57

452 32 14
                                    

—Ya está, no ha sido para tanto, ¿no?

Se encoge de hombros, aún dubitativa.
Su mirada baja desde mis labios hasta mis piernas y mi cuerpo se tensa, nunca me había pasado esto con nadie, mi cuerpo nunca había reaccionado así ante ninguna chica.

—A ver, quiero comentarte una cosa más antes de llevarte a la cama y es importante.

—¿A la cama? —exclama, y se le encienden las mejillas.

—Vamos, Mónica, después de repasar todo esto, quiero follarte hasta
la semana que viene, desde ahora mismo. En ti también debe de haber
tenido algún efecto.

Se estremece a mi lado e inspira profundamente, con los muslos
apretados entre sí. Ella también reaccionaba ante mi, sonreí al notarlo.

—¿Ves? Además, quiero probar una cosa.

—¿Me va a doler?

—No… deja de ver dolor por todas partes. Más que nada es placer. ¿Te
he hecho daño hasta ahora?

—No.

—Pues entonces. A ver, antes me hablabas de que querías más. —Me
interrumpo.

Joder. Estoy al borde de un precipicio, es todo o nada. Ahora o nunca.
De acuerdo, Vane, ¿estás segura de esto?
Tengo que intentarlo. No quiero perderla antes de empezar.
Vamos, lánzate.
Le cojo una mano.

—Podríamos probarlo durante el tiempo en que no seas mi sumisa. No
sé si funcionará. No sé si podremos separar las cosas. Igual no funciona.
Pero estoy dispuesta a intentarlo. Quizá una noche a la semana. No sé.

Se queda boquiabierta.

—Con una condición.

—¿Qué? —pregunta con la respiración entrecortada.

—Que aceptes encantada el regalo de graduación que te hago.

—Ah —exclama, y sus ojos se agrandan por la incertidumbre.

—Ven.

Tiro de ella para ayudarla a levantarse, tomo mi chaqueta y se la pongo en los hombros. Respiro hondo, abro la puerta y dejo que vea el Audi A3 que he aparcado fuera.

—Para ti. Feliz graduación. —La abrazo y le beso el pelo.

Cuando la suelto, veo que contempla anonadada el coche.

Vale… Esto podría salir bien o mal.
La cojo de la mano, bajo los escalones de la entrada y ella me sigue como si estuviera en trance.

— Mónica, ese Escarabajo tuyo es muy viejo y francamente peligroso.
Jamás me perdonaría que te pasara algo cuando para mí es tan fácil
solucionarlo…

Mira el coche, enmudecida.
Mierda, se acabó todo.

—Se lo comenté a tu padrastro. Le pareció una idea genial. A él tampoco le gustaba que estuvieras dando vueltas por la vida en esa cosa que se podía desarmar al frenarlo.

Sigue boquiabierta y consternada cuando se vuelve hacia mí; me mira
enfadada. Sus ojos ya no brillaban, podía ver el enojo en ellos y me daba un poco de risa.

—¿Le mencionaste esto a Jesús? ¿Cómo has podido? —Está furiosa, muy
furiosa.

—Es un regalo, Mónica. ¿Por qué no me das las gracias y ya está?

—Sabes muy bien que es demasiado.

—Para mí, no; para mi tranquilidad, no.
Vamos, Mónica. Quieres más, pues este es el precio, te juro que no ha significado tanto en mi tarjeta.

Hunde los hombros y se vuelve hacia mí, creo que resignada. No ha
sido exactamente la reacción que esperaba. El rubor rosado fruto del
champán ha desaparecido y su tez vuelve a estar pálida. Aquí es donde me quedo sin polvo de agradecimiento.

—Te agradezco que me lo prestes, como el portátil.

Sacudo la cabeza. ¿Por qué todo es tan difícil con ella? Ninguna de mis
otras sumisas ha reaccionado así cuando les he regalado un coche. Al
contrario, suelen estar encantadas.

Es que ella no es una sumisa, aún me cuesta entenderlo.

—Vale. Te lo presto. Indefinidamente —accedo entre dientes.

—No, indefinidamente, no. De momento. Gracias —dice con un hilo de
voz. Se pone de puntillas y me besa en la mejilla—. Gracias por el coche,
señorita.

Esa palabra. En su dulce boca. La agarro, aprieto su cuerpo
contra el mío y enredo los dedos en su pelo.

—Eres una mujer difícil, Carrillo.

La beso con pasión y la obligo a abrir la boca con la lengua, y un
instante después ella corresponde a mi deseo acariciando mi lengua con la
suya. Mi cuerpo reacciona: quiero poseerla. Aquí. Ahora. En la calle.

—Me está costando una barbaridad no follarte encima del capó de este
coche ahora mismo para demostrarte que eres mía y que, si quiero
comprarte un puto coche, te compro un puto coche. Venga, vamos dentro y
desnúdate —mascullo.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora