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—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo en Madrid? —pregunto.

Me la quiero llevar a mi empresa, si o si, no tengo plan B, o si, si lo tengo: besarla.

—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—Eh… te lo estoy diciendo ahora —contesta.

—¿Dónde? —Intento ocultar mi frustración.

—En un par de editoriales.

—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?

Asiente, pero no añade más.
Sus ojos de despegan de los míos.

—¿Y bien? —digo para animarla a seguir.

—Y bien ¿qué?

—No seas retorcida, Mónica, ¿en qué editoriales?

Repaso mentalmente todas las editoriales que conozco en Madrid. Hay
cuatro… creo.
Podría averiguar, comprar acciones en algunas, hacer negocios, charlar con los jefes... Alguna cena fuera del horario laboral.

—Unas pequeñas —contesta, evasiva.

—¿Por qué no quieres que lo sepa?

—Tráfico de influencias —dice.

¿Qué significa eso? Frunzo el ceño.
Sea lo que sea, yo no hago eso.

—Pues sí que eres retorcida —insisto.

—¿Retorcida? ¿Yo? —Se ríe, regocijada—. Dios mío, qué morro tienes. Bebe, y hablemos de esos límites.

Pestañea e inspira profundamente, temblorosa, y luego apura la taza.
Está realmente muy nerviosa. Le ofrezco más coraje líquido.

—Por favor —dice.

Con la botella en la mano, hago una pausa, creo que va a resultar el plan de emborracharla y no tendré que quitarme ninguna prenda.

—¿Has comido algo?

—Sí. Me he dado un banquete con mi padre —responde, exasperada, y pone
los ojos en blanco.

Oh, Mónica. Por fin puedo hacer algo con esa costumbre tuya tan
irreverente.
Me inclino hacia delante, la cojo de la barbilla y la fulmino con la
mirada.

—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco te voy a dar unos
azotes y lo rosado no solo será lo que estamos bebiendo.

—Ah. —Parece sorprendida, pero también intrigada.

—Ah. Así se empieza, Mónica.

Esbozo una sonrisa voraz, sirvo su taza y ella bebe un buen sorbo.

—Me sigues ahora, ¿no?

Asiente con la cabeza.

—Respóndeme.

—Sí… te sigo —contesta con una sonrisa.

—Bien. —Saco de la chaqueta su correo y el Apéndice 3 de mi contrato—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo, ya sabes lo del arnés, sabes las funciones y te gusta, eso no me lo puedes negar– dije mirándola a los ojos y sus mejillas se tornaron rosadas.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora