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Con mucho cuidado, recreándome en el momento, le bajo los pantalones de chándal. Su bonito trasero está desnudo y listo para mí. Cuando poso una mano en la parte baja de su espalda, ella tensa hasta el
último músculo del cuerpo… expectante. Su piel es suave al tacto, y paso
la mano por las dos nalgas, acariciándolas. Tiene un culo precioso. Y yo
voy a ponérselo de color rosa… como el champán.

Levanto la mano y le doy con fuerza, justo por encima de donde acaban
los muslos. Ella contiene el aliento e intenta levantarse, pero la sujeto poniendo la
otra mano entre sus omoplatos, y acaricio lenta y suavemente la parte que
acabo de azotar.

Se queda inmóvil.

Jadeante.

Anhelante.

Sí. Voy a volver a hacerlo.
La pego una, dos, tres veces.

Ella hace muecas de dolor y mantiene los ojos cerrados con fuerza.
Pero, aunque se revuelve, no me pide que pare.

—Estate quieta o tendré que azotarte más rato —le advierto.

Froto su piel suave y vuelvo a empezar, alternando la nalga izquierda, la
derecha, el centro.

Grita, pero no mueve los brazos y sigue sin pedirme que pare.

—Solo estoy calentando —digo con voz ruda.

Vuelvo a azotarla y paso la mano por la huella rosada que he dejado en
su piel. Su culo está adquiriendo un bonito tono rosado. Tiene un aspecto
espléndido.
Le doy otro azote.
Y ella vuelve a gritar.

—No te oye nadie, nena, solo yo.

La azoto otra vez, y otra, siguiendo la misma pauta: nalga izquierda,
nalga derecha, centro… y ella chilla cada vez.

Cuando llego a las dieciocho, me detengo. Estoy resollando, siento
punzadas en la mano y siento mis pezones duros y mi sexo húmedo.

—Ya está —digo con voz ronca para recuperar el aliento—. Bien
hecho, Mónica. Ahora te voy a follar.

Le acaricio con ternura toda la parte sonrosada, con movimientos
circulares y hacia abajo. Está húmeda.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now