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De: Vanesa Martin
Para: Mónica carrillo.
Asunto: Cuidado usted

¿Por qué no te gusto?

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Me levanto y abro otra botella de agua con gas, doy vueltas por la habitación mientras espero. Busco una camiseta y me la pongo y luego voy al baño a mojarme la cara. Esta mujer me hace la vida imposible.

De: Mónica carrillo
Para: Vanesa Martín
Asunto: Cuidado, tú

Porque nunca te quedas en casa.

Mónica carrillo.

Seis palabras.
Seis simples palabras que me producen un hormigueo en el cuero
cabelludo.

Le dije que nunca dormía con nadie.
Pero hoy ha sido un gran día.
Se ha graduado en la universidad.
Ha dicho que sí.
Hemos recorrido todos esos límites franqueables de los que Mónica no
sabía nada. Hemos follado. Le he pegado. Hemos vuelto a follar.

Mierda.

Y, antes de que pueda arrepentirme, cojo el tíquet del aparcamiento de
mi coche, me quito la camiseta busco unos jeans negros y los tiro a la cama, busco en la maleta una de mis camisetas favoritas de una banda de rock y luego busco una americana. En un extremo de la cama está el arnés que había decidido quitarme antes de ir a verla, me sentía indefensa sin el, sentía que no tenía el poder suficiente, así que me acerqué y me lo puse. En los bolsillos traseros de los jeans dejé unos cuantos condones y comencé a vestirme lo más rápido que pude.

Las carreteras están desiertas y al cabo de veintitrés minutos ya he llegado
a su casa, me miro en el espejo del coche, arreglo mi flequillo y me hago una coleta y es allí donde caigo en cuenta de que me había quitado el maquillaje, busqué en la guantera si llevaba algún labial o un delineador, pero solo encontré condones, reí mientras sacaba mis gafas de sol y me las puse.

Llamo a la puerta con suavidad y abre Patricia. La miro con mala cara, ojalá ella no estuviese aquí.
Pienso unos segundos en que podría llamar a Francis para que se la lleve.

—¿Qué coño crees que haces aquí? —grita con los ojos centelleantes de
ira.

Vaya. No es el recibimiento que esperaba.

—He venido a ver a Mónica.

—¡Vale, pues no puedes!

Particia me impide el paso con los brazos cruzados y las piernas
firmes, como una gárgola.

Intento que entre en razón.

—Es que tengo que verla. Me ha enviado un e-mail.

¡Quítate de en medio!

—¿Qué coño le has hecho ahora?

—Por eso he venido, para averiguarlo.

Aprieto los dientes.

—Desde que te conoció, se pasa el día llorando.

—¡¿Qué?! —No soporto más la mierda que me lanza encima y la aparto
de un empujón.

—¡No puedes venir aquí!

Patricia me sigue, chillando como una arpía, mientras irrumpo en el
piso y me dirijo al dormitorio de Mónica.
Abro la puerta y enciendo la luz. La veo acurrucada en la cama,
arropada bajo el edredón. La luz le molesta y entorna los ojos, enrojecidos e hinchados, al igual que la nariz.
He visto a mujeres en ese estado muchas veces, sobre todo después de
castigarlas. Sin embargo, me sorprende el desasosiego que me atenaza por
dentro.

—Dios mío, Moni.

Apago la luz para que no le moleste y me siento en la cama, junto a ella. Me quito las gafas y las dejo lejos de mi.

—¿Qué haces aquí?

Está sollozando. Enciendo la lámpara de la mesilla de noche.

—¿Quieres que eche a esta gilipollas? —ladra Patricia desde la puerta.

Vete a la mierda, Patricia.
La miro arqueando una ceja y no le hago ni caso.

Mónica niega con la cabeza, pero tiene los ojos llorosos clavados en mí.

—grita si me necesitas —le dice Patricia a Mónica, como si fuera una niña—. Martín, estás en mi lista negra y te tengo vigilada.

Su tono es estridente y en sus ojos destella la furia, pero me importa una
mierda.

Por suerte se marcha. Ajusta la puerta sin llegar a cerrarla. Busco en el
bolsillo interior de la americana y de nuevo la encargada de mi ropa  supera todas
mis expectativas. Saco el pañuelo y se lo ofrezco a Mónica.

—¿Qué pasa?

—¿A qué has venido? —Tiene la voz muy bajita y delicada.

No lo sé.
Has dicho que no te gusto.

—Parte de mi papel es ocuparme de tus necesidades. Me has dicho que
querías que me quedara, así que he venido. —Bien esquivado, Vane—. Y te
encuentro así. —Cuando me fui, estabas bien—. Seguro que es culpa mía, pero no tengo ni idea de por qué. ¿Es porque te he pegado?

Se incorpora con esfuerzo y hace una mueca de dolor.

—¿Te has tomado un ibuprofeno? ¿… como te he dicho que hicieras?

Ella niega con la cabeza.

¿Cuándo harás lo que te digo?

Salgo en busca de Patricia, que está en el sofá, furiosa.

—A Moni le duele la cabeza. ¿Tenéis ibuprofeno?

Ella arquea las cejas. Creo que le sorprende que me preocupe por su
amiga. Con mala cara, se levanta del sofá y entra en la cocina. Tras
rebuscar entre unas cuantas cajas, me tiende un par de pastillas y una taza
de agua.

Entro de nuevo en el dormitorio, le doy las pastillas a Mónica y me siento
en la cama.

—Tómate esto.

Ella lo hace, con la visión nublada por el temor.

—Cuéntame. Me habías dicho que estabas bien. De haber sabido que
estabas así, jamás te habría dejado. —Distraída, juguetea con un hilo
suelto de la colcha—. Deduzco que, cuando me has dicho que estabas bien,
no lo estabas.

—Pensaba que estaba bien.

— Mónica, no puedes decirme lo que crees que quiero oír. Eso no es
muy sincero. ¿Cómo voy a confiar en nada de lo que me has dicho?

50 sombras de Martín (v) Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon