Quiero que se corra. No pararé hasta que se corra. Quiero poseer a esta mujer, su cuerpo y su alma. Quiero que se aferre a mí.

Joder. Empieza a acoger todos mis movimientos, a acoplarse a mi
ritmo. ¿Ves lo mucho que nos compenetramos, Mónica? Le sujeto la cabeza y la inmovilizo mientras la hago mía y la beso con fuerza, haciendo también mía su boca. Ella se pone rígida debajo de mí… Joder, sí. Está cerca del
orgasmo.

—Córrete, Mónica—le pido.

Y ella grita a la vez que la pasión la devora; la cabeza hacia atrás, la boca abierta, los ojos cerrados… Y la visión de su éxtasis me basta.

El roce de mi sexo con el arnés me tenía muy mal y verla llegar al orgasmo hizo que se me nublara la razón y los sentidos, me llevo mi mano hacia mi pecho y lo aprieto sintiendo mis pezones totalmente duros,hasta que llego al orgasmo gritando su nombre. Esto es nuevo.

Cuando abro los ojos estoy jadeando, intentando recobrar el aliento. Su frente está apoyada en mi frente y me mira.

Joder. Estoy hecha polvo.

Le doy un breve beso en la frente y salgo de ella. Luego me tumbo a su
lado quitando el condón del arnés y quitando a su vez este, para quedar totalmente expuesta a Mónica.
Ella se estremece cuando me aparto de su cuerpo, pero por lo demás se
la ve bien.

—¿Te he hecho daño? —le pregunto, y le coloco un mechón de pelo
detrás de la oreja porque no quiero dejar de tocarla.

Mónica sonríe con incredulidad.

—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

Y por un momento no sé por qué sonríe.

Ah, el cuarto de juegos.

—No me vengas con ironías —musito. Incluso ahora me desconcierta —. En serio, ¿estás bien?

Ella se tumba a mi lado mientras se pasa la mano por el cuerpo y me
tienta con una expresión divertida que también denota su satisfacción.

—No me has contestado —gruño.

Necesito saber si ha disfrutado. Por su expresión se diría que sí, pero necesito oírlo de su boca. Mientras espero su respuesta, acomodo mi camiseta en mi cuerpo para cubrir hasta mis caderas.

Ella me mira.

—Me gustaría volver a hacerlo —dice con una risita tímida.

¿Cómo?
¿Otra vez?
¿Ya?

—¿Ahora mismo, señorita Carrillo? —La beso en la comisura de la boca
—. ¿No eres un poquito exigente?—con mi mano en su pecho la estiro en la cama.

Así me aseguro de que no me toques.

Ella me mira con una breve y dulce sonrisa y lleva una mano a mi cabello.

Mi cuerpo se estremece. Le desabrocho el sujetador y le deslizo la mano desde su cuello hasta su vientre.

—Tienes una piel realmente preciosa —digo mientras le retiro el pelo
de la cara y le abro las piernas.
Con delicadeza, le cubro el hombro de suaves besos.

—¿Por qué no te has quitado la camisa? —me pregunta.

Es muy preguntona. Mientras esté encima de ella sé que no podrá tocarme, porque estoy muy atenta, así que me incorporo, me quito la camisa sin desabrochármela y la dejo caer al suelo y como no suelo usar sujetador quedo totalmente desnuda frente a ella. Desnuda me tumbo sobre ella. Tiene la piel cálida, se derrite contra la mía.

Mmm… Sería fácil acostumbrarme a esto.

—Así que quieres que vuelva a follarte… —le susurro al oído,
besándola.

Ella se retuerce de forma muy excitante debajo de mí.

Oh, esto no va a funcionar. Quédate quieta, nena.

Deslizo la mano por su cuerpo hasta la parte trasera de sus rodillas, le levanto las piernas y se las separo para que quede bien abierta debajo de mí. Ella contiene la respiración, expectante, espero. No se mueve.

¡Por fin!

Le acaricio el culo y dejo que mi peso repose sobre ella.

—Voy a follarte... Con la boca.

le agarro el pelo a la altura de la nuca y tiro suavemente para colocarla bien. No puede moverse. Tiene las manos lejos,
extendidas sobre la sábana; no suponen ningún peligro.

—Eres mía —susurro—. Solo mía. No lo olvides.

Desplazo la mano que me queda libre hasta su clítoris y empiezo a
trazar lentos círculos, mientras bajo con besos por su cuerpo.

Sus músculos se flexionan debajo de mí cuando intenta moverse, pero
mi peso la mantiene en su sitio. Le recorro la línea del mentón con los dientes. Su suave aroma se impone sobre el olor a sexo.

—Hueles de maravilla —susurro mientras le froto la nariz detrás de la oreja.

Ella empieza a mover sus caderas en círculo siguiendo las caricias de
mi mano.

—No te muevas —le advierto.

Si no, pararé.

Poco a poco, le introduzco un dedo en su sexo y lo hago girar una y otra vez, y me centro en acariciarle la pared anterior de la vagina.

—¿Te gusta? —digo para provocarla, y le mordisqueo la oreja.

Mientras mi dedo sigue atormentándola , empiezo a moverlo dentro y fuera. Ella se pone rígida, pero no puede moverse.
Gime mucho, y cierra los ojos con fuerza.

—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, Mónica,
me gusta, me gusta mucho.
De acuerdo. A ver hasta dónde llegas.

Retiro el dedo de su vagina.

—Abre la boca —le ordeno, y cuando lo hace le meto el dedo entre los
dientes—. Mira cómo sabes. Chúpame, nena.

Me chupa el dedo… con fuerza.
Joder.

Y por un momento la imagino lamiendo mi sexo.

—Quiero que me folles con tu boca-susurro.

—Vanesa, yo no...—sabía perfectamente a que se refería.

—tranquila, hoy no. Pero lo haremos

Me tiene sin aliento.

Cierra los dientes alrededor de mi dedo y me muerde con fuerza.
¡Ay! ¡Joder!

—Mi niña traviesa.

Se me ocurren varios castigos dignos de semejante atrevimiento; si fuera mi sumisa, podría infligírselos. Esa idea hace que mi sexo se humedezca a punto de explotar. La suelto y me siento
sobre las rodillas.

—Quieta, no te muevas.

La observo y veo que sigue sin moverse excepto por el subir y bajar de su espalda a causa de la anticipación.
Es maravillosa.
Ato mi cabello y vuelvo a acercarme a ella.

—Esta vez vamos a ir muy despacio, Mónica.

Ella ahoga un gemido cuando mis labios chocaron con su sexo. Sus manos se aferraban a las sábanas y yo podía perderme sin ningún miedo en su sexo, en su sabor.
Sabía perfectamente que no iba a tocarme, no aunque en sus ojos veía que moría por lamer mis pezones.

Cuando sus gemidos eran cada vez más fuerte, adentré dos dedos para torturarla. A lo que su cuerpo se volvió tenso.

—No, nena, todavía no.

No pienso dejar que te corras.
Al menos mientras me lo esté pasando así de bien.

—Por favor —grita.

—Te quiero adolorida, nena.

Saco mis dedos de su sexo y los lamo frente a sus dilatadas pupilas

—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.

—Vanesa, por favor —me suplica cuando mi boca y mis dedos volvían al ataque.

—¿Qué quieres, Mónica? Dímelo. —Sigo con mi lenta tortura—.
Dímelo.

—A ti, por favor.

Está desesperada.

Me quiere a mí.

Buena chica.

Aumento el ritmo y su cuerpo empieza a estremecerse, receptivo de inmediato.
Entre embestida y embestida de mis dedos en su sexo pronuncio una palabra.

—Eres… tan… dulce… Te… deseo… tanto… Eres… mía…

Sus extremidades tiemblan por la tensión que le supone estarse quieta.

Está a punto de llegar.

—Córrete para mí, nena —gruño.

Y ella, obediente, se convulsiona en mis dedos mientras el
orgasmo la rasga por dentro y grita mi nombre, mientras yo llevo mi mano hasta mi sexo para estimular mi clitoris.
Oír mi nombre en sus labios desata mi placer, y alcanzo el clímax y me desplomo sobre ella.

—Joder, Mónica—musito, agotada pero eufórica.

Me retiro casi de inmediato de su lado y ruedo por la cama hasta quedar boca arriba. Ella se acurruca a mi lado, cierra los ojos y se queda dormida.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora