43

614 33 3
                                    

—No.

—Entonces ¿no haces caso de mis e-mails —Le suelto la mano.

—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.

¿Qué coño significa eso?

Frunce aún más el ceño, pero tengo que dejarla ir… Empieza a
formarse una cola detrás de ella.

—Luego. —Así le hago saber que no hemos acabado con esta conversación cuando empieza a alejarse.

Me siento como en el purgatorio para cuando llegamos al final de la
cola; me han comido con los ojos, me han dedicado seductoras caídas de
párpados, varias chicas tontas me han apretado la mano entre risillas y
otras cinco me han dejado disimuladamente una nota con su número de
teléfono. Aunque los hombres tampoco se quedaban atrás. Experimento un alivio enorme cuando abandono el escenario
junto con el personal docente, acompañada de una lóbrega música procesional y aplausos.

En el pasillo agarro a Patricia del brazo, no muy sutil.

—Tengo que hablar con Moni. ¿Puedes ir a buscarla? Ahora mismo. — Patricia parece sorprendida, pero antes de que tenga tiempo de decir nada, añado en el tono más amable de que soy capaz—: Por favor.

Sus labios apretados delatan su rechazo, pero espera conmigo a que
pasen los académicos y luego vuelve al auditorio. El rector se detiene para
felicitarme por mi discurso.

—Ha sido un honor para mí que me invitaran —contesto mientras le
estrecho la mano una vez más.

Con el rabillo del ojo espío a Patri en el pasillo… Mónica está a su lado.

—Gracias —le digo a Patri, que le dirige a su amiga una mirada de
preocupación.

Cojo Mónica del brazo y cruzamos la primera puerta que encuentro. Es
un vestuario de hombres, y por el olor a limpio sé que está vacío. Cierro
la puerta con pestillo y me vuelvo hacia la ella.

—¿Por qué no me has mandado un e-mail? ¿O un mensaje al móvil? — le pregunto.

Ella parpadea un par de veces; parece consternada.

—Hoy no he mirado ni el ordenador ni el teléfono. —Su desconcierto
ante mi arrebato parece sincero—. Tu discurso ha estado muy bien y... Estás preciosa— añade.

—Gracias —musito, descolocada.

¿Cómo es posible que no haya mirado el ordenador ni el teléfono? ¿En qué mundo vive esta mujer?

—Ahora entiendo tus problemas con la comida —dice en tono afable… y, si no me equivoco, también compasivo.

— Mónica, no quiero hablar de eso ahora.

No necesito tu compasión.

Cierro los ojos; todo este tiempo convencida de que no quería hablar conmigo… todo este tiempo pensando en que había hecho algo mal...

—Estaba preocupada por ti.

—¿Preocupada? ¿Por qué?

—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que tú llamas coche.

Y creía que me había cargado nuestro trato. Pero ese es otro tema.

Mónica se enfurece.

—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está perfectamente. José suele
hacerle la revisión.

—¿José, el fotógrafo? —Esto mejora por momentos, joder.

—Sí, el Escarabajo era de su madre.

—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un
coche seguro. —Casi estoy gritando.

—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?

La he llamado al móvil. ¿Es que no utiliza el maldito móvil? ¿Se está
refiriendo al teléfono fijo? Me paso la mano por el pelo, exasperada, y
respiro hondo. ¡No es esa la puta cuestión!

— Moni, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loca.

Su expresión se entristece.
Mierda.

— Vanesa… Mira, he dejado a mi padrastro solo.

—Mañana. Quiero una respuesta mañana.

—De acuerdo, mañana. Ya te diré algo —contesta con una mirada
inquieta.

Bueno, sigue sin ser un no. Y, una vez más, me sorprende el alivio que
siento. Necesito que diga que si, porque no me imagino con otra sumisa que no sea Mónica, ni quiero imaginarme con alguien más.

¿Qué demonios tiene esta mujer? Me mira con sus sinceros ojos, la preocupación grabada en el rostro, y reprimo el impulso de tocarla. Aunque me muero por hacerlo.

—¿Te quedas a tomar algo? —le pregunto.

—No sé qué quiere hacer él —Parece dubitativa.

—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now