41

578 32 0
                                    

—Me alegro.

En ese instante el rector se acerca a nosotras y, tras dirigirle una sonrisa
amable a Patricia, me lleva a conocer a los demás académicos. Me los presentó uno a uno, lo cual es una perdida de tiempo porque los nombres después de saludarlos se me olvidaron. La vista de todos se iba directa hacia mi escote y algunos hombres me miraban mal por ¿Mi forma de ser? O quien sabe qué, yo solo disfrutaba de ser el centro de atención.

Me alivia saber que Mónica está bien, pero me cabrea que no haya
contestado a ninguno de mis mensajes.
No es buena señal.
De todas formas, no tengo tiempo de seguir lamentándome por el
estado de la situación: uno de los miembros del cuerpo docente anuncia
que es hora de comenzar y nos lleva a todos hasta el pasillo.

En un instante de debilidad vuelvo a llamar a Mónica. De nuevo el buzón de
voz, y Patricia me interrumpe. Joder con la niñata esta.

—Estoy impaciente por escuchar tu discurso —dice mientras avanzamos por el pasillo.

Cuando llegamos al auditorio, advierto que es más grande de lo que
esperaba y que está a rebosar. Los asistentes se ponen en pie y aplauden
cuando nos dirigimos al escenario. Los aplausos se intensifican y después,
mientras todos se sientan, van remitiendo poco a poco para dar paso a un
rumor expectante.

Mientras el rector pronuncia el discurso de bienvenida, aprovecho para
pasear la mirada por el público. Las filas delanteras están ocupadas por
estudiantes, todos con idénticas togas negras y rojas. ¿Dónde está? Miro
metódicamente fila por fila.
Ya te tengo.
La encuentro acurrucada en la segunda fila. Está viva. Me siento como
una tonta por haber estado tan preocupada y haber malgastado tanta
energía pensando en su paradero anoche y esta mañana. Sus ojos brillantes se abren como platos al topar con los míos, y se
remueve en el asiento mientras un tenue rubor tiñe sus mejillas.

Sí. Te he encontrado. Y no has contestado a mis mensajes. Me está evitando y estoy cabreada. Muy cabreada. Cierro los ojos e imagino que derramo gotas de cera caliente sobre sus pechos y que ella se retuerce
debajo de mí… lo cual tiene un efecto fulminante en mi cuerpo. Dejándome cachonda instantáneamente.
Mierda.
Contente, Vane.
Expulso su imagen de mi mente, me deshago de esos pensamientos
lascivos y me concentro en los discursos.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now