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—No tienes muy buen concepto de mí, ¿verdad?

—No has contestado a mi pregunta.

—Mónica, no importa si es legal o no. Es un acuerdo al que me gustaría llegar contigo… lo que me gustaría conseguir de ti y lo que tú puedes esperar de mí. Si no te gusta, no lo firmes. Si lo firmas y después
decides que no te gusta, hay suficientes cláusulas que te permitirán dejarlo.
Aun cuando fuera legalmente vinculante, ¿crees que te llevaría a juicio si
decidieras marcharte?

¿Por quién me toma?

Me tantea con sus penetrantes ojos.

Lo que necesito que entienda es que este contrato nada tiene que ver con
las leyes, sino con la confianza.

Quiero que confíes en mí, Moni.

Aprovecho que toma un sorbo de vino para proseguir en un intento de
que lo entienda.

—Las relaciones de este tipo se basan en la sinceridad y en la confianza.
Si no confías en mí… Tienes que confiar en mí para que sepa en qué
medida te estoy afectando, hasta dónde puedo llegar contigo, hasta dónde
puedo llevarte… Si no puedes ser sincera conmigo, entonces es imposible.

Se frota la barbilla mientras sopesa lo que acabo de decir.

—Es muy sencillo, Mónica. ¿Confías en mí o no?

Si me tiene en tan mala consideración, deberíamos dejarlo correr ahora
mismo.

La tensión me forma un nudo en el estómago.

—¿Has mantenido este tipo de conversación con… bueno, con las
quince?

—No. —¿Por qué siempre acaba hablando de las otras?

—¿Por qué no? —pregunta.

—Porque ya eran sumisas. Sabían lo que querían de la relación conmigo, y en general lo que yo esperaba. Con ellas fue una simple cuestión de afinar los límites tolerables, ese tipo de detalles.

—¿Vas a buscarlas a alguna tienda? ¿Aparecen de la nada? ¿O al verte así tan guapa aceptan todo lo que tú les pidas?

Enarca una ceja, y me río a carcajadas. Y entonces la tensión de mi cuerpo desaparece de repente.
No saco de mi cabeza que me dijo guapa mientras me daba una mirada en forma triangular desde mis ojos a mis labios y luego nuevamente a mis ojos Y luego mordía su labio. Me desea, tanto como yo a ella.

—No exactamente. —Mi tono es irónico.

—Pues ¿cómo?

Su curiosidad es insaciable, pero no quiero volver a hablar de Elena. La última vez que lo hice Mónica estuvo muy fría conmigo y no me quiero arriesgar.

—¿De eso quieres que hablemos? ¿O pasamos al meollo de la cuestión?
A las objeciones, como tú dices.

Frunce el ceño.

—¿Tienes hambre? —le pregunto.

Ella mira con recelo las aceitunas.

—No.

—¿Has comido hoy?

Vacila.
Mierda.

—No —contesta.

Intento no irritarme.

—Tienes que comer, Mónica. Podemos cenar aquí o en mi suite. ¿Qué prefieres?

No conseguiré que muerda el anzuelo.

—Creo que mejor nos quedamos en terreno neutral.

Como tenia previsto: muy sensata, señorita Carrillo.

—¿Crees que eso me detendría? —Mi voz es áspera.

Ella traga saliva y lleva su mirada hasta mi pecho.

—Eso espero.

No la hagas sufrir más, Martin. Que en el intento también sufres tú.

—Vamos, he reservado un comedor privado. —Me levanto y le tiendo
una mano.

¿La aceptará?

Me mira varias veces de pies a cabeza, su mirada es penetrante y podría jurar que sentía mi piel arder.

—Coge el vino —le indico.

Coge la copa y me da la mano.

De camino a la salida del bar advierto miradas de admiración de otros
clientes y, en el caso de un tipo muy atractivo y atlético, verdadera
fascinación por mi acompañante. Es la primera vez que me veo en esta
situación… y creo que no me gusta. siempre suelo ser yo el centro de atención.

En el entresuelo, junto a un joven camarero con una libreta que nos acompañe hasta la sala que he reservado. El chico alterna miradas entre Mónica y yo , y mi mirada fulminante lo invita a abandonar de
inmediato el lujoso comedor. Un camarero de mayor edad le retira la silla
a Mónica y le coloca la servilleta sobre el regazo.

—Ya he pedido la comida. Espero que no te importe.

50 sombras de Martín (v) Where stories live. Discover now