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Asiente avergonzada. Cierro los ojos; soy incapaz de mirarla.

¿Cómo coño he podido equivocarme tanto?

Me invade la ira. ¿Acaso puedo hacer algo con una virgen? Le clavo la mirada mientras la furia va apoderándose de todo mi cuerpo.

-¿Por qué cojones no me lo habías dicho? -le increpo, y empiezo a
caminar de un lado a otro de mi estudio.

¿Qué me gustaría hacerle a una virgen? Ella se encoge de hombros en señal de disculpa, incapaz de dar con las palabras adecuadas.

-No entiendo por qué no me lo has dicho.

En mi voz se refleja toda mi exasperación.

-No ha salido el tema -contesta ella-. No tengo por costumbre ir
contando por ahí mi vida sexual. Además... apenas nos conocemos.

Como siempre, tiene razón. No puedo creerme que la haya llevado a
hacer una visita turística a mi cuarto de juegos. ¡Menos mal que hay un acuerdo de confidencialidad!

-Bueno, ahora sabes mucho más de mí -le suelto-. Sabía que no
tenías mucha experiencia, pero... ¡virgen! Mierda,Moni, acabo de
mostrarte...

No solo el cuarto de juegos, también las reglas, los límites de jugar duro. No sabe nada. ¿Cómo he podido hacerlo?

No sé qué hacer. Y entonces recuerdo algo: el beso del ascensor, cuando podría habérmela follado allí mismo, ¿fue su primera vez?

-¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?

Por favor, di que sí.

-Pues claro.

Parece ofendida. Sí, la han besado, pero no muchas veces. Y por alguna
razón esa idea me resulta... placentera.

-¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que
no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.

¿Por qué ningún tío se la ha llevado a la cama?

Mierda. A lo mejor tiene creencias religiosas. No; sole lo habría
descubierto. Se mira los dedos y creo que está sonriendo. ¿Qué le resulta tan gracioso? Me daría de cabezazos contra la pared.

-¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes
experiencia?

Me fallan las palabras. ¿Cómo es posible?

-¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.

Porque no lo entiendo. Va a la universidad, y, por lo que yo recuerdo de la universidad, todos follaban como conejos.
Todos. Menos yo.
Eso me trae a la mente oscuros recuerdos, pero los alejo, de momento.

Mónica hace un gesto, como para indicarme que no lo sabe. Sus hombros menudos se yerguen un poco.

-Nadie me ha... en fin... -Deja la frase inacabada.

Nadie te ha ¿qué? ¿Nadie te ha considerado lo bastante atractiva? ¿Nadie se ha ajustado a tus expectativas? ¿Y yo sí?
¿Yo?

No sabe nada de nada. ¿Cómo puede ser una sumisa si no tiene ni idea
de sexo? Esto no va a funcionar. Y todo este tiempo que he perdido preparando el terreno no ha servido de nada. No puedo cerrar el trato.

-¿Por qué estás tan enfadada conmigo? -dice con un hilo de voz.

Cree que estoy enfadada con ella. Pues claro. Arregla las cosas, Vanesa.

-No estoy enfadada contigo. Estoy enfadada conmigo misma. Había
dado por sentado...

¿Por qué coño tendría que estar enfadada contigo? ¿En qué lío me he
metido? Me paso las manos por el pelo mientras trato de refrenar mi furia.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora